domingo, 15 de diciembre de 2013
El deseo de Tiago (El Gusti)
El suelo recalcitraba.
El vigoroso verano se había presentado en el pueblo. Nadie lo podía explicar
pero mientras que en el mástil de la plaza central (y la única) hacía treinta y
cinco grados, en las inmediaciones de la iglesia la temperatura pasaba los cuarenta
grados. Una curiosidad que al llegar a los oídos de los niños despertó las más
fantasiosas explicaciones: que por debajo corrían un río de lava, que se
encontraba escondida una nave extraterrestre hirviendo luego de haber viajado
por toda la galaxia, que se encontraba una civilización troglodita cuyos hornos
los encendían para cocinar niños en el verano y así poder dormir y comer en el
invierno, y demás historia. Y por ser el mástil el lugar menos sofocante del
pueblo, justo debajo de la bandera, fue el lugar donde los niños eligieron
reunirse como obligada alternativa al no poder quedarse en sus casas conectados
a Internet.
Salsipuedes es un pueblo de cinco por
cinco cuadras que se encuentra a 35
Km de la
Ciudad de Córdoba. Los lugareños decían que por estar perdido
entre las sierras, había sido motivo suficiente para que la tecnología recién llegara
hacía menos de un mes. Con la coincidencia que la conexión apareció junto a la
campaña de cara a las elecciones municipales. Los políticos habían repartido
computadoras junto a la boleta electoral. Además habían levantado una antena
junto a un cartel que decía: “Conectate al cambio, Rivarola el intendente de
todos, todas y todit@s”. Con los años nos dimos cuenta que la red inalámbrica
la captábamos desde un comienzo desde la ciudad.
Y en la primera semana, cada niño experimentó
conectarse durante horas a la netbook entregada por Rivarola, inclusive pasando
días enteros sin tener registro de lo que pasaba afuera de su exclusivo mundo virtual.
Los padres querían que sus hijos salieran de las computadoras y jugaran como lo
habían hecho ellos y las anteriores generaciones. Aconsejaban a sus niños salir
de sus casas para que se diviertan como antes: armar una pelota de trapo, el barrilete
del abuelo, balero, treparse a los árboles, rayuela o payana, pero como no
había caso, los padres decidieron la solución final: someter a los niños al
infierno veraniego de Salsipuedes para contrarrestar a que se convirtieran en compulsivos
autistas. Fue difícil. La resistencia fue inmediata.
Pero
a los padres no le importaron los refunfuñes y obligaron a los pibes a que salieran
a la calle. Y ellos se juntaron en bandada en el centro de la plaza. Estaban
enojados y no querían jugar a lo que les proponían los adultos. Acordaron que
eran juegos aburridos y decidieron no hacer nada. Simplemente no hacer nada.
Y cada día, después de saludarse, se
miraban a las caras y permanecían sentados hasta la tarde, hasta el momento en
que podían volver a sus hogares y se les permitía encender las computadoras
durante una hora, o una hora y media en los casos más permisivos.
Una tarde, en la que se acercaba la hora del
regreso, los niños esperaban sentados en el centro de la plaza mirando el
gigante e icónico reloj de la municipalidad que tenía la forma de la cabeza de
Rivarola, pasó algo extraño. Era el momento en que ya se habían aburrido de
mirarse las caras. Lo único que se habían dicho en toda la tarde era de tener
cuidado de no apoyarse en el mástil central porque todavía estaba caliente debido
a la resolana que había recibido durante el día. El gordito Lean dijo que era
peligroso porque él ya se había quemado el brazo. Corría el tiempo y cuando se
estaban por ir, sin decir ni adiós (porque estaban esperando conectarse y verse
la cara en la red al cabo de no más de diez minutos), entre los dos árboles de
la vereda de enfrente vieron pasar una sombra. Un contorno indefinido. Luego el
ente cadavérico corrió para el otro lado escondiéndose en el otro árbol. El
gordito Lean distinguió una capucha pero todavía no podía asegurar que se
tratase de una figura humana. Y le pareció ver un cuerno: “es el diablo que
viene de las cuevas asfixiantes de la iglesia”, dijo. Todos los niños gritaron
y Tomás dijo con seguridad que era un monstruo, Fidel dijo que era un vampiro. Víctor
dijo que daba igual que era porque de todos modos le daba miedo, pero Maxi
insistió y dijo que era uno de los trogloditas hambrientos o un marciano que
había bajado de la nave espacial subterránea. Luego todos los demás se echaron
a correr. Tiago dijo que esperasen, que no era posible, que no existían ni los diablos,
ni los monstruos ni los vampiros, ni trogloditas, ni nada por el estilo pero
cuando se volteó, la sombra ya estaba en el árbol siguiente y se le veía el
contorno de una bolsa en el hombro. Tiago abrió los ojos y corrió hasta
alcanzar al gordito Leandro y al flacucho Fidel.
Al día siguiente, los niños se juntaron en
la plaza y comenzaron a debatir. ¿Le contaron a los grandes?. Lean dijo que su
padre había contado que Rivarola era el diablo, pero nadie le hizo caso. Todos los
demás respondieron que no habían intercambiado con los adultos porque todavía
el enojo de no dejarlos jugar a la computadora no se les pasaba. ¿Alguno vio
algo raro en sus casas?, no, y excepto Lean nadie se había atrevido a
preguntar. Acordaron que esperarían a la noche y si se repetía la escena enfrentarían
a la sobra que tenía una bolsa en el hombro.
Organizaron un plan: Tiago le lanzaría
piedras mientras se acercara y el resto de la banda se le tiraría desde los
árboles para sacarle y envolverlo con su propia bolsa. Era perfecto atraparían
al ¿Hombre de la bolsa? (preguntó Dani) y lo atarían al mástil central de la
plaza.
Pero
todo el plan fue en vano. Esta vez la figura se acercó desde el otro costado de
la plaza. Al verlo todos los chicos saltaron de los árboles para correr como
nunca lo habían hecho en sus vidas, inclusive Tiago que esta vez no lanzó ni
una piedra, fue el primero en llegar a su casa.
Al día siguiente, se convocó a una segunda
asamblea y Tiago planeó atar una tanza entre los árboles que desembocaban al
mástil. Así lo atraparían fácil porque una vez que se cayera al piso le
robarían la bolsa y lo meterían adentro. Pero si vos sos un miedoso, lo señaló
Fidel. De ninguna manera, lo que yo digo se cumple, replicó Tiago y apretó bien
fuerte los puños y la mandíbula.
Y esa tarde la sombra apareció como todos
los días. Se acercó ligera como una gacela. Y se enredó con la tanza y cayó al
suelo tal como lo habían planeado. Tiago tuvo el impulso de correr, pero su
orgullo pudo más y sintió que era su oportunidad de redimirse y ordenó que
atacaran a los niños que intentaban escaparse. Volvieron como verdaderos
soldados en un frente de liberación y saltaron sobre la sombra. Sintieron un
lamento.
Tiago aferraba con fuerza la cuerda de la
bolsa. Y escucharon: el Hombre de la
Bolsa tenía voz humana y se agarraba la rodilla. Y al ver que
no se incorporaba se animaron de a poquito y preguntaron quién estaba ahí. Desde
las profundidades de la bolsa se escuchó una voz aguda: esperen chicos soy el Mago
Mai y no vengo a hacerles daño, solo vengo a ayudarlos y a cumplir sus deseos.
No, mentira, vos sos el Hombre de la
Bolsa y viene a llevarse a alguno de nosotros para comérselo
con los Trogloditas. Y el Mago Mai se rió con una voz dulce y sacó un brazo de
la bolsa. Cuando abrió la mano apareció un chocolate. Se lo arrebataron. Cerró
el puño y lo volvió a abrir con más chocolates y a medida que los niños se los
sacaban repetía la ecuación. Los niños lo soltaron.
Una vez sentado en la escalinata del
mástil se sacudía el polvo de los hombros. Tenía rasgos suaves y mucha barba.
Soy el Mago Mai y vengo a cumplirles todos los deseos, inclusive aquellos que
escribieron en la carta a papá Noel y se les hizo el sota para la navidad. Y los
escucho de a uno y luego se los hizo anotar con una birome roja en sus propias
manos. Y les dijo: “mañana cuando vuelva a la noche todos sus deseos estarán
cumplidos”. Yo quiero ser jugador de fútbol, dijo Fidel, yo profesor de música,
dijo Dani, yo científico, dijo Maxi, yo astronauta dijo el gordito Leo y tantos
otros, por último Tiago dijo: “Yo quiero ser un gran pintor de paisajes”. El Mago
Mai dijo que debían, junto a la inscripción con color rojo que ya lucían en sus
manos, y como requisito necesario para que se cumpliera el deseo tenían, que
llevar al día siguiente algo relacionado con su deseo. El encuentro sería a la
misma hora en el viejo y conocido mástil de la plaza central. Luego caminó meditabundo
y desapareció en el ocaso. Todos los niños marcharon hacia sus casas con los
ojos hipnotizados. Luego de cenar en sus respectivas casas, buscaron algo
relacionado con su deseo. Esa noche se les hizo tan tarde que ninguno conectó
sus computadoras.
Al otro día, el Mago Mai llegó puntual y hubo
quién casi le tiró una piedra pero el Mago Mai con una sonrisa suave pudo
contener al agresor. Y Comenzó a mirar cada una de las producciones: un cohete
con palitos de helado del astronauta, el pentagrama del futuro músico, una
semilla en un frasco del prometedor científico. Fidel se había puesto el
pantalón de fútbol de su abuelo que había jugado en la reserva del club
Talleres.
¡Chicos miren!, el Mago Mai se parece a la
madre de Tiago, señaló el gordito Lean. Detrás de la barba se cayó un largo y
rubio mechón de pelo. No es cierto, dijo la voz aguda del Mago Mai y se echó a
andar para perderse en la cuadra de la iglesia. Nunca más apareció.
