domingo, 15 de diciembre de 2013

Consigna Nº 11: Cuento infantil

El deseo de Tiago (El Gusti)

El suelo recalcitraba. El vigoroso verano se había presentado en el pueblo. Nadie lo podía explicar pero mientras que en el mástil de la plaza central (y la única) hacía treinta y cinco grados, en las inmediaciones de la iglesia la temperatura pasaba los cuarenta grados. Una curiosidad que al llegar a los oídos de los niños despertó las más fantasiosas explicaciones: que por debajo corrían un río de lava, que se encontraba escondida una nave extraterrestre hirviendo luego de haber viajado por toda la galaxia, que se encontraba una civilización troglodita cuyos hornos los encendían para cocinar niños en el verano y así poder dormir y comer en el invierno, y demás historia. Y por ser el mástil el lugar menos sofocante del pueblo, justo debajo de la bandera, fue el lugar donde los niños eligieron reunirse como obligada alternativa al no poder quedarse en sus casas conectados a Internet.
      Salsipuedes es un pueblo de cinco por cinco cuadras que se encuentra a 35 Km de la Ciudad de Córdoba. Los lugareños decían que por estar perdido entre las sierras, había sido motivo suficiente para que la tecnología recién llegara hacía menos de un mes. Con la coincidencia que la conexión apareció junto a la campaña de cara a las elecciones municipales. Los políticos habían repartido computadoras junto a la boleta electoral. Además habían levantado una antena junto a un cartel que decía: “Conectate al cambio, Rivarola el intendente de todos, todas y todit@s”. Con los años nos dimos cuenta que la red inalámbrica la captábamos desde un comienzo desde la ciudad.
      Y en la primera semana, cada niño experimentó conectarse durante horas a la netbook entregada por Rivarola, inclusive pasando días enteros sin tener registro de lo que pasaba afuera de su exclusivo mundo virtual. Los padres querían que sus hijos salieran de las computadoras y jugaran como lo habían hecho ellos y las anteriores generaciones. Aconsejaban a sus niños salir de sus casas para que se diviertan como antes: armar una pelota de trapo, el barrilete del abuelo, balero, treparse a los árboles, rayuela o payana, pero como no había caso, los padres decidieron la solución final: someter a los niños al infierno veraniego de Salsipuedes para contrarrestar a que se convirtieran en compulsivos autistas. Fue difícil. La resistencia fue inmediata.
       Pero a los padres no le importaron los refunfuñes y obligaron a los pibes a que salieran a la calle. Y ellos se juntaron en bandada en el centro de la plaza. Estaban enojados y no querían jugar a lo que les proponían los adultos. Acordaron que eran juegos aburridos y decidieron no hacer nada. Simplemente no hacer nada.
      Y cada día, después de saludarse, se miraban a las caras y permanecían sentados hasta la tarde, hasta el momento en que podían volver a sus hogares y se les permitía encender las computadoras durante una hora, o una hora y media en los casos más permisivos.
      Una tarde, en la que se acercaba la hora del regreso, los niños esperaban sentados en el centro de la plaza mirando el gigante e icónico reloj de la municipalidad que tenía la forma de la cabeza de Rivarola, pasó algo extraño. Era el momento en que ya se habían aburrido de mirarse las caras. Lo único que se habían dicho en toda la tarde era de tener cuidado de no apoyarse en el mástil central porque todavía estaba caliente debido a la resolana que había recibido durante el día. El gordito Lean dijo que era peligroso porque él ya se había quemado el brazo. Corría el tiempo y cuando se estaban por ir, sin decir ni adiós (porque estaban esperando conectarse y verse la cara en la red al cabo de no más de diez minutos), entre los dos árboles de la vereda de enfrente vieron pasar una sombra. Un contorno indefinido. Luego el ente cadavérico corrió para el otro lado escondiéndose en el otro árbol. El gordito Lean distinguió una capucha pero todavía no podía asegurar que se tratase de una figura humana. Y le pareció ver un cuerno: “es el diablo que viene de las cuevas asfixiantes de la iglesia”, dijo. Todos los niños gritaron y Tomás dijo con seguridad que era un monstruo, Fidel dijo que era un vampiro. Víctor dijo que daba igual que era porque de todos modos le daba miedo, pero Maxi insistió y dijo que era uno de los trogloditas hambrientos o un marciano que había bajado de la nave espacial subterránea. Luego todos los demás se echaron a correr. Tiago dijo que esperasen, que no era posible, que no existían ni los diablos, ni los monstruos ni los vampiros, ni trogloditas, ni nada por el estilo pero cuando se volteó, la sombra ya estaba en el árbol siguiente y se le veía el contorno de una bolsa en el hombro. Tiago abrió los ojos y corrió hasta alcanzar al gordito Leandro y al flacucho Fidel.
      Al día siguiente, los niños se juntaron en la plaza y comenzaron a debatir. ¿Le contaron a los grandes?. Lean dijo que su padre había contado que Rivarola era el diablo, pero nadie le hizo caso. Todos los demás respondieron que no habían intercambiado con los adultos porque todavía el enojo de no dejarlos jugar a la computadora no se les pasaba. ¿Alguno vio algo raro en sus casas?, no, y excepto Lean nadie se había atrevido a preguntar. Acordaron que esperarían a la noche y si se repetía la escena enfrentarían a la sobra que tenía una bolsa en el hombro.
      Organizaron un plan: Tiago le lanzaría piedras mientras se acercara y el resto de la banda se le tiraría desde los árboles para sacarle y envolverlo con su propia bolsa. Era perfecto atraparían al ¿Hombre de la bolsa? (preguntó Dani) y lo atarían al mástil central de la plaza.
       Pero todo el plan fue en vano. Esta vez la figura se acercó desde el otro costado de la plaza. Al verlo todos los chicos saltaron de los árboles para correr como nunca lo habían hecho en sus vidas, inclusive Tiago que esta vez no lanzó ni una piedra, fue el primero en llegar a su casa.
      Al día siguiente, se convocó a una segunda asamblea y Tiago planeó atar una tanza entre los árboles que desembocaban al mástil. Así lo atraparían fácil porque una vez que se cayera al piso le robarían la bolsa y lo meterían adentro. Pero si vos sos un miedoso, lo señaló Fidel. De ninguna manera, lo que yo digo se cumple, replicó Tiago y apretó bien fuerte los puños y la mandíbula.
      Y esa tarde la sombra apareció como todos los días. Se acercó ligera como una gacela. Y se enredó con la tanza y cayó al suelo tal como lo habían planeado. Tiago tuvo el impulso de correr, pero su orgullo pudo más y sintió que era su oportunidad de redimirse y ordenó que atacaran a los niños que intentaban escaparse. Volvieron como verdaderos soldados en un frente de liberación y saltaron sobre la sombra. Sintieron un lamento.
      Tiago aferraba con fuerza la cuerda de la bolsa. Y escucharon: el Hombre de la Bolsa tenía voz humana y se agarraba la rodilla. Y al ver que no se incorporaba se animaron de a poquito y preguntaron quién estaba ahí. Desde las profundidades de la bolsa se escuchó una voz aguda: esperen chicos soy el Mago Mai y no vengo a hacerles daño, solo vengo a ayudarlos y a cumplir sus deseos. No, mentira, vos sos el Hombre de la Bolsa y viene a llevarse a alguno de nosotros para comérselo con los Trogloditas. Y el Mago Mai se rió con una voz dulce y sacó un brazo de la bolsa. Cuando abrió la mano apareció un chocolate. Se lo arrebataron. Cerró el puño y lo volvió a abrir con más chocolates y a medida que los niños se los sacaban repetía la ecuación. Los niños lo soltaron.
      Una vez sentado en la escalinata del mástil se sacudía el polvo de los hombros. Tenía rasgos suaves y mucha barba. Soy el Mago Mai y vengo a cumplirles todos los deseos, inclusive aquellos que escribieron en la carta a papá Noel y se les hizo el sota para la navidad. Y los escucho de a uno y luego se los hizo anotar con una birome roja en sus propias manos. Y les dijo: “mañana cuando vuelva a la noche todos sus deseos estarán cumplidos”. Yo quiero ser jugador de fútbol, dijo Fidel, yo profesor de música, dijo Dani, yo científico, dijo Maxi, yo astronauta dijo el gordito Leo y tantos otros, por último Tiago dijo: “Yo quiero ser un gran pintor de paisajes”. El Mago Mai dijo que debían, junto a la inscripción con color rojo que ya lucían en sus manos, y como requisito necesario para que se cumpliera el deseo tenían, que llevar al día siguiente algo relacionado con su deseo. El encuentro sería a la misma hora en el viejo y conocido mástil de la plaza central. Luego caminó meditabundo y desapareció en el ocaso. Todos los niños marcharon hacia sus casas con los ojos hipnotizados. Luego de cenar en sus respectivas casas, buscaron algo relacionado con su deseo. Esa noche se les hizo tan tarde que ninguno conectó sus computadoras.
      Al otro día, el Mago Mai llegó puntual y hubo quién casi le tiró una piedra pero el Mago Mai con una sonrisa suave pudo contener al agresor. Y Comenzó a mirar cada una de las producciones: un cohete con palitos de helado del astronauta, el pentagrama del futuro músico, una semilla en un frasco del prometedor científico. Fidel se había puesto el pantalón de fútbol de su abuelo que había jugado en la reserva del club Talleres.
      ¡Chicos miren!, el Mago Mai se parece a la madre de Tiago, señaló el gordito Lean. Detrás de la barba se cayó un largo y rubio mechón de pelo. No es cierto, dijo la voz aguda del Mago Mai y se echó a andar para perderse en la cuadra de la iglesia. Nunca más apareció.
      Todos los chicos tiraron los objetos y con saliva borraron la inscripción roja que lucía en sus manos. El único que se apartó para ir al centro de la plaza, en los escalones del mástil fue Tiago. No borraba la sonrisa de su cara. Se sentó en el último nivel de la escalinata y agarró una rama del suelo y mientras el resto de la banda volvía para sus casas hablando de conectarse al DOOM, además que aseguraban que como ya no tenían miedo podían matar hasta el último de los monstruos que se le apareciesen. Tiago permaneció sentado y empezó a mirar el atardecer. Agarró una rama y comenzó a hacer círculos en la tierra formando figuras, una y otra vez, hasta que se hizo de noche.