Todos los chicos tiraron los objetos y con
saliva borraron la inscripción roja que lucía en sus manos. El único que se
apartó para ir al centro de la plaza, en los escalones del mástil fue Tiago. No
borraba la sonrisa de su cara. Se sentó en el último nivel de la escalinata y agarró
una rama del suelo y mientras el resto de la banda volvía para sus casas hablando
de conectarse al DOOM, además que aseguraban que como ya no tenían miedo podían
matar hasta el último de los monstruos que se le apareciesen. Tiago permaneció
sentado y empezó a mirar el atardecer. Agarró una rama y comenzó a hacer
círculos en la tierra formando figuras, una y otra vez, hasta que se hizo de
noche.
El Gusti
La fiesta de las palabras (Hueso)
−Ya voy −grita Jazmín desde el cuarto y frena de buscar entre los
juguetes. Estira el cuello. Apunta hacia la puerta. Busca que sus palabras bajen
las escaleras lo más rápido que puedan, vayan por los escalones −quizás
corriendo− y lleguen precisas hacia el oído de su Mamá. “Ya”, llega primera y, “Voy”,
apenas un rato después.
Al ver salir así a sus palabras, atolondradas, tropezando se entre ellas,
Jazmín mira a los costados. Piensa que algo va a pasar pero sigue buscando
entre los juguetes.
Levanta los almohadones y corre las sábanas. No hay nada por aquí. Camina
hasta el placar, alza las remeras y las vuelve a ubicar como puede –todas mal
dobladas−. Su mamá se va a enojar.
Mira por debajo de la cama. Ve el alfajor que escondió ayer para no convidar
a su hermano pero no encuentra lo que busca.
−Apurate Jazmín que no espero más −grita la Mamá. Ya puso las manos en la
cintura (mala señal) y se pregunta si tendría que ir a buscarla (esperemos que
no).
−No puedo, mamá −dice Jazmín y sus palabras saltan. “No”, le hace pata a “Puedo”,
que se anima pero le cuesta un poco más y, “Mamá” los sigue, unos pasos por
detrás, para que no yerren el camino. Llegan hasta la puerta y se sientan a
esperar.
¿Dónde lo habré puesto?, se pregunta Jazmín. Sabe que se tiene que
apurar. Abre un cajón, revuelve medias y bombachas que se arrugan, pero por
suerte nadie se va a enterar (problema menos).
−Si subo, ¡se arma, Jazmín! −grita la Mamá; y da un primer paso, el pie
derecho queda más adelante que el otro y lo usa para dar pequeños golpecitos en
el piso con ritmo de cha cha cha.
−Un segundo −dice Jazmín y, “Un”, camina
desganado hacia el lado opuesto de la puerta. Quiere estar solo, después de
todo es de la familia de los uno. Se asegura de que “Segundo” salga tan rápido como
siempre, y así lo hace, apenas se deja ver, en su lugar, deja una cola de
cometa. Al verlo, “Un” apura el paso para llegar a tiempo o como pueda, al oído
de mamá, para que al menos pueda escuchar “segundo un”.
−¿Qué dijiste, Jazmín? −pregunta Mamá.
Jazmín no quiere hablar. Sabe que la situación se le está escapando de la
mano o mejor dicho de la boca. Se tira al suelo para seguir buscando. Se le levanta
la remera y, sin querer, su pancita toca rulitos de la alfombra y le dan cosquillas.
−Ja ja. Ji ji. –“Ja” se sujeta del puntito de “Ji” y comienzan a dar
vueltas al ritmo de un vals de casamiento. La otra pareja “Ja – Ji”, quitan el
puntito de la “i”, con esfuerzo, para poder jugar tenis con la J.
Jazmín no puede ir hacia la puerta. Tendría que atravesar una pista de
baile sin bailar o una cancha de tenis sin jugar. Compenetrada, sigue buscando.
Sabe que no puede hablar. “Ja – Ji” del
vals no pierden el ritmo y “Ja – Ji” del tenís necesitan concentración para
jugar.
−Es la última vez que te lo digo, Jazmín. ¡Venís ya! −grita la Mamá, moviendo
la cola al ritmo del cha cha cha.
Jazmín sabe que no puede contestar o tendría más problemas.
−No puedo −se sorprende al decir.
“No”, se interpone entre la pareja “Ja – Ji” de tenis, y “Puedo”, hace
señas para que sigan jugando. “No”, se enoja y pide a la pareja “Ja – Ji” del
bals que dejen de bailar y, “Puedo”, hace gestos para que no le hagan caso.
Jazmín aprovecha la confusión, corre hasta la puerta, al llegar, mira a su
mamá bailando cha cha cha.
−Está poseída por el cha cha cha –Se le escapa y se tapa la boca con las
dos manos. Van a ser un montón en la habitación
“Está”, “Por” y “El” bailan Cha Cha Cha.
“Poseída”, intenta hipnotizar a “No”, que la mira atento. Casi lo logra,
si no se hubiese desconcentrado por una vuelta que “Ja” le hizo hacer a “Ji”.
−Ahora si se arma –dice Jazmín y se agarra la cabeza.
“Arma”, da instrucciones y organiza la fiesta. “Ahora”, enciende y apaga
la luz y pone espejos para dar ambiente. “Se”, salta y agita los brazos y, “Si”,
se abraza tan fuete con “No”, que se transforman en “Sino”. La pareja “Ja – Ji”
del vals se sujetan de la cintura de “Puedo” y “Puedo”, lo hace de “Ja”. “Ja”,
de “Ji”, que deja la raqueta. Se forma un trencito sintáctico, al que se suma “Cha
Cha Cha” y dan vueltas por toda la habitación.
−Al túnel −dice “Ja”, que se pone a la cabeza del trencito. Pasan por debajo
de la cama, esquivan sus patas, aplastan el alfajor escondido y desparraman
dulce de leche por la habitación.
Jazmín mira el engrudo con dulce de leche en la alfombra. Se muerde la
boca para que no aparezcan nuevos invitados. Tiene que encontrar urgente lo que
busca. Corre hasta la repisa y casi la atropella al tren sintáctico. Encuentra
el silbato de emergencia que le dio su papá, toca la punta. Se acaba todo si da
una chifladita. Mira el trencito que sigue dando vueltas.
Aparece la Mamá, es demasiado tarde.
−¿Qué es este desastre? –pregunta la Mamá.
Jazmín mira como se divierten sus palabras. Después de todos son suyas. Guarda
el silbato, no lo va a usar. Baja la cabeza y hace trompa porque sabe que la
van a retar por el desastre en que quedó la pieza.
Aquiles (Estela )
Aquiles se ha pasado todo la
tarde leyendo un libro sobre mitología. Descubrió entonces la historia de los dioses griegos, algunos
tenían poderes sobrenaturales, eran muy fuertes y a veces cuando navegaban se encontraban con sirenas o monstruos
amenazantes. También participaban en guerras y luchaban con valentía e
inteligencia. Aquiles estaba muy entusiasmado y pensó:
─ ¡Que vida tan interesante tenían los griegos! ¡Ojalá yo pudiera vivir
aventuras como esas! encontrarme con sirenas, luchar con lanzas en alguna
batalla. Pero no, tengo que ir a la
escuela, estudiar, hacer las compras en
el almacén cuando me pide mi mamá, y ahora tengo que dejar de leer para ir a la
casa de mi tía. Claro, mi mamá llega tarde y me dijo que fuera a tomar la leche
con mi primo. ¡Que aburrido!
Cuando Aquiles sale de su casa ve a su vecino Ulises peleando con
Héctor, el nene que vive enfrente. Los dos intentan subir a un caballito de
madera y se empujan con rabia. El caballito se balancea y los dos caen al piso
y siguen empujándose.
─ Ey, chicos no peleen ─ les grita Aquiles. Los separa y el más chiquito
llora y corre hacia su casa.
─ ¿Que pasa Ulises? ¿Por que pelean? ─ Interroga Aquiles
─ Héctor me quiere quitar mi caballito ─ responde enojado.
─ Pero, ¿no podes prestárselo?, me parece más divertido si juegan juntos
─ Aquiles piensa que si lo hace reflexionar ellos podrán amigarse nuevamente.
─ No sé, es mío.
─ Bueno, entonces jugá sólo.
─ Ah, no, así me aburro,
─ Si es así buscá a tu amigo.
¿Sabés que se me ocurre?, dejá el caballo frente a la puerta, te escondés y
cuando abre salís de tu escondite y le decis ¡sorpresa! Y lo invitás a jugar un
rato cada uno.
─ Uy, si, no va a saber quien le dejó el caballo, ja, ja.
Aquiles sigue su rumbo.
Y ve un nene que llora asustado,
─ ¿Que te pasa? le pregunta.
─ Me perdí.
─ Pensá por donde viniste.
─ Creo que cruzé la plaza.
Aquiles recuerda que algunas
veces lo ha visto jugando en una casa con jardín que está frente a la plaza,
entonces lo lleva de la mano. En ese momento una señora corre preocupada hacia
ellos.
Es mi mamá, dice el nene y se abrazan
─ Gracias ─ le dicen
De pronto comienza a soplar un viento muy fuerte y un sombrero pasa
volando junto a él, detrás un señor corre para alcanzarlo. Justo a tiempo,
Aquiles lo atrapa en el aire antes que caiga en la fuente de la plaza.
─ Gracias ─ dice el señor
Mientras le entrega el
sombrero, ve un pichoncito en el suelo,
mira hacia arriba y descubre un nido en una rama y una paloma que vuela
desesperada alrededor.
─ ¡Se ha caído del árbol!
Lo pone con cuidado en un bolsillo y trepa al árbol y lo deposita en el nido. Aquiles escucha pio, pio, es la
paloma que dice gracias en su idioma. Luego baja despacio y continúa su viaje
silbando.
─ Jugás con nosotras ─ le preguntan unas nenas que saltan a la cuerda.
─ No puedo ahora, chicas, me está esperando mi tía.