                                                                                               El Gusti




La fiesta de las palabras (Hueso)

−Ya voy −grita Jazmín desde el cuarto y frena de buscar entre los juguetes. Estira el cuello. Apunta hacia la puerta. Busca que sus palabras bajen las escaleras lo más rápido que puedan, vayan por los escalones −quizás corriendo− y lleguen precisas hacia el oído de su Mamá. “Ya”, llega primera y, “Voy”, apenas un rato después.
Al ver salir así a sus palabras, atolondradas, tropezando se entre ellas, Jazmín mira a los costados. Piensa que algo va a pasar pero sigue buscando entre los juguetes.
Levanta los almohadones y corre las sábanas. No hay nada por aquí. Camina hasta el placar, alza las remeras y las vuelve a ubicar como puede –todas mal dobladas−. Su mamá se va a enojar.
Mira por debajo de la cama. Ve el alfajor que escondió ayer para no convidar a su hermano pero no encuentra lo que busca.
−Apurate Jazmín que no espero más −grita la Mamá. Ya puso las manos en la cintura (mala señal) y se pregunta si tendría que ir a buscarla (esperemos que no).
−No puedo, mamá −dice Jazmín y sus palabras saltan. “No”, le hace pata a “Puedo”, que se anima pero le cuesta un poco más y, “Mamá” los sigue, unos pasos por detrás, para que no yerren el camino. Llegan hasta la puerta y se sientan a esperar.  
¿Dónde lo habré puesto?, se pregunta Jazmín. Sabe que se tiene que apurar. Abre un cajón, revuelve medias y bombachas que se arrugan, pero por suerte nadie se va a enterar (problema menos).
−Si subo, ¡se arma, Jazmín! −grita la Mamá; y da un primer paso, el pie derecho queda más adelante que el otro y lo usa para dar pequeños golpecitos en el piso con ritmo de cha cha cha.
 −Un segundo −dice Jazmín y, “Un”, camina desganado hacia el lado opuesto de la puerta. Quiere estar solo, después de todo es de la familia de los uno. Se asegura de que “Segundo” salga tan rápido como siempre, y así lo hace, apenas se deja ver, en su lugar, deja una cola de cometa. Al verlo, “Un” apura el paso para llegar a tiempo o como pueda, al oído de mamá, para que al menos pueda escuchar “segundo un”.
−¿Qué dijiste, Jazmín? −pregunta Mamá.
Jazmín no quiere hablar. Sabe que la situación se le está escapando de la mano o mejor dicho de la boca. Se tira al suelo para seguir buscando. Se le levanta la remera y, sin querer, su pancita toca rulitos de la alfombra y le dan cosquillas.
−Ja ja. Ji ji. –“Ja” se sujeta del puntito de “Ji” y comienzan a dar vueltas al ritmo de un vals de casamiento. La otra pareja “Ja – Ji”, quitan el puntito de la “i”, con esfuerzo, para poder jugar tenis con la J.
Jazmín no puede ir hacia la puerta. Tendría que atravesar una pista de baile sin bailar o una cancha de tenis sin jugar. Compenetrada, sigue buscando. Sabe que no puede hablar. “Ja – Ji”  del vals no pierden el ritmo y “Ja – Ji” del tenís necesitan concentración para jugar.
−Es la última vez que te lo digo, Jazmín. ¡Venís ya! −grita la Mamá, moviendo la cola al ritmo del cha cha cha.
Jazmín sabe que no puede contestar o tendría más problemas.
−No puedo −se sorprende al decir.
“No”, se interpone entre la pareja “Ja – Ji” de tenis, y “Puedo”, hace señas para que sigan jugando. “No”, se enoja y pide a la pareja “Ja – Ji” del bals que dejen de bailar y, “Puedo”, hace gestos para que no le hagan caso.
Jazmín aprovecha la confusión, corre hasta la puerta, al llegar, mira a su mamá bailando cha cha cha.
−Está poseída por el cha cha cha –Se le escapa y se tapa la boca con las dos manos. Van a ser un montón en la habitación
“Está”, “Por” y “El” bailan Cha Cha Cha.
“Poseída”, intenta hipnotizar a “No”, que la mira atento. Casi lo logra, si no se hubiese desconcentrado por una vuelta que “Ja” le hizo hacer a “Ji”.
−Ahora si se arma –dice Jazmín y se agarra la cabeza.
“Arma”, da instrucciones y organiza la fiesta. “Ahora”, enciende y apaga la luz y pone espejos para dar ambiente. “Se”, salta y agita los brazos y, “Si”, se abraza tan fuete con “No”, que se transforman en “Sino”. La pareja “Ja – Ji” del vals se sujetan de la cintura de “Puedo” y “Puedo”, lo hace de “Ja”. “Ja”, de “Ji”, que deja la raqueta. Se forma un trencito sintáctico, al que se suma “Cha Cha Cha” y dan vueltas por toda la habitación.
−Al túnel −dice “Ja”, que se pone a la cabeza del trencito. Pasan por debajo de la cama, esquivan sus patas, aplastan el alfajor escondido y desparraman dulce de leche por la habitación.
Jazmín mira el engrudo con dulce de leche en la alfombra. Se muerde la boca para que no aparezcan nuevos invitados. Tiene que encontrar urgente lo que busca. Corre hasta la repisa y casi la atropella al tren sintáctico. Encuentra el silbato de emergencia que le dio su papá, toca la punta. Se acaba todo si da una chifladita. Mira el trencito que sigue dando vueltas.
Aparece la Mamá, es demasiado tarde.
−¿Qué es este desastre? –pregunta la Mamá.

Jazmín mira como se divierten sus palabras. Después de todos son suyas. Guarda el silbato, no lo va a usar. Baja la cabeza y hace trompa porque sabe que la van a retar por el desastre en que quedó la pieza.  