─ Si, jugá un ratito, después te vas ─ insisten las niñas.
Las chicas tratan de sujetarlo, pero Aquiles vuelve a explicarles que
jugará en otro momento, comienza a alejarse pero ellas lo corren aunque no
pueden alcanzarlo porque Aquiles corre más rápido que todos, no por nada ganó
el campeonato de carrera de su escuela. Cuando sólo falta una cuadra para
llegar a la casa de su tía, un grupo de perros comienzan a ladrarle, a veces cuando están en grupo los
perros tienen esa actitud agresiva. Aquiles aumenta la velocidad, como si
estuviera de nuevo en la competencia intercolegial. Los perros lo persiguen
intentando morderlo. Llega casi sin
aliento a la casa de su tía y alcanza a abrir la puerta, entra y la cierra
justo cuando uno de los perros le tira un tarascón al talón.
─ ¡Me salvé! ─ dice contento.
─ Hola, Aquiles ─ lo saluda su
tía, que está sentada en un sillón, tejiendo ─ Tardaste mucho, ya estaba preocupada. Pero
llegaste justo a tiempo, asi te probás la bufanda que te tejí. ¿Y como has
pasado el día?
─ Mas o menos ─ contesta Aquiles ─ la vida aquí es bastante aburrido, no
pasa nada. Pero ¿sabés, tía? estuve leyendo la historia de los héroes
griegos ¡ellos sí que se divertían!
Estela,
noviembre 2013
KIRAH SE VA DE VIAJE (Saverio)
Kirah tiene cuatro
añitos, su mamá y sus tres hermanos mayores están en el campo trabajando.
Ellos tienen que
juntar las chauchas de arvejas que ya están gorditas y meterlas en una bolsa de
tela que tienen atada al cuello y colgando a un costado. El más chico de los
tres parece un poco vago pero el pobre tiene un agujero en su bolsa y se le van
cayendo un montón de chauchas de las que junta. Los otros dos se ríen de él y
la mamá los reta diciéndoles que lo ayuden en lugar de burlarse del pobre
hermanito. Pero al pequeño le da un poco de rabia tener menos chauchas que los
otros dos y se pone a gritar que él también está trabajando y que no vale tener
menos que ellos. La mamá se acerca a él y le hace un nudo en su bolsa, para que
el agujerito quede cerrado y así empieza a llenarse su bolsa tan rapidamente
como la de sus hermanos.
Todo esto Kirah lo
sabe porque cuando vuelven a casa su hermanito mayor le cuenta todas las cosas
que hicieron, y él le cuenta como estuvo todo el día acomodando los cuencos de
coco uno encima del otro para montar torres altas y reirse cuando caían al
suelo. También había sacado agua del pozo aunque sale un poco marrón porque
hace tanto que no llueve que el agua se mezcla con la tierra. Pero la mamá les
enseñó que igual tienen que juntarla y ponerla en cuencos, que después de un
rato hay que pasarla a otro cuenco,con un trapo encima, cuando la tierrita se
queda en el fondo. Y así se va limpiando el agua para después poder tomarla.
Kirah se va a hacer
cazador como su papá. Hace mucho que su papá se fué a cazar pero cuando vuelva
les va a contar todos los animales que cazaron, y después cómo los llevó al
borde de la ciudad blanca para venderlos junto con sus amigos cazadores. Cuando
vuelve siempre trae bolsitas de diferentes comidas, y una harina con la que
mamá les hace unas galletas muy sabrosas que después de aplastarlas un rato
entre las manos, las pone en un agujero en la tierra con maderitas encendidas y
al rato ya están cocidas. Están muy ricas cuando están calentitas pero solo
pueden comer una, las demás las tienen que dejar enfriar para el desayuno de
los días siguientes porque calientes caen muy pesadas.
Kirah y su
hermanito son muy amigos, igual que los dos hermanos mayores son muy amigos.
Siempre arman guerras de palos en dos equipos, a veces ganan Kirah y Kaly pero
la mayoría de las veces ganan Pehmina y Takum, porque son más fuertes y
grandes. Igual siempre es un juego, al final todos se quieren y son amigos.
Pasan muchos días
más, todos iguales pero papá no regresa y mamá empieza a ponerse muy
intranquila, mira hacia el horizonte por donde se pierde el camino por donde se
fué papá y mira el campo que está ya casi seco y sin chauchas que juntar. En su
mirada hay algo raro, como una sombra más larga que la sombra de la casa a la
tarde cuando el sol se esconde detrás del campo.
Después de muchos
días se ve a alguien que llega por el camino y salimos corriendo a recibirlo
pero Kirah ve que no es papá, que es un señor de botas largas y un turbante
marrón en la cabeza. Empieza a hablar con mamá cuando llega y nosotros cuatro
estamos esperando a que ella nos explique lo que está diciendo este hombre.
Mamá nos dice que
tenemos que irnos, que este señor se va a llevar todas las chauchas y a cambio
nos va a llevar a un barco con más gente para cruzar el agua de sal sobre unos
cuencos como los cocos pero grandes. Que del otro lado del agua de sal hay una
ciudad blanca con mucha gente y donde no hace tanto calor como acá y llueve más
seguido y podremos comer otras cosas.
Pehmina, que es el
mayor de todos y ya es un hombre le pregunta a mamá por qué no esperamos a
papá. Ellase tapa la cara y dice que él
ya está del otro lado del agua de sal y tenemos que ir a buscarlo porque este
señor nos va a llevar a todos.
Pehmina le pregunta
a mamá por qué se tapa la cara y ella dice que es mejor así, porque con los
ojos tapados se lo puede imaginar a él con los brazos abiertos cuando nosotros
lleguemos. Orkum-adý nos va a ayudar si le mostramos confianza en su poder- nos
dijo ella.
Orkum-adý es la
fuerza de la abundancia. Hace muchos meses que no viene pero cuando está por
venir, el cielo se llena de nubes blancas y después grises y todas juntas
empiezan a chocar y cae agua. Entonces Orkum-adý nos da la abundancia verde y
llegan también animalitos a tomar agua al lago y mis hermanos mayores aprenden
a cazarlos como papá. Yo también voy a ser cazador y viajar lejos.
Después de unos
días de caminar con otras personas que también cruzarían el agua de sal en
cuencos gigantes de cocos, llegamos a entender mis hermanos y yo por qué había
que subirse ahí. Nunca habíamos visto un lago tan grande, se veía el borde solo
donde estábamos nosotros con esa otra gente, esperando a subirnos a uno de los
cuencos. Unos hombres que nos escucharon se empezaron a reir y Pehmina se puso
muy serio, entonces uno de ellos nos dijo que no son cuencos para comer, se
llamaban botes, y los habían inventado los pescadores para flotar en el agua y
poder pescar peces para comer.
Odio el viaje en
cuenco botes. Ya estamos acá hace cuatro
noches y todo es agua de sal. Del agua que teníamos en nuestras bolsas ya se
está acabando y mamá no nos deja tomar más que un sorbo por rato. La panza nos
hace ruído porque las galletas se habían acabado y otra de las familias tenía
un cagualí seco que compartía con los demás pero también se acabó. Y los
mayores no nos dejan tomar el agua de sal. Tenían razón porque dos nenes que
estaban con nosotros no hicieron caso y tomaron agua de sal y se fueron secando
de a poco y gritaban. El papá de los nenes lloraba pero al final cuando ya no
lloraban, hubo que tirarlos al agua y el papá también los acompañó. Fue muy
triste, durante muchas horas el único sonido fue el de las olitas pegando
contra el bote y la voz de un señor muy viejo que cantaba algo a Orkum-adý.
Todos estábamos
débiles, hasta los ojos nos pesaban y no podíamos abrirlos mucho porque el aire
todavía quemaba, no tanto como en el campo pero todavía quemaba y mojarse con
el agua de sal era peor, un ratito estaba bien pero después era peor. Yo creo
que Orkum-adý ya no nos puede escuchar, porque estamos muy lejos de casa, sino
seguro que nos traía la abundancia, pero la abundancia es verde y acá todo es
azul, agua azul y cielo azul.
Una de las señoras
con turbante vio a lo lejos otro cuenco gigante y empezó a gritar que les
hiciéramos señas para que nos vinieran a buscar. Detrás de ese cuenco azul y
blanco había una línea luminosa de tierra, parecía desigual, no era como la
playa lisa de donde partimos, era como que tenía partes de tierra alta y partes
más bajas. También se veían construcciones poderosas, me imaginé que serían
parecidas a esas que vimos en un dibujo de un papel, en el que papá había
traído un trozo de carne seca en sal y se veían caminos lisos y a los costados,
esas casas poderosas con ventanas unas arriba de otras. Nunca había visto que
hubiera casas tan altas pero era lo que parecía de lejos, atrás del bote azul y
blanco.
Todos empezamos a
saltar y mover los brazos para que nos vieran. Eramos muchos pero estábamos tan
lejos del otro bote que teníamos miedo que no nos vieran. De repente,
escuchamos un ruido fuerte de agua contra el bote y algunos nos caímos al suelo
pero unos tres señores cayeron al agua y desesperados empezaron a querer trepar
por el borde y otros ayudarlos a subir. Pero algo salió mal y las aguas de sal
se pusieron bravas, entre gritos, ruido de agua, y brazos y piernas todos
enredados tratando de salvar a estos hombres, el cuenco empezó a girar hacia un
costado.
Ahora puedo sentir
lo difícil que es moverse en tanta agua. Siempre con mis hermanos jugábamos en
el lago, pero el lago nunca nos llegaba más alto que la cintura, era muy fácil
saltar y brincar mientras gritábamos y nos tirábamos agua, pero acá no podemos
tocar la tierra abajo. De repente el cuenco azul y blanco lanza un grito muy
fuerte, y se ven unas luces por arriba de un palo que le sale encima y más
gritos fuertes largos y vemos cómo se acerca. Yo miro para todos lados a ver si
veo a Kaly, Pehmina y Takum y a mamá. Y sí qué alegría, los encuentro a Pehmina
y Kaly pero a nadie más. Hay gente que se empieza a hundir en el agua de sal.