Aquiles (Estela )

 Aquiles se ha pasado todo la tarde leyendo un libro sobre mitología. Descubrió entonces  la historia de los dioses griegos, algunos tenían poderes sobrenaturales, eran muy fuertes y a veces cuando navegaban  se encontraban con sirenas o monstruos amenazantes. También participaban en guerras y luchaban con valentía e inteligencia. Aquiles estaba muy entusiasmado y pensó:
─ ¡Que vida tan interesante tenían los griegos! ¡Ojalá yo pudiera vivir aventuras como esas! encontrarme con sirenas, luchar con lanzas en alguna batalla. Pero no,  tengo que ir a la escuela, estudiar,  hacer las compras en el almacén cuando me pide mi mamá, y ahora tengo que dejar de leer para ir a la casa de mi tía. Claro, mi mamá llega tarde y me dijo que fuera a tomar la leche con mi primo. ¡Que aburrido!
Cuando Aquiles sale de su casa ve a su vecino Ulises peleando con Héctor, el nene que vive enfrente. Los dos intentan subir a un caballito de madera y se empujan con rabia. El caballito se balancea y los dos caen al piso y siguen empujándose.
─ Ey, chicos no peleen ─ les grita Aquiles. Los separa y el más chiquito llora y corre hacia su casa.
─ ¿Que pasa Ulises? ¿Por que pelean? ─­ Interroga Aquiles
─ Héctor me quiere quitar mi caballito ─ responde enojado.
─ Pero, ¿no podes prestárselo?, me parece más divertido si juegan juntos ─ Aquiles piensa que si lo hace reflexionar ellos podrán amigarse nuevamente.
─ No sé, es mío.
─ Bueno, entonces jugá sólo.
─ Ah, no, así me aburro,
─  Si es así buscá a tu amigo. ¿Sabés que se me ocurre?, dejá el caballo frente a la puerta, te escondés y cuando abre salís de tu escondite y le decis ¡sorpresa! Y lo invitás a jugar un rato cada uno.
─ Uy, si, no va a saber quien le dejó el caballo, ja, ja.
Aquiles sigue su rumbo.
Y ve  un nene que llora asustado,
─ ¿Que te pasa? le pregunta.
 ─ Me perdí.
 ─ Pensá por donde viniste.
 ─ Creo que cruzé  la plaza.
 Aquiles recuerda que algunas veces lo ha visto jugando en una casa con jardín que está frente a la plaza, entonces lo lleva de la mano. En ese momento una señora corre preocupada hacia ellos.
Es mi mamá, dice el nene y se abrazan
─ Gracias ─ le dicen
 De pronto comienza a soplar  un viento muy fuerte y un sombrero pasa volando junto a él, detrás un señor corre para alcanzarlo. Justo a tiempo, Aquiles lo atrapa en el aire antes que caiga en la fuente de la plaza.
─ Gracias ─ dice el señor
 Mientras le entrega el sombrero,  ve un pichoncito en el suelo, mira hacia arriba y descubre un nido en una rama y una paloma que vuela desesperada alrededor.
─ ¡Se ha caído del árbol!
Lo pone con cuidado en un bolsillo y trepa al árbol y lo deposita  en el nido. Aquiles escucha pio, pio, es la paloma que dice gracias en su idioma. Luego baja despacio y continúa su viaje silbando.
─ Jugás con nosotras ─ le preguntan unas nenas que saltan a la cuerda.
─ No puedo ahora, chicas, me está esperando mi tía.
─ Si, jugá un ratito, después te vas ─ insisten las niñas.
Las chicas tratan de sujetarlo, pero Aquiles vuelve a explicarles que jugará en otro momento, comienza a alejarse pero ellas lo corren aunque no pueden alcanzarlo porque Aquiles corre más rápido que todos, no por nada ganó el campeonato de carrera de su escuela. Cuando sólo falta una cuadra para llegar a la casa de su tía, un grupo de perros comienzan  a ladrarle, a veces cuando están en grupo los perros tienen esa actitud agresiva. Aquiles aumenta la velocidad, como si estuviera de nuevo en la competencia intercolegial. Los perros lo persiguen intentando morderlo.  Llega casi sin aliento a la casa de su tía y alcanza a abrir la puerta, entra y la cierra justo cuando uno de los perros le tira un tarascón al talón.
─ ¡Me salvé! ─ dice contento.
 ─ Hola, Aquiles ─ lo saluda su tía, que está sentada en un sillón, tejiendo ─  Tardaste mucho, ya estaba preocupada. Pero llegaste justo a tiempo, asi te probás la bufanda que te tejí. ¿Y como has pasado el día?

─ Mas o menos ─ contesta Aquiles ─ la vida aquí es bastante aburrido, no pasa nada. Pero ¿sabés, tía? estuve leyendo la historia de los héroes griegos  ¡ellos sí que se divertían! 

                                                                  Estela, noviembre 2013


KIRAH SE VA DE VIAJE (Saverio)