Yo me desespero un poco porque me hundo, claro, no sé flotar en tanta agua,
pero también siento la alegría del agua fresca en la piel, aunque beberla no me
gusta, pero no puedo evitar que se meta por la naríz, yo cierro la boca pero
por la naríz no puedo evitar que entre. De repente veo a mamá y otra mujer
parece que le pone las manos encima para subir ella y no hundirse. Yo grito que
no lo haga, que es mi mamá. Kaly me agarra de un brazo para que no nos hundamos
también pero es difícil. Pehmina está agarrado a nuestro bote con otra gente y
nos busca con la mirada pero no nos ve. En el bote azul y blanco hay unos
señores con la piel muy clara que hablan muy diferente a nosotros. Empiezan a
tirar unos círculos naranjas al agua y la gente los empieza a agarrar como
pueden. Otros empiezan a subir por unas cuerdas que la gente clara tira de su
bote, pero algunos no llegamos, estamos un poco lejos del bote azul y blanco y
creo que somos muchos, aunque parece grande no creo que entremos todos. En un
momento me doy cuenta que hay gente que va desapareciendo, veo menos cabezas y
menos brazos. Otros parecen hormiguitas negras trepando por las cuerdas, como
cuando las hormigas trepan por una rama para comerse las hojitas de arriba de
la planta.
Creo que estoy muy
cansado. El agua de sal es tan azul, tan bonita, y me abraza tan fuerte… si me
pongo a dormir seguro que voy a soñar pero abajo del agua puedo ver también y
veo a Kaly que estira sus manos hacia mi y nos abrazamos. Yo siento que él
llora pero con tanta agua no puedo decir que sea cierto. No queremos cerrar los
ojos, desde abajo, los rayos de sol parecen columnas blancas que se mueven
mientras nosotros bajamos abrazados. Ojalá mamá sepa que estamos los dos
abrazados y seguros de que siempre vamos a estar juntos.
FIN
Tres de octubre de
2013, a 700 metros de la costa de Lampedusa (Italia) perecieron cuatrocientas
personas que buscaban mejor vida en Europa.
Unos nos rasgamos
las vestiduras cuando el otro ya tiene el agua en los pulmones, pero no es
nuestra culpa.
Otros nos rasgamos
las vestiduras por lo que pasa en la otra punta del mundo y miramos a nuestros
hijitos y decimos “acá esto no pasa gracias a Dios”
Esos mismos que
pasamos en colectivo por Retiro y miramos hacia el Kavanagh y calle Florida que
se ve más lindo, pero en la nuca nos está pegando una 31 con su paco y padres
que salen a las 5 de la mañana a laburar sin saber qué estarán haciendo sus
hijos. O tal vez donamos diez euros mensuales a una ONG que ayuda a refugiados
y desplazados en algún lugar de Africa y ya dormimos tranquilos bajo nuestro
techo europeo aunque tiremos en el primer tacho de basura en la calle la mitad
del bigMc que nos acabamos de comprar porque no nos entra en el estómago y sin
pensar en que hay doscientos mil nenes que mueren literalmente de hambre en el
mundo y anualmente.
Todos somos dueños
de la doble moral, gracias a ella podemos dar un paso y salir a la calle,
volver a la cama y amanecer al otro día
para seguir en la lucha. Todos nos inmunizamos ante el bombardeo de noticias
inhumanas: bombardean con drones una escuela en horario de clases; se puede
matar un afroamericano adolescente y ser sobreseído pero serás proscripta si
muestras tus senos en público; puedes acosar a tu secretaria que de aquí a que
ella pueda demostrar que es cierto todos se habrán olvidado del caso, y lo
mejor de todo es que ella sera considerada una chica fácil, pero puedes pasar
cinco años en la cárcel por haber pirateado algo en internet; puedes mandar a
tus compatriotas deportistas a Japón para el 2020 y negar los informes que dan
cuenta de la radioactividad presente en las aguas japonesas gracias al combo
Fukushima-tsunami del 2011, después vovlerán con un incipiente tumor pero ya lo
resolveremos en su momento.
Mientras tanto ve a
visitar los glaciares del sur, tercera reserva mundial de agua potable, antes
que terminen de desaparecer como tal y sean contaminados por explotaciones
mineras por ejemplo, y de paso date una vuelta por la pampa húmeda a disfrutar
de ver las vacas pastando libremente antes que todo quede cercado y con
carteles de “propiedad privada Monsanto” y las vacas queden hacinadas en
corrales comiendo forraje industrial. Y si quieres puedes ir a conocer la Torre
de Eiffel en vivo y en directo, pero asegúrales a los franceses que estás
solamente de turista, actualmente ser extranjero en Francia es delito capital,
ellos quieres saber que les dejarás tu dinero y te marcharás en pocos días (condición
sin e qua non).
Voy a cerrar
diciendo que ser aveztrúz y meter la cabeza en el hoyo nos deja el culo como un
blanco a tiro perfecto, y puede que podamos vivir con ello, pero ya ni siquiera
tenemos que pensar en qué será de nuestros nietos, porque nuestros hijos ya
están en peligro.
Amsterdam 21 de
octubre de 2013
Mechi y el mar (Saverio)
Los ojos de Mechi
estaban grandes como platos, color café, con la profundidad que pueden tener el
infinito en los ojos de una nena de 5 añitos recién cumplidos, recibiendo el
regalo que había pedido pero no pensaba que se fuera a cumplir su deseo. De
hecho, la mama le había dicho que para eso tendrían que pasar unas cuantas
cosas antes.
Sus ojitos perdían
el brillo soñador mientras imaginaban todo lo que le iba a costar ordenar su
habitación todos los días. Tampoco es que tuviera tantas muñecas ni ositos,
pero siempre estaba menos ordenado de lo que ella misma podía reconocer. Por qué nunca me creés cuando te digo que no
lo dejé abajo de la cama? –Le decía a su mama. -Estaba al lado de la calesita,
mami…
Había un estante al que tenía que llegar subiéndose a
la mesita donde dibujaba con sus lápices de colores, animales fantásticos que
nacían mientras sus ojitos cerrados flotaban en neblinas de colores, viéndolos
aparecer casi de la nada, presentándose de esta manera: Hola Mechi, yo soy el
oso-pez-verde, hago piruetas en el fondo del mar y siempre hago carreras con el
delfín rojo, pero a veces gano y otras pierdo.
Así le hablaban sus
animalitos fantásticos, después ella se sentaba a dibujar todo lo que le habían
contado ellos y su mama la felicitaba por lo bien que dibujaba.
Pero cada vez que
se subía a la mesita a buscar algo del estante al que no alcanzaba si no se
subía a la mesa, sentía que unas manitos le agarraban las medias y se las
bajaban mientras ella se estiraba para alcanzar lo que quería del estante,
generalmente uno de los libros que le leía mamá o papá antes de dormirse. Igual
ella no le prestaba demasiada atención a los tirones de medias y seguía con lo
suyo. A veces veía como un rayo que atravesaba su habitación y se quedaba
observando pero no pasaba nada más, hasta que una vez, mientras cantaba la
canción de la cebolla llorona, alguien empezó a tararearla y después de un rato
se dió cuenta que esa vocecita no salía de su cabeza, que salía de atrás de la
cama. Pero no hizo nada, siguió cantando la canción de la cebolla llorona y de
a poquito, apareció una sombra con los colores del arcoiris que se movía como
la cola de un tigre o como la colita de un ratón, de un lado para otro y
soltando como estrellitas de colores que iban a chocar contra la pared y se
deshacían en estrellitas más chiquititas que bailaban mientras ella cantaba.
Llegó un día en que
ya no quería salir de la habitación. La mamá y el papá se empezaban a preocupar
un poco, no mucho porque Mechi seguía siendo tan dulce como siempre y con una
imaginación muy grande, pero pensaban que se había peleado con la amiguita del
quinto C con la que jugaba siempre aunque ella les explicó que era un poco
aburrida Carla, por eso prefería dibujar y cantar sola.
Pasron unos días y
los papás empezaron a notar que en la habitación había más ruidos y parecía que
su hijita estaba aprendiendo a imitar voces diferentes, pero no se animaban a molestarla
porque era tan buena que seguro que no estaba haciendo nada malo, así que por
qué molestarla con preguntas de adultos?
Un día, su mamá
bajó de la terraza del edificio donde vivían, con un montón de ropa limpia que
había puesto a secar, y después de doblarla la separó en montoncitos
diferentes, uno para los cajones de papá, otro para sus cajones y un tercer
montoncito con ropa más chica para los cajones de Mechi. Vaya sorpresa se
llevaron las dos! Cuando la mamá abrió la puerta, una ola gigante de agua salió
hacia el comedor, toda la ropa seca se volvió a mojar! La mamá empezó a nadar
desesperadamente.
Mechi tenía puesta
una escafandra de las que había dibujado en sus papeles, tenía una manguera larga color azul que llegaba hasta
el techo, pero se asustó mucho al ver a su mamá que no tenía nada puesto para
respirar en el agua. Lo más raro era que su mamá no se asustó, empezó a
crecerle una cola de pez encima de las piernas, debajo de la pollera de flores
que tenía puesta. Su pelo perdió los rulos y se volvió lacio y más largo. El
oso-pez-verde se arrodilló frente a ella y la llamó “su alteza la princesa
Sirena”, Mechi le preguntó al delfín rojo si era de verdad princesa y el delfín
le explicó –es evidente! Tiene cola de sirena, ves su diadema de perlas?
–también tenía diadema, era verdad y las perlas eran de siete colores, rojo,
anaranjado, amarillo, verde, celeste, azul y violeta!