Kirah tiene cuatro añitos, su mamá y sus tres hermanos mayores están en el campo trabajando.
Ellos tienen que juntar las chauchas de arvejas que ya están gorditas y meterlas en una bolsa de tela que tienen atada al cuello y colgando a un costado. El más chico de los tres parece un poco vago pero el pobre tiene un agujero en su bolsa y se le van cayendo un montón de chauchas de las que junta. Los otros dos se ríen de él y la mamá los reta diciéndoles que lo ayuden en lugar de burlarse del pobre hermanito. Pero al pequeño le da un poco de rabia tener menos chauchas que los otros dos y se pone a gritar que él también está trabajando y que no vale tener menos que ellos. La mamá se acerca a él y le hace un nudo en su bolsa, para que el agujerito quede cerrado y así empieza a llenarse su bolsa tan rapidamente como la de sus hermanos.
Todo esto Kirah lo sabe porque cuando vuelven a casa su hermanito mayor le cuenta todas las cosas que hicieron, y él le cuenta como estuvo todo el día acomodando los cuencos de coco uno encima del otro para montar torres altas y reirse cuando caían al suelo. También había sacado agua del pozo aunque sale un poco marrón porque hace tanto que no llueve que el agua se mezcla con la tierra. Pero la mamá les enseñó que igual tienen que juntarla y ponerla en cuencos, que después de un rato hay que pasarla a otro cuenco,con un trapo encima, cuando la tierrita se queda en el fondo. Y así se va limpiando el agua para después poder tomarla.
Kirah se va a hacer cazador como su papá. Hace mucho que su papá se fué a cazar pero cuando vuelva les va a contar todos los animales que cazaron, y después cómo los llevó al borde de la ciudad blanca para venderlos junto con sus amigos cazadores. Cuando vuelve siempre trae bolsitas de diferentes comidas, y una harina con la que mamá les hace unas galletas muy sabrosas que después de aplastarlas un rato entre las manos, las pone en un agujero en la tierra con maderitas encendidas y al rato ya están cocidas. Están muy ricas cuando están calentitas pero solo pueden comer una, las demás las tienen que dejar enfriar para el desayuno de los días siguientes porque calientes caen muy pesadas.
Kirah y su hermanito son muy amigos, igual que los dos hermanos mayores son muy amigos. Siempre arman guerras de palos en dos equipos, a veces ganan Kirah y Kaly pero la mayoría de las veces ganan Pehmina y Takum, porque son más fuertes y grandes. Igual siempre es un juego, al final todos se quieren y son amigos.
Pasan muchos días más, todos iguales pero papá no regresa y mamá empieza a ponerse muy intranquila, mira hacia el horizonte por donde se pierde el camino por donde se fué papá y mira el campo que está ya casi seco y sin chauchas que juntar. En su mirada hay algo raro, como una sombra más larga que la sombra de la casa a la tarde cuando el sol se esconde detrás del campo.
Después de muchos días se ve a alguien que llega por el camino y salimos corriendo a recibirlo pero Kirah ve que no es papá, que es un señor de botas largas y un turbante marrón en la cabeza. Empieza a hablar con mamá cuando llega y nosotros cuatro estamos esperando a que ella nos explique lo que está diciendo este hombre.
Mamá nos dice que tenemos que irnos, que este señor se va a llevar todas las chauchas y a cambio nos va a llevar a un barco con más gente para cruzar el agua de sal sobre unos cuencos como los cocos pero grandes. Que del otro lado del agua de sal hay una ciudad blanca con mucha gente y donde no hace tanto calor como acá y llueve más seguido y podremos comer otras cosas.
Pehmina, que es el mayor de todos y ya es un hombre le pregunta a mamá por qué no esperamos a papá. Ellase  tapa la cara y dice que él ya está del otro lado del agua de sal y tenemos que ir a buscarlo porque este señor nos va a llevar a todos.
Pehmina le pregunta a mamá por qué se tapa la cara y ella dice que es mejor así, porque con los ojos tapados se lo puede imaginar a él con los brazos abiertos cuando nosotros lleguemos. Orkum-adý nos va a ayudar si le mostramos confianza en su poder- nos dijo ella.
Orkum-adý es la fuerza de la abundancia. Hace muchos meses que no viene pero cuando está por venir, el cielo se llena de nubes blancas y después grises y todas juntas empiezan a chocar y cae agua. Entonces Orkum-adý nos da la abundancia verde y llegan también animalitos a tomar agua al lago y mis hermanos mayores aprenden a cazarlos como papá. Yo también voy a ser cazador y viajar lejos.
Después de unos días de caminar con otras personas que también cruzarían el agua de sal en cuencos gigantes de cocos, llegamos a entender mis hermanos y yo por qué había que subirse ahí. Nunca habíamos visto un lago tan grande, se veía el borde solo donde estábamos nosotros con esa otra gente, esperando a subirnos a uno de los cuencos. Unos hombres que nos escucharon se empezaron a reir y Pehmina se puso muy serio, entonces uno de ellos nos dijo que no son cuencos para comer, se llamaban botes, y los habían inventado los pescadores para flotar en el agua y poder pescar peces para comer. 
Odio el viaje en cuenco botes.  Ya estamos acá hace cuatro noches y todo es agua de sal. Del agua que teníamos en nuestras bolsas ya se está acabando y mamá no nos deja tomar más que un sorbo por rato. La panza nos hace ruído porque las galletas se habían acabado y otra de las familias tenía un cagualí seco que compartía con los demás pero también se acabó. Y los mayores no nos dejan tomar el agua de sal. Tenían razón porque dos nenes que estaban con nosotros no hicieron caso y tomaron agua de sal y se fueron secando de a poco y gritaban. El papá de los nenes lloraba pero al final cuando ya no lloraban, hubo que tirarlos al agua y el papá también los acompañó. Fue muy triste, durante muchas horas el único sonido fue el de las olitas pegando contra el bote y la voz de un señor muy viejo que cantaba algo a Orkum-adý.
Todos estábamos débiles, hasta los ojos nos pesaban y no podíamos abrirlos mucho porque el aire todavía quemaba, no tanto como en el campo pero todavía quemaba y mojarse con el agua de sal era peor, un ratito estaba bien pero después era peor. Yo creo que Orkum-adý ya no nos puede escuchar, porque estamos muy lejos de casa, sino seguro que nos traía la abundancia, pero la abundancia es verde y acá todo es azul, agua azul y cielo azul.
Una de las señoras con turbante vio a lo lejos otro cuenco gigante y empezó a gritar que les hiciéramos señas para que nos vinieran a buscar. Detrás de ese cuenco azul y blanco había una línea luminosa de tierra, parecía desigual, no era como la playa lisa de donde partimos, era como que tenía partes de tierra alta y partes más bajas. También se veían construcciones poderosas, me imaginé que serían parecidas a esas que vimos en un dibujo de un papel, en el que papá había traído un trozo de carne seca en sal y se veían caminos lisos y a los costados, esas casas poderosas con ventanas unas arriba de otras. Nunca había visto que hubiera casas tan altas pero era lo que parecía de lejos, atrás del bote azul y blanco.
Todos empezamos a saltar y mover los brazos para que nos vieran. Eramos muchos pero estábamos tan lejos del otro bote que teníamos miedo que no nos vieran. De repente, escuchamos un ruido fuerte de agua contra el bote y algunos nos caímos al suelo pero unos tres señores cayeron al agua y desesperados empezaron a querer trepar por el borde y otros ayudarlos a subir. Pero algo salió mal y las aguas de sal se pusieron bravas, entre gritos, ruido de agua, y brazos y piernas todos enredados tratando de salvar a estos hombres, el cuenco empezó a girar hacia un costado.
Ahora puedo sentir lo difícil que es moverse en tanta agua. Siempre con mis hermanos jugábamos en el lago, pero el lago nunca nos llegaba más alto que la cintura, era muy fácil saltar y brincar mientras gritábamos y nos tirábamos agua, pero acá no podemos tocar la tierra abajo. De repente el cuenco azul y blanco lanza un grito muy fuerte, y se ven unas luces por arriba de un palo que le sale encima y más gritos fuertes largos y vemos cómo se acerca. Yo miro para todos lados a ver si veo a Kaly, Pehmina y Takum y a mamá. Y sí qué alegría, los encuentro a Pehmina y Kaly pero a nadie más. Hay gente que se empieza a hundir en el agua de sal. Yo me desespero un poco porque me hundo, claro, no sé flotar en tanta agua, pero también siento la alegría del agua fresca en la piel, aunque beberla no me gusta, pero no puedo evitar que se meta por la naríz, yo cierro la boca pero por la naríz no puedo evitar que entre. De repente veo a mamá y otra mujer parece que le pone las manos encima para subir ella y no hundirse. Yo grito que no lo haga, que es mi mamá. Kaly me agarra de un brazo para que no nos hundamos también pero es difícil. Pehmina está agarrado a nuestro bote con otra gente y nos busca con la mirada pero no nos ve. En el bote azul y blanco hay unos señores con la piel muy clara que hablan muy diferente a nosotros. Empiezan a tirar unos círculos naranjas al agua y la gente los empieza a agarrar como pueden. Otros empiezan a subir por unas cuerdas que la gente clara tira de su bote, pero algunos no llegamos, estamos un poco lejos del bote azul y blanco y creo que somos muchos, aunque parece grande no creo que entremos todos. En un momento me doy cuenta que hay gente que va desapareciendo, veo menos cabezas y menos brazos. Otros parecen hormiguitas negras trepando por las cuerdas, como cuando las hormigas trepan por una rama para comerse las hojitas de arriba de la planta.
Creo que estoy muy cansado. El agua de sal es tan azul, tan bonita, y me abraza tan fuerte… si me pongo a dormir seguro que voy a soñar pero abajo del agua puedo ver también y veo a Kaly que estira sus manos hacia mi y nos abrazamos. Yo siento que él llora pero con tanta agua no puedo decir que sea cierto. No queremos cerrar los ojos, desde abajo, los rayos de sol parecen columnas blancas que se mueven mientras nosotros bajamos abrazados. Ojalá mamá sepa que estamos los dos abrazados y seguros de que siempre vamos a estar juntos.

FIN

Tres de octubre de 2013, a 700 metros de la costa de Lampedusa (Italia) perecieron cuatrocientas personas que buscaban mejor vida en Europa.
Unos nos rasgamos las vestiduras cuando el otro ya tiene el agua en los pulmones, pero no es nuestra culpa.
Otros nos rasgamos las vestiduras por lo que pasa en la otra punta del mundo y miramos a nuestros hijitos y decimos “acá esto no pasa gracias a Dios”
Esos mismos que pasamos en colectivo por Retiro y miramos hacia el Kavanagh y calle Florida que se ve más lindo, pero en la nuca nos está pegando una 31 con su paco y padres que salen a las 5 de la mañana a laburar sin saber qué estarán haciendo sus hijos. O tal vez donamos diez euros mensuales a una ONG que ayuda a refugiados y desplazados en algún lugar de Africa y ya dormimos tranquilos bajo nuestro techo europeo aunque tiremos en el primer tacho de basura en la calle la mitad del bigMc que nos acabamos de comprar porque no nos entra en el estómago y sin pensar en que hay doscientos mil nenes que mueren literalmente de hambre en el mundo y anualmente.
Todos somos dueños de la doble moral, gracias a ella podemos dar un paso y salir a la calle, volver a la cama y  amanecer al otro día para seguir en la lucha. Todos nos inmunizamos ante el bombardeo de noticias inhumanas: bombardean con drones una escuela en horario de clases; se puede matar un afroamericano adolescente y ser sobreseído pero serás proscripta si muestras tus senos en público; puedes acosar a tu secretaria que de aquí a que ella pueda demostrar que es cierto todos se habrán olvidado del caso, y lo mejor de todo es que ella sera considerada una chica fácil, pero puedes pasar cinco años en la cárcel por haber pirateado algo en internet; puedes mandar a tus compatriotas deportistas a Japón para el 2020 y negar los informes que dan cuenta de la radioactividad presente en las aguas japonesas gracias al combo Fukushima-tsunami del 2011, después vovlerán con un incipiente tumor pero ya lo resolveremos en su momento.
Mientras tanto ve a visitar los glaciares del sur, tercera reserva mundial de agua potable, antes que terminen de desaparecer como tal y sean contaminados por explotaciones mineras por ejemplo, y de paso date una vuelta por la pampa húmeda a disfrutar de ver las vacas pastando libremente antes que todo quede cercado y con carteles de “propiedad privada Monsanto” y las vacas queden hacinadas en corrales comiendo forraje industrial. Y si quieres puedes ir a conocer la Torre de Eiffel en vivo y en directo, pero asegúrales a los franceses que estás solamente de turista, actualmente ser extranjero en Francia es delito capital, ellos quieres saber que les dejarás tu dinero y te marcharás en pocos días (condición sin e qua non).
Voy a cerrar diciendo que ser aveztrúz y meter la cabeza en el hoyo nos deja el culo como un blanco a tiro perfecto, y puede que podamos vivir con ello, pero ya ni siquiera tenemos que pensar en qué será de nuestros nietos, porque nuestros hijos ya están en peligro.


Amsterdam 21 de octubre de 2013


Mechi y el mar (Saverio)

Los ojos de Mechi estaban grandes como platos, color café, con la profundidad que pueden tener el infinito en los ojos de una nena de 5 añitos recién cumplidos, recibiendo el regalo que había pedido pero no pensaba que se fuera a cumplir su deseo. De hecho, la mama le había dicho que para eso tendrían que pasar unas cuantas cosas antes.
Sus ojitos perdían el brillo soñador mientras imaginaban todo lo que le iba a costar ordenar su habitación todos los días. Tampoco es que tuviera tantas muñecas ni ositos, pero siempre estaba menos ordenado de lo que ella misma podía reconocer.  Por qué nunca me creés cuando te digo que no lo dejé abajo de la cama? –Le decía a su mama. -Estaba al lado de la calesita, mami…
Había un  estante al que tenía que llegar subiéndose a la mesita donde dibujaba con sus lápices de colores, animales fantásticos que nacían mientras sus ojitos cerrados flotaban en neblinas de colores, viéndolos aparecer casi de la nada, presentándose de esta manera: Hola Mechi, yo soy el oso-pez-verde, hago piruetas en el fondo del mar y siempre hago carreras con el delfín rojo, pero a veces gano y otras pierdo.
Así le hablaban sus animalitos fantásticos, después ella se sentaba a dibujar todo lo que le habían contado ellos y su mama la felicitaba por lo bien que dibujaba.
Pero cada vez que se subía a la mesita a buscar algo del estante al que no alcanzaba si no se subía a la mesa, sentía que unas manitos le agarraban las medias y se las bajaban mientras ella se estiraba para alcanzar lo que quería del estante, generalmente uno de los libros que le leía mamá o papá antes de dormirse. Igual ella no le prestaba demasiada atención a los tirones de medias y seguía con lo suyo. A veces veía como un rayo que atravesaba su habitación y se quedaba observando pero no pasaba nada más, hasta que una vez, mientras cantaba la canción de la cebolla llorona, alguien empezó a tararearla y después de un rato se dió cuenta que esa vocecita no salía de su cabeza, que salía de atrás de la cama. Pero no hizo nada, siguió cantando la canción de la cebolla llorona y de a poquito, apareció una sombra con los colores del arcoiris que se movía como la cola de un tigre o como la colita de un ratón, de un lado para otro y soltando como estrellitas de colores que iban a chocar contra la pared y se deshacían en estrellitas más chiquititas que bailaban mientras ella cantaba.
Llegó un día en que ya no quería salir de la habitación. La mamá y el papá se empezaban a preocupar un poco, no mucho porque Mechi seguía siendo tan dulce como siempre y con una imaginación muy grande, pero pensaban que se había peleado con la amiguita del quinto C con la que jugaba siempre aunque ella les explicó que era un poco aburrida Carla, por eso prefería dibujar y cantar sola.
Pasron unos días y los papás empezaron a notar que en la habitación había más ruidos y parecía que su hijita estaba aprendiendo a imitar voces diferentes, pero no se animaban a molestarla porque era tan buena que seguro que no estaba haciendo nada malo, así que por qué molestarla con preguntas de adultos?
Un día, su mamá bajó de la terraza del edificio donde vivían, con un montón de ropa limpia que había puesto a secar, y después de doblarla la separó en montoncitos diferentes, uno para los cajones de papá, otro para sus cajones y un tercer montoncito con ropa más chica para los cajones de Mechi. Vaya sorpresa se llevaron las dos! Cuando la mamá abrió la puerta, una ola gigante de agua salió hacia el comedor, toda la ropa seca se volvió a mojar! La mamá empezó a nadar desesperadamente.
Mechi tenía puesta una escafandra de las que había dibujado en sus papeles, tenía una  manguera larga color azul que llegaba hasta el techo, pero se asustó mucho al ver a su mamá que no tenía nada puesto para respirar en el agua. Lo más raro era que su mamá no se asustó, empezó a crecerle una cola de pez encima de las piernas, debajo de la pollera de flores que tenía puesta. Su pelo perdió los rulos y se volvió lacio y más largo. El oso-pez-verde se arrodilló frente a ella y la llamó “su alteza la princesa Sirena”, Mechi le preguntó al delfín rojo si era de verdad princesa y el delfín le explicó –es evidente! Tiene cola de sirena, ves su diadema de perlas? –también tenía diadema, era verdad y las perlas eran de siete colores, rojo, anaranjado, amarillo, verde, celeste, azul y violeta!
Su mamá sirena recorrió todo el departamento y comprobó que los muebles eran como piedras y cuevas en el fondo del mar. El televisor que estaba prendido en el canal de las noticias, se había transformado en un túnel que al fondo tenía una salida con mucha luz. Por suerte era invierno y aunque había mucho sol, también hacía frío entonces las ventanas estaban cerradas. Menos mal! sino el agua se hubiera ido por las ventanas abiertas. Después de comprobar que todo el departamente era un fondo marino y había más peces y otros animales que Mechi había dibujado, miró a una ventana y vio que el sol estaba bajando entonces fue a buscar a Mechi que seguía en su habitación y con algo de miedo porque si bien era el mundo que ella había creado, no estaba segura de lo que podría encontrarse fuera de su habitación. Pero su mamá sirena le explicó que tenían que ir a la puerta para recibir a su papá y explicarle muy rápido lo que pasaba, sino se podía asustar y ahogarse por falta de imaginación. Así que cuando la puerta se abrió, al papa le costó mucho esfuerzo entrar porque no es lo mismo caminar fuera del agua que dentro de ella.
Claro que el agua salió por la puerta del departamento e inundó todos los pasillos y las escaleras. Lo mágico era que el agua no se acababa nunca. El papá quiso hablar y le salían burbujas de la boca, mientras le empezaban a crecer unos bigotes larguísimos y colmillos tan largos que la corbata que llevaba puesta se le enredaba en ellos. Ellas se empezaron a reir y lo abrazaron. La princesa sirena le dijo que era el león de los mares más guapo que había visto nunca. La vecina abrió la puerta para ver qué pasaba y se le llenó la casa de agua, todos los departamentos se fueron inundando y convirtiéndose en fondo de mar. Todos los habitantes se transformaban en peces fantásticos, algo raros, de muchos colores y formas diferentes. Eso sí, todos se parecían un poco a la persona que habían sido antes, y esto era muy importante porque así se podían reconocer los unos a los otros. Empezaron a nadar por todo el edificio. Como ya era de noche, nadie entraba ni salía. Estaban en sus casas, transformados en peces, estrellas de mar, caballitos de mar, erizos, algún tiburón azul con la panza blanca a rayas grises, Carla, la del quinto C era una estrella de mar amarilla con rayas violetas, Mechi la reconoció por lo tranquila que estaba en su habitación y sin moverse apenas.
Era fantástico, su mamá no tendría que planchar nunca más, la ropa abajo del agua no se arruga! Tampoco tendría que cocinar, porque había algas y corales que se podían comer. Y había para todos! Los papás y las mamás no se iban nunca más a trabajar, porque ahí tenían todo, los abuelos y abuelas, como siempre les podían contar historias y así aprendían todo lo necesario de la vida. No tenían que ir más a las escuelas y siempre era recreo!
Mechi tenía sus momentos de tristeza, como ella era la creadora de ese mundo, no se había dado cuenta en convertirse a tiempo al principio de todo, y ya era tarde para eso, así que tenía que ir a todos lados con escafandra y el tubo largo azul, pero como la querían tanto y todos estaban tan agradecidos por haber creado este mundo maravilloso, se olvidaba de la tristeza y jugaba…  jugaba, y creaba otros mundos fuera del edificio. Solo tenía que empezar a cartar la canción de la cebolla llorona mientras dibujaba a veces estrellas y planetas, otras veces dragones y luciérnagas fosforescentes, otras veces hadas y murciélagos que volaban juntos de día y de noche.
Y colorín colorado…. Este cuento se ha acabado.