Su mamá sirena
recorrió todo el departamento y comprobó que los muebles eran como piedras y
cuevas en el fondo del mar. El televisor que estaba prendido en el canal de las
noticias, se había transformado en un túnel que al fondo tenía una salida con
mucha luz. Por suerte era invierno y aunque había mucho sol, también hacía frío
entonces las ventanas estaban cerradas. Menos mal! sino el agua se hubiera ido
por las ventanas abiertas. Después de comprobar que todo el departamente era un
fondo marino y había más peces y otros animales que Mechi había dibujado, miró
a una ventana y vio que el sol estaba bajando entonces fue a buscar a Mechi que
seguía en su habitación y con algo de miedo porque si bien era el mundo que
ella había creado, no estaba segura de lo que podría encontrarse fuera de su
habitación. Pero su mamá sirena le explicó que tenían que ir a la puerta para
recibir a su papá y explicarle muy rápido lo que pasaba, sino se podía asustar
y ahogarse por falta de imaginación. Así que cuando la puerta se abrió, al papa
le costó mucho esfuerzo entrar porque no es lo mismo caminar fuera del agua que
dentro de ella.
Claro que el agua
salió por la puerta del departamento e inundó todos los pasillos y las
escaleras. Lo mágico era que el agua no se acababa nunca. El papá quiso hablar
y le salían burbujas de la boca, mientras le empezaban a crecer unos bigotes
larguísimos y colmillos tan largos que la corbata que llevaba puesta se le
enredaba en ellos. Ellas se empezaron a reir y lo abrazaron. La princesa sirena
le dijo que era el león de los mares más guapo que había visto nunca. La vecina
abrió la puerta para ver qué pasaba y se le llenó la casa de agua, todos los
departamentos se fueron inundando y convirtiéndose en fondo de mar. Todos los
habitantes se transformaban en peces fantásticos, algo raros, de muchos colores
y formas diferentes. Eso sí, todos se parecían un poco a la persona que habían
sido antes, y esto era muy importante porque así se podían reconocer los unos a
los otros. Empezaron a nadar por todo el edificio. Como ya era de noche, nadie
entraba ni salía. Estaban en sus casas, transformados en peces, estrellas de mar,
caballitos de mar, erizos, algún tiburón azul con la panza blanca a rayas
grises, Carla, la del quinto C era una estrella de mar amarilla con rayas
violetas, Mechi la reconoció por lo tranquila que estaba en su habitación y sin
moverse apenas.
Era fantástico, su
mamá no tendría que planchar nunca más, la ropa abajo del agua no se arruga!
Tampoco tendría que cocinar, porque había algas y corales que se podían comer.
Y había para todos! Los papás y las mamás no se iban nunca más a trabajar,
porque ahí tenían todo, los abuelos y abuelas, como siempre les podían contar
historias y así aprendían todo lo necesario de la vida. No tenían que ir más a
las escuelas y siempre era recreo!
Mechi tenía sus
momentos de tristeza, como ella era la creadora de ese mundo, no se había dado
cuenta en convertirse a tiempo al principio de todo, y ya era tarde para eso,
así que tenía que ir a todos lados con escafandra y el tubo largo azul, pero
como la querían tanto y todos estaban tan agradecidos por haber creado este
mundo maravilloso, se olvidaba de la tristeza y jugaba… jugaba, y creaba otros mundos fuera del
edificio. Solo tenía que empezar a cartar la canción de la cebolla llorona
mientras dibujaba a veces estrellas y planetas, otras veces dragones y
luciérnagas fosforescentes, otras veces hadas y murciélagos que volaban juntos
de día y de noche.
Y colorín
colorado…. Este cuento se ha acabado.
Saverio Longo
Amsterdam 29 de
septiembre de 2013
jueves, 12 de septiembre de 2013
Carta Ismael (Estela)
Mar Azul,
abril 1955
Estimado
doctor Cornejo:
Seguramente
usted estará sorprendido por mi silencio y habrá considerado que ello se debía
a indiferencia de mi parte, pero nada más ajeno a la realidad. Así que antes de
explicarle los hechos que se tradujeron en mi ausencia le envío mis disculpas por la demora en contestar su
amable invitación al casamiento de su hijo Benito, (como pasa el tiempo,
doctor, parece que fue ayer que mientras nosotros conversábamos los niños
jugaban a la mancha).
Desde ya
que usted sabe que me siento muy honrado con su amistad y me hubiera gustado
mucho compartir con usted y su familia ese importante momento pero
desafortunadamente su carta ha llegado recién esta mañana a mis manos,
seguramente por la ineficiencia del personal de servicio que no me la entregó
en el momento oportuno. Pero, además, quería que supiera que me encuentro
imposibilitado de caminar, hace ya unos meses que sufro una rara enfermedad:
padezco de fuertes dolores de cabeza, casi no puedo comer, tengo falta de movilidad
en las piernas y apenas muevo las manos, seguramente notará el trazo irregular
de mi escritura. Creo que usted no conoce los acontecimientos de los últimos
dos años, cuando yo le comuniqué que había decidido trasladarme al sur, a la
quinta propiedad de Remedios, quien fue
mi prometida y a quien usted seguramente
recuerda, tan hermosa elegante y discreta, ella me pidió que la acompañara y
era una mujer tan frágil que yo no dudé en hacerme cargo de sus negocios y de
vigilar los menores detalles de su vida,
así ella podía disfrutar de sus fiestas y amistades.
Fue
imprescindible que despidiera al personal que la atendía porque encontré muchas
anormalidades en el manejo doméstico y también en sus finanzas. Remedios era
una joven confiada y delegaba sus asuntos en gente inexperta. Lo primero que
hice fue llamar a Luigi, un experto y refinado cocinero italiano mas acorde con
el nivel social de Remedios y pasamos un
mal momento al despedir a sus viejos empleados. Tuve que tomar decisiones que a
Remedios le costaba afrontar. Como excepción quedó solo Amalia, su dama de
compañía, una joven que comprendía todos los caprichos de Remedios. Desafortunadamente
la salud de Remedios se vió comprometida el último año, a pesar de nuestros
esfuerzos y del cuidado que le prodigamos, se fue debilitando y murió
tranquilamente. Yo le prometí a ella en su lecho de muerte que cuidaría de sus
propiedades, de sus animales, de sus plantas, pero lamentablemente yo también
he enfermado, y me voy debilitando paulatinamente, y es Amalia quien me cuida
personalmente y no permite que nadie se ocupe de la medicación. Bueno, aquí deberé revelarle que ante la falta
de Remedios, surgió un tierno sentimiento entre Amalia y yo. Y es tan celosa de
mi persona y se esmera tanto por mi bienestar que ella también ha cambiado el personal
doméstico, primero fue el cocinero, trajo alguien de su confianza especializado
en comida natural, porque según ella la dieta que me preparan pronto mejorará
mi salud. Ya casi no tengo contacto con nadie, y permanezco recluido en la
planta superior y solo puedo bajar las escaleras con ayuda, no recibo visitas
porque Amalia dice que me fatigo mucho. Ya casi no me llega correspondencia por
eso su carta me alegró tanto, pero lamento que la misma no me haya llegado en su
oportunidad, seguramente se había traspapelado y la encontré hoy dentro de un cajón con facturas impagas.
Me apuro a responderle ya que usted sabe de mi aprecio. Cuando Amalia regrese
esta noche, ella sale mucho, (se aburre mucho aquí en el campo la pobrecita) le pediré que haga enviar mi respuesta. Si
usted quisiera visitarme me sentiré muy feliz. Hasta siempre mi estimado doctor
Ismael
PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS (Saverio)
Yo sé que las
circunstancias me acusan por todos lados, que los hechos están gritando que soy
responsable de la muerte de doña Clotilde. Pero válgame Dios para inventarme yo
toda esta trama que me sindica como asesino, todos lo dicen con la mirada, sí,
asesino de esta señora a la que no hice más que proteger hasta de sí misma, con
su manera de ser tan displicente para con los empleados, sus amistades, todo
aquel que la rodeaba. Sólo puedo hablar bien de Amalita, su ama de llaves y con
ciertas reservas, ya que a su manera, también la adulaba en tonterías aunque no
fuera lo conveniënte para ella, terminaba diciendo a todo que sí, y la halagaba
con tal de sacar alguna tajada, como pulseritas, aritos que la señora no quería
usar más o le decía que no le quedaban bien y entonces ella se los regalaba. He
oído comentarios de otros empleados que
cuando la señora viajaba a la ciudad, en un plis plas se vestía con sus kimonos
para salir al jardín, le usaba sus ungüentos y perfumes. Algo de envidia o amor
enfermizo hacia la señora, no sabría decirlo, pero ni lo uno ni lo otro la
justificarían, eso lo sé muy bien. Y a pesar de todo es la unica que me merecía
confianza.
Todos sus empleados
hemos entrado en servicio siempre por estricta recomendación. Está de más decir
que la señora Clotilde, era una persona muy eficaz en esto y me consta que
también pedía antecedentes policiales de cada uno de nosotros antes de tomarnos
como empleados. Como mayordomo de la casa tenía acceso a esa información. Lo
que me hace culpable de los hechos es la cercanía que tenía para con la señora.
Siempre fui franco con ella, prefería decirle las cosas que no le gustaban
antes que halagarla falsamente y seguramente que de eso habrá testigos, alguna
de las muchachas de la limpieza o hasta el mismo cocinero me habrán escuchado
la franqueza con la que me dirigía a la señora.
No seré yo el
primero que le hable de los desordenes alimenticios de la señora, comía a
deshoras, se sometía a dietas de adelgazamiento, o de engorde a discreción,
pues nunca estaba conforme con su imagen en el espejo. Para mi lo que tenía era
falta de amor propio porque todo lo repartía entre sus amistades y empleados. Y
esos amigos, extraños para ser amigos por cierto, y más interesados en
vacacionar en la propiedad del mar que en su agradable compañía.