Saverio Longo
Amsterdam 29 de septiembre de 2013




jueves, 12 de septiembre de 2013

Consigna 10: Carta de Ismael Gómez (a partir de la lectura del cuento "La propiedad" de Silvina Ocampo)

Carta Ismael (Estela)



Mar Azul, abril 1955

Estimado doctor Cornejo:
Seguramente usted estará sorprendido por mi silencio y habrá considerado que ello se debía a indiferencia de mi parte, pero nada más ajeno a la realidad. Así que antes de explicarle los hechos que se tradujeron en mi ausencia le envío mis  disculpas por la demora en contestar su amable invitación al casamiento de su hijo Benito, (como pasa el tiempo, doctor, parece que fue ayer que mientras nosotros conversábamos los niños jugaban a la mancha).
Desde ya que usted sabe que me siento muy honrado con su amistad y me hubiera gustado mucho compartir con usted y su familia ese importante momento pero desafortunadamente su carta ha llegado recién esta mañana a mis manos, seguramente por la ineficiencia del personal de servicio que no me la entregó en el momento oportuno. Pero, además, quería que supiera que me encuentro imposibilitado de caminar, hace ya unos meses que sufro una rara enfermedad: padezco de fuertes dolores de cabeza, casi no puedo comer, tengo falta de movilidad en las piernas y apenas muevo las manos, seguramente notará el trazo irregular de mi escritura. Creo que usted no conoce los acontecimientos de los últimos dos años, cuando yo le comuniqué que había decidido trasladarme al sur, a la quinta propiedad de  Remedios, quien fue mi prometida y  a quien  usted  seguramente recuerda, tan hermosa elegante y discreta, ella me pidió que la acompañara y era una mujer tan frágil que yo no dudé en hacerme cargo de sus negocios y de vigilar  los menores detalles de su vida, así ella podía disfrutar de sus fiestas y amistades.
Fue imprescindible que despidiera al personal que la atendía porque encontré muchas anormalidades en el manejo doméstico y también en sus finanzas. Remedios era una joven confiada y delegaba sus asuntos en gente inexperta. Lo primero que hice fue llamar a Luigi, un experto y refinado cocinero italiano mas acorde con el nivel social de Remedios y  pasamos un mal momento al despedir a sus viejos empleados. Tuve que tomar decisiones que a Remedios le costaba afrontar.   Como excepción quedó solo Amalia, su dama de compañía, una joven que comprendía todos los caprichos de Remedios. Desafortunadamente la salud de Remedios se vió comprometida el último año, a pesar de nuestros esfuerzos y del cuidado que le prodigamos, se fue debilitando y murió tranquilamente. Yo le prometí a ella en su lecho de muerte que cuidaría de sus propiedades, de sus animales, de sus plantas, pero lamentablemente yo también he enfermado, y me voy debilitando paulatinamente, y es Amalia quien me cuida personalmente y no permite que nadie se ocupe de la medicación.  Bueno, aquí deberé revelarle que ante la falta de Remedios, surgió un tierno sentimiento entre Amalia y yo. Y es tan celosa de mi persona y se esmera tanto por mi bienestar que  ella también ha cambiado el personal doméstico, primero fue el cocinero, trajo alguien de su confianza especializado en comida natural, porque según ella la dieta que me preparan pronto mejorará mi salud. Ya casi no tengo contacto con nadie, y permanezco recluido en la planta superior y solo puedo bajar las escaleras con ayuda, no recibo visitas porque Amalia dice que me fatigo mucho. Ya casi no me llega correspondencia por eso su carta me alegró tanto, pero  lamento que la misma no me haya llegado en su oportunidad, seguramente se había traspapelado y  la encontré  hoy dentro de un cajón con facturas impagas. Me apuro a responderle ya que usted sabe de mi aprecio. Cuando Amalia regrese esta noche, ella sale mucho, (se aburre mucho aquí en el campo la pobrecita)  le pediré que haga enviar mi respuesta. Si usted quisiera visitarme me sentiré muy feliz. Hasta siempre mi estimado doctor
 Ismael 


PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS (Saverio)



Yo sé que las circunstancias me acusan por todos lados, que los hechos están gritando que soy responsable de la muerte de doña Clotilde. Pero válgame Dios para inventarme yo toda esta trama que me sindica como asesino, todos lo dicen con la mirada, sí, asesino de esta señora a la que no hice más que proteger hasta de sí misma, con su manera de ser tan displicente para con los empleados, sus amistades, todo aquel que la rodeaba. Sólo puedo hablar bien de Amalita, su ama de llaves y con ciertas reservas, ya que a su manera, también la adulaba en tonterías aunque no fuera lo conveniënte para ella, terminaba diciendo a todo que sí, y la halagaba con tal de sacar alguna tajada, como pulseritas, aritos que la señora no quería usar más o le decía que no le quedaban bien y entonces ella se los regalaba. He oído comentarios  de otros empleados que cuando la señora viajaba a la ciudad, en un plis plas se vestía con sus kimonos para salir al jardín, le usaba sus ungüentos y perfumes. Algo de envidia o amor enfermizo hacia la señora, no sabría decirlo, pero ni lo uno ni lo otro la justificarían, eso lo sé muy bien. Y a pesar de todo es la unica que me merecía confianza.

Todos sus empleados hemos entrado en servicio siempre por estricta recomendación. Está de más decir que la señora Clotilde, era una persona muy eficaz en esto y me consta que también pedía antecedentes policiales de cada uno de nosotros antes de tomarnos como empleados. Como mayordomo de la casa tenía acceso a esa información. Lo que me hace culpable de los hechos es la cercanía que tenía para con la señora. Siempre fui franco con ella, prefería decirle las cosas que no le gustaban antes que halagarla falsamente y seguramente que de eso habrá testigos, alguna de las muchachas de la limpieza o hasta el mismo cocinero me habrán escuchado la franqueza con la que me dirigía a la señora.

No seré yo el primero que le hable de los desordenes alimenticios de la señora, comía a deshoras, se sometía a dietas de adelgazamiento, o de engorde a discreción, pues nunca estaba conforme con su imagen en el espejo. Para mi lo que tenía era falta de amor propio porque todo lo repartía entre sus amistades y empleados. Y esos amigos, extraños para ser amigos por cierto, y más interesados en vacacionar en la propiedad del mar que en su agradable compañía.

Culpable soy de haberla querido como no es debido para un empleado, pero no podía dejar de sentir lo que sentía por ella aunque a mi favor digo que nunca le insinué nada, nunca intenté conquistarla ni mucho menos, solo estaba a su lado queriéndola en silencio. Aunque ahora que pasó el tiempo sé que fuí un cobarde porque tendría que haber renunciado a ese puesto y haberme marchado lejos. Pero me conformaba con verla, escucharla y observarla en silencio. Y todo por complacer.

Uno de los cambios que efectué fue contratar a un nuevo cocinero más a la altura de la calidad culinaria de la señora, contratado a través de una empresa de servicios domésticos de categoría, donde pude seleccionar un chef francés que hizo enaltecer a la señora frente a sus invitados. No paraban de adular su mesa.

Diré eso sí, que me sentía orgulloso de mis servicios. Llegó un día sin que yo lo esperara, que la señora me pidió que siguiera sus cuentas hasta el más nimio detalle. Recibí de ella misma el entrenamiento necesario para tratar con escribanos y abogados, hasta que me dí cuenta con la experiencia adquirida, que no se estaban haciendo bien las cosas. Cuestiones poco claras de impuestos, declaraciones y cosas así de las que tuve que interiorizarme en detalle para atajar ciertos problemas que, de no haberlo hecho, se hubieran convertido en una bola de nieve imparable, una bomba de relojería con un cronómetro impredecible. Y nadie más alejado que yo de la vulgar fanfarronería, simplemente hacía mi tarea lo mejor posible,  y creo no haber errado en nada.

Sólo me faltó ser médico, esto que le digo ahora mismo me quiebra. Una desazón en el pecho por no haber visto cómo eran de graves las cosas. Con esta manía de adelgazar y engordar un un santiamén, la señora iba debilitándose cada vez más. Yo no notaba nada más que sus cambios en la apariencia y el humor. Decía que tenía que purgar toxinas y estaba días enteros a base de sales de fruta y una manzana al día. Después resultaba que las costillas se le marcaban demasiado y el dilema era quitarse las flotantes o volver a subir unos kilos. Yo no sabía cómo reaccionar, los cambios de humor de la señora eran evidentes, cambiaba de personal doméstico porque alguien tenía que cargar las culpas de su malhumor. Creo casi sin margen de error que hemos cambiado de personal dos veces desde que entré a esta casa, lo que no es poco pues éramos doce personas en el equipo.  Tenía que ser yo quien intermediara con ellos y la señora Clotilde. Pero cuando a ella se le ponía algo en la cabeza no paraba hasta conseguirlo y después era como un triunfo, se la veía exhultante, llamaba a su amiga modista y le encargaba dos o tres vestidos nuevos, o salía bien temprano y volvía al atardecer con cinco pares de zapatos de Harrods. Y eso que Buenos Aires estaba a cuatrocientos quilómetros, pero ella iba y volvía en el día solo para esto.

 Con Antoin, ideamos una dieta libre de harinas y azúcar, para ver si con ello conseguíamos hacerla comer más regularmente. Pero se entusiasmaba con los sabores dulces, me consta por los dichos de Amalita, que en su habitación había envoltorios de bombones y chocolates debajo de la cama, de a montones, lo que la enloquecían eran los havannet, esos bocaditos nuevos que salieron hace un par de años, pues salía a la hora del té para irse al centro a la confitería para traerse la cartera llena.

Era la señora de la casa, dueña de su fortuna y sus caprichos. Nadie podía ponerle límites ni obligarla a ir al médico. Sólo pisaba la consulta del cirujano plástico. Sabrá usted que la vanidad de las mujeres con dinero puede adquirir proporciones dantescas. No solo de dietas estaba enviciada, también de borrarse las arrugas que le aparecían en los ojos o los labios, aunque estuviera 15 días con vendas y sin poder asomar al sol. Desde ya le pido discreción en estas cosas. No quisiera que me cataloguen de indiscreto. A pesar de que doña Clotilde ya no esté con nosotros, su memoria no debería enturbiarse.

Este doctor, al que yo llamaba “su doctorcito Menguele” creo yo que tenía pocos prejuicios y muchas ganas de experimentar con el bisturí, porque de otra manera le hubiera puesto límites o haberse negado a operarla más de una vez. Fue en una de estas oportunidades en que llegaron unos papeles urgentes, pero estaba tan postrada por la operación que me pidió expresamente que ejercitara su firma. Yo me escandalicé y le dije que todo tenía un límite, pero ella insistió –Sólo por esta vez Ismael, estos papeles tengo que entregarlos mañana mismo y tengo un dolor de cabeza que se me parte y no me puedo mover, cómo querés que me ponga a firmar si no puedo ver donde pongo la mano?- Accedí con la condición de que fuera la unica vez. –Sí, sí. Tranquilo que la dueña de todo sigo siendo yo y no estoy chocha, apenas operada.

-Pero señora Clotilde, habíamos quedado que iba a ser la unica vez- le dije unos ocho meses después, cuando lo de las 350 hectáreas y en plena producción. –Sí ya sé, pero ví que lo hiciste tan bien y sos tan bueno que una vez más no pasa nada, además yo leo lo que vos firmás. Qué te cuesta? Acaso no te pago bien o me vas a pedir aumento de sueldo por un garabato? Además  lo que firmes a mi nombre yo siempre me entero y te puedo acusar de falsificar mi firma y vas preso. Quién te va a creer que alguien en su sano juicio te va a pedir que falsifiques su firma? Para mi es más seguro así que darte un poder, ahí sí que me podés jorobar de lo lindo. Firmame la venta del terreno de Balcarce, que me voy a quedar unos días más en Termas y para cuando vuelva me van a jorobar el precio.

Colgó el teléfono y me quedé con el tubo en la mano, sudando y con rabia. Yo todo lo hacía por ella pero resulta que acababa de decirme que tenía la doble intención de usarme a mi para sus negocios y si algo saliera mal tendría a quién acusar! Vender semejante propiedad con el ganado en pie, no solo las tierras, era algo descabellado y no estuve de acuerdo, pero no me quedaba otra que obedecer. Eso se convirtió en dos departamentos que compró en el edificio más alto de Sudamérica, en plaza San Martín

Al menos puedo asegurar con testigos de su confianza que el testamento a mi favor lo firmó ella y frente al escribano, que asentó su firma como testimonio de que todo fuera legal. Nadie podrá decir que yo falsifiqué semejante documento a mi favor. No puedo decir qué fue lo que movió a la señora Clotilde a legarme prácticamente todo. Claro que la fortuna ya estaba mermada sobre manera porque la venta de Balcarce no fue lo único de lo que se desprendió. También vendió el bote propiedad de su fundación. Se deshizo de dos de sus autos y se quedó con el de menor categoría. Los terrenos de Quila Quina, linderos con San Martín de los Andes desaparecieron sin que yo me enterara y eso que había dicho que dejaba todos sus negocios en mis manos.  Dos meses después de la venta de los coches, los acontecimientos concernientes a su salud, se fueron precipitando de una manera vertiginosa hasta llegar al triste desenlace del que se me acusa. Nunca escuché a nadie hablar mal de mi, pero esta casa se volvió solitaria y eso habla por sí solo.

Nunca hice nada en contra de su salud. Un deslíz con la memoria lo tiene cualquiera así que no presté atención a las primeras semanas de los síntomas. Pero luego las pérdidas de memoria, o como ella los llamaba, sus deja vú, se hicieron más frecuentes, además de esos ataques de ansiedad por lo dulce y después la llorera de culpas que pasaba en su habitación. Amalita también empezó a notar estas cosas y lo comentó conmigo, así que le prometí vigilar si notaba algo yo también. Pero no hubo manera de que fuera al médico. Amalita insistía en acompañarla para un simple chequeo, seguramente hubiéramos llegado a tiempo, pero era tan voluntariosa!  Para que no la molestáramos más nos había dicho que había ido y a los días nos dijo que los resultados habían sido buenos y que no había qué preocuparse de nada. Amalita trató de sonsacarle detalles pero al final le dijo que los resultados habían quedado en el consultorio del doctor, poniéndole punto final al asunto. De la casa anterior donde yo había trabajado, conocí al doctor Fuentes, un psiquiatra que atendía al hijo mayor de la familia y acudí a él. Siempre es bueno guardar esos contactos que uno nunca sabe si los puede necesitar. Pues un día hice como que me visitaba a mi en calidad de amigo y así lo presenté a doña Clotilde. En un momento y con cuatro palabras dichas, el doctor se dió cuenta de que algo no iba del todo bien con la señora y mi idea era que ella entrara en confianza con él para que empezara un tratamiento. Porque si los análisis le salieron bien como ella nos había dicho, entonces el problema podría estar en otra parte.

Yo sabía que esto era meterse en camisa de once varas, hay tantos casos en que hacen pasar a uno por loco y quedarse con la herencia, pero tenía que intentarlo no solo por ella, por todos, para el personal esta era nuestra fuente de trabajo además de que uno se encariña con los patrones, ella era mal llevada pero buena persona. Y no quiero repetir cuánto la llegué yo a querer.

Amalita se quedará como Ama de llaves, como siempre. Hay algunos del personal que han preferido irse, por la tristeza. Antoin decidió que si no se harían más esas cenas y almuerzos donde se lucía tanto, mejor se iba. Así que me quedé solo con seis viejos colegas que ahora son mis empleados y Amalita que después de tantos años con Clotilde no tenía adonde irse, además recibió una pequeña fortuna y sus tareas son las mismas que las de una señora. 

Antes contemplaba a Clotilde en silencio, desde el living mientras ella tomaba el té en el porche, mirando al mar. Ahora entre el mar y yo ya no está ella. Pero me siento a tomar el té y percibo su presencia a mi lado.



(Ensayo de diatriba encontrado dentro de la solapa de un libro, en la biblioteca de la finca del mar. Muy ajado, con los bordes amarillentos y tal vez olvidado de tan escondido. Según asumió Amalita, de puño y letra de Don Ismael Gómez, el dueño de casa desde hace cuatro años, en que muriera la señora Clotilde Barrameda de Castro. Amalia Díaz imagina que esta carta dirigida a nadie es el mismo discurso, palabras más, palabras menos, que le escuchó decir a Ismael Gómez a todo el que quisiera oirlo, como si fuera el guión que debía aprender de memoria.