Culpable soy de
haberla querido como no es debido para un empleado, pero no podía dejar de
sentir lo que sentía por ella aunque a mi favor digo que nunca le insinué nada,
nunca intenté conquistarla ni mucho menos, solo estaba a su lado queriéndola en
silencio. Aunque ahora que pasó el tiempo sé que fuí un cobarde porque tendría
que haber renunciado a ese puesto y haberme marchado lejos. Pero me conformaba
con verla, escucharla y observarla en silencio. Y todo por complacer.
Uno de los cambios
que efectué fue contratar a un nuevo cocinero más a la altura de la calidad
culinaria de la señora, contratado a través de una empresa de servicios
domésticos de categoría, donde pude seleccionar un chef francés que hizo
enaltecer a la señora frente a sus invitados. No paraban de adular su mesa.
Diré eso sí, que me
sentía orgulloso de mis servicios. Llegó un día sin que yo lo esperara, que la
señora me pidió que siguiera sus cuentas hasta el más nimio detalle. Recibí de
ella misma el entrenamiento necesario para tratar con escribanos y abogados,
hasta que me dí cuenta con la experiencia adquirida, que no se estaban haciendo
bien las cosas. Cuestiones poco claras de impuestos, declaraciones y cosas así
de las que tuve que interiorizarme en detalle para atajar ciertos problemas
que, de no haberlo hecho, se hubieran convertido en una bola de nieve
imparable, una bomba de relojería con un cronómetro impredecible. Y nadie más
alejado que yo de la vulgar fanfarronería, simplemente hacía mi tarea lo mejor
posible, y creo no haber errado en nada.
Sólo me faltó ser
médico, esto que le digo ahora mismo me quiebra. Una desazón en el pecho por no
haber visto cómo eran de graves las cosas. Con esta manía de adelgazar y
engordar un un santiamén, la señora iba debilitándose cada vez más. Yo no
notaba nada más que sus cambios en la apariencia y el humor. Decía que tenía
que purgar toxinas y estaba días enteros a base de sales de fruta y una manzana
al día. Después resultaba que las costillas se le marcaban demasiado y el
dilema era quitarse las flotantes o volver a subir unos kilos. Yo no sabía cómo
reaccionar, los cambios de humor de la señora eran evidentes, cambiaba de
personal doméstico porque alguien tenía que cargar las culpas de su malhumor.
Creo casi sin margen de error que hemos cambiado de personal dos veces desde
que entré a esta casa, lo que no es poco pues éramos doce personas en el
equipo. Tenía que ser yo quien
intermediara con ellos y la señora Clotilde. Pero cuando a ella se le ponía
algo en la cabeza no paraba hasta conseguirlo y después era como un triunfo, se
la veía exhultante, llamaba a su amiga modista y le encargaba dos o tres
vestidos nuevos, o salía bien temprano y volvía al atardecer con cinco pares de
zapatos de Harrods. Y eso que Buenos Aires estaba a cuatrocientos quilómetros,
pero ella iba y volvía en el día solo para esto.
Con Antoin, ideamos una dieta libre de harinas
y azúcar, para ver si con ello conseguíamos hacerla comer más regularmente.
Pero se entusiasmaba con los sabores dulces, me consta por los dichos de
Amalita, que en su habitación había envoltorios de bombones y chocolates debajo
de la cama, de a montones, lo que la enloquecían eran los havannet, esos
bocaditos nuevos que salieron hace un par de años, pues salía a la hora del té
para irse al centro a la confitería para traerse la cartera llena.
Era la señora de la
casa, dueña de su fortuna y sus caprichos. Nadie podía ponerle límites ni
obligarla a ir al médico. Sólo pisaba la consulta del cirujano plástico. Sabrá
usted que la vanidad de las mujeres con dinero puede adquirir proporciones
dantescas. No solo de dietas estaba enviciada, también de borrarse las arrugas
que le aparecían en los ojos o los labios, aunque estuviera 15 días con vendas
y sin poder asomar al sol. Desde ya le pido discreción en estas cosas. No
quisiera que me cataloguen de indiscreto. A pesar de que doña Clotilde ya no
esté con nosotros, su memoria no debería enturbiarse.
Este doctor, al que
yo llamaba “su doctorcito Menguele” creo yo que tenía pocos prejuicios y muchas
ganas de experimentar con el bisturí, porque de otra manera le hubiera puesto
límites o haberse negado a operarla más de una vez. Fue en una de estas
oportunidades en que llegaron unos papeles urgentes, pero estaba tan postrada
por la operación que me pidió expresamente que ejercitara su firma. Yo me
escandalicé y le dije que todo tenía un límite, pero ella insistió –Sólo por
esta vez Ismael, estos papeles tengo que entregarlos mañana mismo y tengo un
dolor de cabeza que se me parte y no me puedo mover, cómo querés que me ponga a
firmar si no puedo ver donde pongo la mano?- Accedí con la condición de que
fuera la unica vez. –Sí, sí. Tranquilo que la dueña de todo sigo siendo yo y no
estoy chocha, apenas operada.
-Pero señora
Clotilde, habíamos quedado que iba a ser la unica vez- le dije unos ocho meses
después, cuando lo de las 350 hectáreas y en plena producción. –Sí ya sé, pero
ví que lo hiciste tan bien y sos tan bueno que una vez más no pasa nada, además
yo leo lo que vos firmás. Qué te cuesta? Acaso no te pago bien o me vas a pedir
aumento de sueldo por un garabato? Además
lo que firmes a mi nombre yo siempre me entero y te puedo acusar de
falsificar mi firma y vas preso. Quién te va a creer que alguien en su sano
juicio te va a pedir que falsifiques su firma? Para mi es más seguro así que
darte un poder, ahí sí que me podés jorobar de lo lindo. Firmame la venta del
terreno de Balcarce, que me voy a quedar unos días más en Termas y para cuando
vuelva me van a jorobar el precio.
Colgó el teléfono y
me quedé con el tubo en la mano, sudando y con rabia. Yo todo lo hacía por ella
pero resulta que acababa de decirme que tenía la doble intención de usarme a mi
para sus negocios y si algo saliera mal tendría a quién acusar! Vender
semejante propiedad con el ganado en pie, no solo las tierras, era algo
descabellado y no estuve de acuerdo, pero no me quedaba otra que obedecer. Eso
se convirtió en dos departamentos que compró en el edificio más alto de
Sudamérica, en plaza San Martín
Al menos puedo asegurar
con testigos de su confianza que el testamento a mi favor lo firmó ella y
frente al escribano, que asentó su firma como testimonio de que todo fuera
legal. Nadie podrá decir que yo falsifiqué semejante documento a mi favor. No
puedo decir qué fue lo que movió a la señora Clotilde a legarme prácticamente
todo. Claro que la fortuna ya estaba mermada sobre manera porque la venta de
Balcarce no fue lo único de lo que se desprendió. También vendió el bote
propiedad de su fundación. Se deshizo de dos de sus autos y se quedó con el de
menor categoría. Los terrenos de Quila Quina, linderos con San Martín de los
Andes desaparecieron sin que yo me enterara y eso que había dicho que dejaba
todos sus negocios en mis manos. Dos
meses después de la venta de los coches, los acontecimientos concernientes a su
salud, se fueron precipitando de una manera vertiginosa hasta llegar al triste
desenlace del que se me acusa. Nunca escuché a nadie hablar mal de mi, pero
esta casa se volvió solitaria y eso habla por sí solo.
Nunca hice nada en
contra de su salud. Un deslíz con la memoria lo tiene cualquiera así que no
presté atención a las primeras semanas de los síntomas. Pero luego las pérdidas
de memoria, o como ella los llamaba, sus deja vú, se hicieron más frecuentes, además
de esos ataques de ansiedad por lo dulce y después la llorera de culpas que
pasaba en su habitación. Amalita también empezó a notar estas cosas y lo
comentó conmigo, así que le prometí vigilar si notaba algo yo también. Pero no
hubo manera de que fuera al médico. Amalita insistía en acompañarla para un
simple chequeo, seguramente hubiéramos llegado a tiempo, pero era tan
voluntariosa! Para que no la
molestáramos más nos había dicho que había ido y a los días nos dijo que los
resultados habían sido buenos y que no había qué preocuparse de nada. Amalita
trató de sonsacarle detalles pero al final le dijo que los resultados habían
quedado en el consultorio del doctor, poniéndole punto final al asunto. De la
casa anterior donde yo había trabajado, conocí al doctor Fuentes, un psiquiatra
que atendía al hijo mayor de la familia y acudí a él. Siempre es bueno guardar
esos contactos que uno nunca sabe si los puede necesitar. Pues un día hice como
que me visitaba a mi en calidad de amigo y así lo presenté a doña Clotilde. En
un momento y con cuatro palabras dichas, el doctor se dió cuenta de que algo no
iba del todo bien con la señora y mi idea era que ella entrara en confianza con
él para que empezara un tratamiento. Porque si los análisis le salieron bien
como ella nos había dicho, entonces el problema podría estar en otra parte.
Yo sabía que esto
era meterse en camisa de once varas, hay tantos casos en que hacen pasar a uno
por loco y quedarse con la herencia, pero tenía que intentarlo no solo por
ella, por todos, para el personal esta era nuestra fuente de trabajo además de
que uno se encariña con los patrones, ella era mal llevada pero buena persona.
Y no quiero repetir cuánto la llegué yo a querer.
Amalita se quedará
como Ama de llaves, como siempre. Hay algunos del personal que han preferido
irse, por la tristeza. Antoin decidió que si no se harían más esas cenas y
almuerzos donde se lucía tanto, mejor se iba. Así que me quedé solo con seis
viejos colegas que ahora son mis empleados y Amalita que después de tantos años
con Clotilde no tenía adonde irse, además recibió una pequeña fortuna y sus
tareas son las mismas que las de una señora.
Antes contemplaba a
Clotilde en silencio, desde el living mientras ella tomaba el té en el porche,
mirando al mar. Ahora entre el mar y yo ya no está ella. Pero me siento a tomar
el té y percibo su presencia a mi lado.
(Ensayo de diatriba
encontrado dentro de la solapa de un libro, en la biblioteca de la finca del
mar. Muy ajado, con los bordes amarillentos y tal vez olvidado de tan
escondido. Según asumió Amalita, de puño y letra de Don Ismael Gómez, el dueño
de casa desde hace cuatro años, en que muriera la señora Clotilde Barrameda de
Castro. Amalia Díaz imagina que esta carta dirigida a nadie es el mismo
discurso, palabras más, palabras menos, que le escuchó decir a Ismael Gómez a
todo el que quisiera oirlo, como si fuera el guión que debía aprender de
memoria.
Pasados seis años
y siendo que don Ismael se instaló en el Kavanagh hace dos y casi no
pisa la finca del mar, desde que sus únicas compañías fueran médicos y
pastillas, según le contara Rosa, la
empleada que tenía don Ismael en su nuevo domicilio Amalita prefirió la
tranquilidad conque allí reinaba, organizando sus tés con amigas, yendo al
teatro o tomando clases de pintura y literatura francesa con ese profesor dueño
de unos bigotes color caramelo que se arremolinaban entre su cuello y su
almohada un par de veces a la semana.
Ser dueña de unos
cuantos secretitos no la hacían cómplice de nada, por demás difíciles de
probar. Total, siempre que lo necesitara, podría abrir su caja del banco que
ella abrigaba en su corazón como ”el arcón de los secretos que salvan”.
Saverio Longo
Amsterdam 23 de
septiembre de 2013
Carta de Ismael Gómez (Eli)
Septiembre de 2013
Mi Amor:
A la brevedad podré encontrarme con vos, siento que estos meses separados fueron una eternidad para mí.
Toda esta situación fue, por momentos fácil y por momentos difícil. Creo que elegimos bien a esta nueva señora. Nuestra diaria observación, nuestra recolección de datos, todas nuestras investigaciones, dieron sus frutos. Lo que me resultó fácil fue aprovechar sus dificultades con la alimentación para ayudarla a morir lentamente y sin sospechas de estar ayudándola a hacerlo. Lo difícil fue la presencia de la cocinera metiendo su nariz en todos mis asuntos. Sentía su respiración en mi nuca en cada paso que daba.
El hecho de que la propiedad estuviese bien alejada de todo, inclusive de la ciudad, me daba total libertad de movimientos. Sé que esa fue tu idea, hasta hoy la aplaudo. Vos insistías con esta mujer, su soledad, su vivienda en el mar abierta a nuestras miradas. Presenciar algunas de esas tantas fiestas dadas a la alta sociedad nos permitió conocer sus gustos y debilidades. No voy a olvidar nunca su rostro el día que le regalé una pecera con peces exóticos de agua caliente. Fue fácil hacer que se sienta halagada. Nunca estaba conforme con su cuerpo ni con su apariencia. Diría que no le gustaba su vida en general. Con lo cual, con tres o cuatro frases estúpidas por día era suficiente. ¡Qué simple! Enseguida se enamoró perdidamente de mí, pero no como hombre, simplemente como parte indispensable en su vida. Yo era lo que a ella le faltaba. Yo sabía exactamente lo que a ella le hacía bien.
Con el correr de los días y su confianza de mi lado, empecé a involucrarme en sus finanzas. Debo admitir que me obsesioné. En principio quería su cuenta bancaria junto con los intereses que esta generaba, luego no quería que gastara ni un centavo. Era todo mío, todo para vos y para mí. De a poco fui logrando convencerla de no comprar nuevos vestidos, que los que tenía le quedaban bien, cuantos más viejos mejor.
Mis dulces palabras eran con distancia, nunca quiso ser mi novia. Sí, sí, sé que lo habíamos planeado pero no fue necesario. Traté de acercarme a ella de otra manera, con mi piel, con mi cuerpo, pero siempre se negó. Decía que no se sentía lo suficientemente bella para merecerme. Que con mi compañía le alcanzaba, que así la hacía feliz, que lo que ella necesitaba era un amigo que la cuidara y estuviera a su lado. ¿Viste que no eran necesarias tantas discusiones inútiles sobre mi potencial pero necesaria infidelidad? Nada. No estuve con ella. Lo que pienso es que, en realidad, ella necesitaba un padre más que un marido. Eso le faltó en su vida. Yo pude ocupar ese lugar sin grandes esfuerzos.
Creí que sería sencillo agregarle esas pocas gotas en los postres pero aquí aparece nuevamente la cocinera. Siempre pendiente de “su” Señora. Tuve que sacarla de la cocina y asignarle otras tareas. Lo que más me costó fue convencer a su patrona sobre esta nueva actividad para la mujer. Pienso que sentía mucho aprecio por su empleada, lo mencionó reiteradas veces. Cuando logré apartarla de la preparación de los postres me resultó más sencillo seguir adelante con nuestro plan. La salud de la señora se iba debilitando lenta y silenciosamente. Nadie lo percibía, eran normales sus problemas relacionados con la alimentación y su obsesión por la silueta.
Solo me faltaba el remate final. La firma de los papeles en los que me cedía la casa debía realizarse sin levantar ninguna sospecha. Es más, te confieso que en algún momento creí que la metida de la empleada sabía de la existencia de mi cuaderno cuadriculado. Ahí fue cuando decidí mandarla un mes de vacaciones, adelantándoselas. No podía tirar el esfuerzo de tantos meses. ¿Qué hubiera pasado si encontraba mis anotaciones?
Qué más puedo decirte. El resto sucedió sin ningún esfuerzo de mi parte. Solo debía sentarme a esperar que muriera. Débil como estaba solo era cuestión de días. Y así fue.
La noticia impactó a la cocinera pero, no sé por qué, cuando le dije que podía quedarse en la casa, tuve la sensación de que ella esperaba que su Señora muriera, esperaba un desenlace de este tipo. Nunca le agradé pero pareció conforme con mi propuesta de quedarse en la mansión. Parecía inteligente pero en realidad creo que no lo era.
Cuento los días para volver a verte y empezar a disfrutar nuestra nueva fortuna.
Te envío desde el mar todo mi amor,
Ismael
Mi Amor:
A la brevedad podré encontrarme con vos, siento que estos meses separados fueron una eternidad para mí.
Toda esta situación fue, por momentos fácil y por momentos difícil. Creo que elegimos bien a esta nueva señora. Nuestra diaria observación, nuestra recolección de datos, todas nuestras investigaciones, dieron sus frutos. Lo que me resultó fácil fue aprovechar sus dificultades con la alimentación para ayudarla a morir lentamente y sin sospechas de estar ayudándola a hacerlo. Lo difícil fue la presencia de la cocinera metiendo su nariz en todos mis asuntos. Sentía su respiración en mi nuca en cada paso que daba.
El hecho de que la propiedad estuviese bien alejada de todo, inclusive de la ciudad, me daba total libertad de movimientos. Sé que esa fue tu idea, hasta hoy la aplaudo. Vos insistías con esta mujer, su soledad, su vivienda en el mar abierta a nuestras miradas. Presenciar algunas de esas tantas fiestas dadas a la alta sociedad nos permitió conocer sus gustos y debilidades. No voy a olvidar nunca su rostro el día que le regalé una pecera con peces exóticos de agua caliente. Fue fácil hacer que se sienta halagada. Nunca estaba conforme con su cuerpo ni con su apariencia. Diría que no le gustaba su vida en general. Con lo cual, con tres o cuatro frases estúpidas por día era suficiente. ¡Qué simple! Enseguida se enamoró perdidamente de mí, pero no como hombre, simplemente como parte indispensable en su vida. Yo era lo que a ella le faltaba. Yo sabía exactamente lo que a ella le hacía bien.
Con el correr de los días y su confianza de mi lado, empecé a involucrarme en sus finanzas. Debo admitir que me obsesioné. En principio quería su cuenta bancaria junto con los intereses que esta generaba, luego no quería que gastara ni un centavo. Era todo mío, todo para vos y para mí. De a poco fui logrando convencerla de no comprar nuevos vestidos, que los que tenía le quedaban bien, cuantos más viejos mejor.
Mis dulces palabras eran con distancia, nunca quiso ser mi novia. Sí, sí, sé que lo habíamos planeado pero no fue necesario. Traté de acercarme a ella de otra manera, con mi piel, con mi cuerpo, pero siempre se negó. Decía que no se sentía lo suficientemente bella para merecerme. Que con mi compañía le alcanzaba, que así la hacía feliz, que lo que ella necesitaba era un amigo que la cuidara y estuviera a su lado. ¿Viste que no eran necesarias tantas discusiones inútiles sobre mi potencial pero necesaria infidelidad? Nada. No estuve con ella. Lo que pienso es que, en realidad, ella necesitaba un padre más que un marido. Eso le faltó en su vida. Yo pude ocupar ese lugar sin grandes esfuerzos.
Creí que sería sencillo agregarle esas pocas gotas en los postres pero aquí aparece nuevamente la cocinera. Siempre pendiente de “su” Señora. Tuve que sacarla de la cocina y asignarle otras tareas. Lo que más me costó fue convencer a su patrona sobre esta nueva actividad para la mujer. Pienso que sentía mucho aprecio por su empleada, lo mencionó reiteradas veces. Cuando logré apartarla de la preparación de los postres me resultó más sencillo seguir adelante con nuestro plan. La salud de la señora se iba debilitando lenta y silenciosamente. Nadie lo percibía, eran normales sus problemas relacionados con la alimentación y su obsesión por la silueta.
Solo me faltaba el remate final. La firma de los papeles en los que me cedía la casa debía realizarse sin levantar ninguna sospecha. Es más, te confieso que en algún momento creí que la metida de la empleada sabía de la existencia de mi cuaderno cuadriculado. Ahí fue cuando decidí mandarla un mes de vacaciones, adelantándoselas. No podía tirar el esfuerzo de tantos meses. ¿Qué hubiera pasado si encontraba mis anotaciones?
Qué más puedo decirte. El resto sucedió sin ningún esfuerzo de mi parte. Solo debía sentarme a esperar que muriera. Débil como estaba solo era cuestión de días. Y así fue.
La noticia impactó a la cocinera pero, no sé por qué, cuando le dije que podía quedarse en la casa, tuve la sensación de que ella esperaba que su Señora muriera, esperaba un desenlace de este tipo. Nunca le agradé pero pareció conforme con mi propuesta de quedarse en la mansión. Parecía inteligente pero en realidad creo que no lo era.
Cuento los días para volver a verte y empezar a disfrutar nuestra nueva fortuna.
Te envío desde el mar todo mi amor,
Ismael
Carta de Ismael (Gaba)
Estancia
La Soledad, Pcia. De Manaos, Amazonia, 23 de octubre del año del Señor de 1955
Estimada Srta. Flora Vázquez Lucero
Gutiérrez
Condesa de Cambón y Trascamona
Candión, España
De mi humilde consideración:
Espero esta esquela humilde de un servidor la encuentre con salud y
armonía en su vida. Mi corazón vibra de solo pensar lo pronto que podré
contemplar sus ojos transparentes que muestran su alma noble y bondadosa. Sé
que sólo usted, amiga mía, puede comprender mi pesar y mi zozobra en este
trance que el destino me puso en el camino de la vida. Sin su consejo jamás
habría soportado tanto dolor y tanto pesar, se lo juro, como el que soporté
viendo morir así a mi amiga y hermana del alma, quien, como usted sabe, padecía
un mal tan antiguo como el pecado: la gula. Asi es, mi amiga, le juro que
hubiera dejado mi vida a cambio de la de ella, pero no hubo Dios que pudiera
salvarla de su propio espanto. Cuando falleció llegaba a los 200 kilos y no
pudimos prácticamente moverla de su cama. Atrapada por el vicio desenfrenado de
la comida, me pidió contratar un cocinero especialista en comidas
elaboradísimas y repostería fina, y dejó de lado a la bella damita que era su
mano derecha y que la alimentaba bien y sanamente. La niña está desconsolada
por lo que decidí tomarla a mi tutela y protección, para que cuide de este
caserón que perteneció a su ama, y ahora me pertenece pues ella donó sus
últimos alientos, arrepentida de haber rechazado mi ofrecimiento de matrimonio.
No me malentienda: fue el gesto de caridad de un hombre piadoso, de un hombre
de Dios, con la misión de salvar al prójimo del acecho diabólico del
pecado. Jamás podrá compararse con mi
ofrecimiento hacia usted, mi alma gemela, mujer santificada por sus virtudes,
que me acompañará en mi misión por siempre jamás.
Ella necesitaba
quien la cuidara, quien la guiara en el camino del bien, quien pudiera disuadir
a los buitres, porque eso eran, buitres, esos hombres que se hospedaban aprovechándose de su hospitalidad y su
carácter amable y amoroso, y de la compañía de las niñas, sus protegidas, que
alegraban las noches con sus cantos, y mantenían la casa ordenada con sus
habilidades. Y es que la gula, pecado traicionero, no solamente es hambre de
comer, sino también hambre de ser comida, de ser admirada y engalanarse noche
tras noche para las fastuosas cenas que ofrecía, para ella y los caballeros que
se aprovechaban de ella, y de las niñas. Todo eso terminó, yo me encargué, con
la ayuda de Dios todopoderoso, de apaciguar su apetito, de llenar sus horas con
mi cuidado, para mejorar su vida, para que finalmente fuera sana y santa como
amerita su femineidad y su prosapia. Pero no hubo fuerza que la hiciera dejar
de comer. Le ofrecí casamiento para que sintiera que se realizaba su destino de
dama, para darle a su vida un destino divino como esposa de un pastor, para que
pudiera procrear su prole y vivir decentemente como una señora de su hogar.
Pero me rechazó llevada por su pecado que la encegueció hasta el último minuto…
Ahora, con mi
tristeza a cuestas pero liberado por haber cumplido con mi responsabilidad de
hombre de bien, hombre de la iglesia y de Dios, finalmente iré a su encuentro,
si Dios me ayuda, dejando esta mansión triste por un tiempo en manos de las
niñas que ya saben cómo actuar en mi ausencia. Espero emprender pronto el viaje
que me llevará a su tierra, que será también mi tierra, la amada España, madre patria, al encuentro
de la profundidad de sus claros ojos. Nos desposaremos, amiga mía, entrada la
primavera, si Dios quiere y para dedicar nuestro amor al servicio de Dios y
vuestra fortuna para la caridad de quienes nos rodean.
Dios la bendiga,
Pastor
Ismael Gómez
Iglesia
de los Últimos Días de Nuestro Señor Jesucristo Todopoderoso
Carta de Ismael Gómez (el Hueso)
Alma mía:
Este lugar es un
sueño. Lo que siempre soñábamos, ¿te acordás cuando de chicos dijimos que
viviríamos en un castillo y que vos serías la princesa y yo el príncipe? ¿Premonición?
¿Por qué no volver a ser niños? ¿Por qué no volver a creer en cuentos
fantásticos?
Cuando vengas y veas
el acantilado, la gran casona por encima de la loma, en el punto más alto, por
debajo la rompiente, el agua contra las piedras, que se retira y la bruma que permanece
arraigada, su color plomizo que se confunde con el infinito; y nos volvamos a mirar
a la luz de la noche: de la luna y las estrellas, volver a sentir lo que alguna
vez soñamos para nosotros y hoy está a nuestro alcance, esperar a que te
decidas a que todo vuelva a cobrar sentido.
Ya sé lo que se
dice; es un pueblo tan chico y siempre se hablan tantas estupideces, no hagas
caso. Vení como mi invitada. Acompañame una noche o todas las que quieras. Tendrás
el cuarto principal, será todo tuyo, todo nuestro. Haré que nos preparen
ostras, mejillones, salmón blanco, acompañado de un delicado torrontés.
Armaremos una mesa dentro de una glorieta tan especial, como vos te merecés; con
techos circulares, estilo decimonónico, como te gustó siempre, como yo lo sé. Todo
estará ahí para vos, para cuando te decidas a venir.
La glorieta es
igual a la de aquella noche en que nos colamos en el zoológico, donde nos dimos
ese beso mágico, frente a los elefantes y ellos chillaron como si hubiesen
percibido a mi animal interno que aullaba. Pretendieron avisarnos que vendrían
los guardias del zoológico, ahora lo sé, y tuvimos que correr a escondernos. Monos
entregadores que alborotaron a las aves. Sabía que no debíamos entrar, pero no
me reprocho haberlo hecho. Fue inevitable, como los bichos que vuelan hacia la
luz.
Jamás pude olvidar
esa noche en que te arrancaron de mí. Nunca pude olvidarte. Aún hoy siento la
presión de tus dedos en mis manos y el golpe de uno de los guardias en mi
panza, el tironeo del otro, la caída al piso, tu alejamiento, tu llanto. Cuando
recibas esta carta, podremos torcer el destino.
Años después, supe,
entre llantos y resacas, que te ibas a casar. Te vi desde lejos. Sentí tus ojos
tristes a pesar de la sonrisa que ponías para la ocasión y el beso que le debiste
dar a tu falso esposo. No hubiese podido soportarlo de no haber pensado en que
ese, que recibía tus labios húmedos, no era otro más que yo. Con la pistola
cargada con una bala, imaginé tu noche de bodas. Me fue indispensable pensar
que sólo podía ser yo, y nadie más, el que te acariciaba, el que te poseía. Igual
que cuando nació nuestro pequeño Eduardito y nuestra princesita Constancita,
tan parecida a vos, tan hermosa.
He guardado miles
de regalos para nuestros niños ¿me permites que le diga nuestros? Tengo
soldados de lata, caballos y espadas de madera, para que sea un valiente noble
como yo, su verdadero padre. Para ella tengo vestidos de seda, con bolados en
finas telas. Será tan hermosa como vos. Festejo cada cumpleaños yo solo,
soñando en que algún día tocarás a mí timbre.
Hice todos estos
arreglos para que pudiéramos estar juntos por fin. Conseguí nuestro castillo y estamos
tan cerca. Hasta este momento, nada guardaba sentido y no me importó tener que volver
a arriesgarme, igual que aquel día en el zoológico. Fue una decisión tan
estúpida como aquella y, absurdamente, igual de importante.
Sé que tu
situación cambió, pero respondeme si pudiste olvidar esa noche, extraña mezcla entre
lo salvaje y victoriano. Si así fue,
jamás volverás a tener noticias mías, sólo si decides leer los avisos fúnebres.
¿Alguna vez te
preguntaste qué hubiese pasado si no nos encontraban? ¿Decime que nunca pensaste en la vida que
hubiésemos podido tener juntos? ¿O que
tus hijos no son míos? No sé si es un atrevimiento pero lo hago siempre, y presiento que vos también lo hacés.
Mi vida se detuvo
en aquel momento. Todo lo que hice después, fue para poder recuperar ese beso
en la glorieta y retomar el hilo cortado injustamente. Es preciso que reiniciemos
el pasado desde el punto en que lo dejamos, y que abramos la puerta de la jaula.
Que gritemos como los elefantes cuando presintieron que nos enjaularían como a
ellos, e intentaron liberarnos de la vida de sumisión, digitada por tus padres.
Tengo la llave,
pensé al ver la misma glorieta al costado de la casona que la del zoológico, la
misma pintura saltada y mismos manchones de humedad. Tengo la llave, me aseguré
al preguntar a los pescadores quién vivía ahí, y ellos responder que una vieja solterona
amargada y vi, en ese mismo acto, a las almejas y mejillones en su red que se
movían. Desesperado, no pude dejar de pensar que teníamos una nueva
oportunidad, la última, que podríamos cenar alguna vez en la glorieta, volver a
darnos aquel beso suspendido hace más de veinte años. Tengo la llave que nos
libra de nuestro cautiverio.
Siempre tuyo,
Ismael Gómez
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