Pasados  seis años  y siendo que don Ismael se instaló en el Kavanagh hace dos y casi no pisa la finca del mar, desde que sus únicas compañías fueran médicos y pastillas, según le contara Rosa, la  empleada que tenía don Ismael en su nuevo domicilio Amalita prefirió la tranquilidad conque allí reinaba, organizando sus tés con amigas, yendo al teatro o tomando clases de pintura y literatura francesa con ese profesor dueño de unos bigotes color caramelo que se arremolinaban entre su cuello y su almohada un par de veces a la semana.

Ser dueña de unos cuantos secretitos no la hacían cómplice de nada, por demás difíciles de probar. Total, siempre que lo necesitara, podría abrir su caja del banco que ella abrigaba en su corazón como ”el arcón de los secretos que salvan”.



Saverio Longo

Amsterdam 23 de septiembre de 2013



Carta de Ismael Gómez (Eli)

Septiembre de 2013
Mi Amor:
A la brevedad podré encontrarme con vos, siento que estos meses separados fueron una eternidad para mí.
Toda esta situación fue, por momentos fácil y por momentos difícil. Creo que elegimos bien a esta nueva señora. Nuestra diaria observación, nuestra recolección de datos, todas nuestras investigaciones, dieron sus frutos. Lo que me resultó fácil fue aprovechar sus dificultades con la alimentación para ayudarla a morir lentamente y sin sospechas de estar ayudándola a hacerlo. Lo difícil fue la presencia de la cocinera metiendo su nariz en todos mis asuntos. Sentía su respiración en mi nuca en cada paso que daba.
El hecho de que la propiedad estuviese bien alejada de todo, inclusive de la ciudad, me daba total libertad de movimientos. Sé que esa fue tu idea, hasta hoy la aplaudo. Vos insistías con esta mujer, su soledad, su vivienda en el mar abierta a nuestras miradas. Presenciar algunas de esas tantas fiestas dadas a la alta sociedad nos permitió conocer sus gustos y debilidades. No voy a olvidar nunca su rostro el día que le regalé una pecera con peces exóticos de agua caliente. Fue fácil hacer que se sienta halagada. Nunca estaba conforme con su cuerpo ni con su apariencia. Diría que no le gustaba su vida en general. Con lo cual, con tres o cuatro frases estúpidas por día era suficiente. ¡Qué simple! Enseguida se enamoró perdidamente de mí, pero no como hombre, simplemente como parte indispensable en su vida. Yo era lo que a ella le faltaba. Yo sabía exactamente lo que a ella le hacía bien.
Con el correr de los días y su confianza de mi lado, empecé a involucrarme en sus finanzas. Debo admitir que me obsesioné. En principio quería su cuenta bancaria junto con los intereses que esta generaba, luego no quería que gastara ni un centavo. Era todo mío, todo para vos y para mí. De a poco fui logrando convencerla de no comprar nuevos vestidos, que los que tenía le quedaban bien, cuantos más viejos mejor.
Mis dulces palabras eran con distancia, nunca quiso ser mi novia. Sí, sí, sé que lo habíamos planeado pero no fue necesario. Traté de acercarme a ella de otra manera, con mi piel, con mi cuerpo, pero siempre se negó. Decía que no se sentía lo suficientemente bella para merecerme. Que con mi compañía le alcanzaba, que así la hacía feliz, que lo que ella necesitaba era un amigo que la cuidara y estuviera a su lado. ¿Viste que no eran necesarias tantas discusiones inútiles sobre mi potencial pero necesaria infidelidad? Nada. No estuve con ella. Lo que pienso es que, en realidad, ella necesitaba un padre más que un marido. Eso le faltó en su vida. Yo pude ocupar ese lugar sin grandes esfuerzos.
Creí que sería sencillo agregarle esas pocas gotas en los postres pero aquí aparece nuevamente la cocinera. Siempre pendiente de “su” Señora. Tuve que sacarla de la cocina y asignarle otras tareas. Lo que más me costó fue convencer a su patrona sobre esta nueva actividad para la mujer. Pienso que sentía mucho aprecio por su empleada, lo mencionó reiteradas veces. Cuando logré apartarla de la preparación de los postres me resultó más sencillo seguir adelante con nuestro plan. La salud de la señora se iba debilitando lenta y silenciosamente. Nadie lo percibía, eran normales sus problemas relacionados con la alimentación y su obsesión por la silueta.
Solo me faltaba el remate final. La firma de los papeles en los que me cedía la casa debía realizarse sin levantar ninguna sospecha. Es más, te confieso que en algún momento creí que la metida de la empleada sabía de la existencia de mi cuaderno cuadriculado. Ahí fue cuando decidí mandarla un mes de vacaciones, adelantándoselas. No podía tirar el esfuerzo de tantos meses. ¿Qué hubiera pasado si encontraba mis anotaciones?
Qué más puedo decirte. El resto sucedió sin ningún esfuerzo de mi parte. Solo debía sentarme a esperar que muriera. Débil como estaba solo era cuestión de días. Y así fue.
La noticia impactó a la cocinera pero, no sé por qué, cuando le dije que podía quedarse en la casa, tuve la sensación de que ella esperaba que su Señora muriera, esperaba un desenlace de este tipo. Nunca le agradé pero pareció conforme con mi propuesta de quedarse en la mansión. Parecía inteligente pero en realidad creo que no lo era.
Cuento los días para volver a verte y empezar a disfrutar nuestra nueva fortuna.
Te envío desde el mar todo mi amor,
Ismael


Carta de Ismael (Gaba)



Estancia La Soledad, Pcia. De Manaos, Amazonia, 23 de octubre del año del Señor de 1955


Estimada Srta. Flora Vázquez Lucero Gutiérrez
Condesa de Cambón y Trascamona
Candión, España

De mi humilde consideración:
                                                    Espero esta esquela humilde de un servidor la encuentre con salud y armonía en su vida. Mi corazón vibra de solo pensar lo pronto que podré contemplar sus ojos transparentes que muestran su alma noble y bondadosa. Sé que sólo usted, amiga mía, puede comprender mi pesar y mi zozobra en este trance que el destino me puso en el camino de la vida. Sin su consejo jamás habría soportado tanto dolor y tanto pesar, se lo juro, como el que soporté viendo morir así a mi amiga y hermana del alma, quien, como usted sabe, padecía un mal tan antiguo como el pecado: la gula. Asi es, mi amiga, le juro que hubiera dejado mi vida a cambio de la de ella, pero no hubo Dios que pudiera salvarla de su propio espanto. Cuando falleció llegaba a los 200 kilos y no pudimos prácticamente moverla de su cama. Atrapada por el vicio desenfrenado de la comida, me pidió contratar un cocinero especialista en comidas elaboradísimas y repostería fina, y dejó de lado a la bella damita que era su mano derecha y que la alimentaba bien y sanamente. La niña está desconsolada por lo que decidí tomarla a mi tutela y protección, para que cuide de este caserón que perteneció a su ama, y ahora me pertenece pues ella donó sus últimos alientos, arrepentida de haber rechazado mi ofrecimiento de matrimonio. No me malentienda: fue el gesto de caridad de un hombre piadoso, de un hombre de Dios, con la misión de salvar al prójimo del acecho diabólico del pecado.  Jamás podrá compararse con mi ofrecimiento hacia usted, mi alma gemela, mujer santificada por sus virtudes, que me acompañará en mi misión por siempre jamás.
                                                    Ella necesitaba quien la cuidara, quien la guiara en el camino del bien, quien pudiera disuadir a los buitres, porque eso eran, buitres, esos hombres que se hospedaban  aprovechándose de su hospitalidad y su carácter amable y amoroso, y de la compañía de las niñas, sus protegidas, que alegraban las noches con sus cantos, y mantenían la casa ordenada con sus habilidades. Y es que la gula, pecado traicionero, no solamente es hambre de comer, sino también hambre de ser comida, de ser admirada y engalanarse noche tras noche para las fastuosas cenas que ofrecía, para ella y los caballeros que se aprovechaban de ella, y de las niñas. Todo eso terminó, yo me encargué, con la ayuda de Dios todopoderoso, de apaciguar su apetito, de llenar sus horas con mi cuidado, para mejorar su vida, para que finalmente fuera sana y santa como amerita su femineidad y su prosapia. Pero no hubo fuerza que la hiciera dejar de comer. Le ofrecí casamiento para que sintiera que se realizaba su destino de dama, para darle a su vida un destino divino como esposa de un pastor, para que pudiera procrear su prole y vivir decentemente como una señora de su hogar. Pero me rechazó llevada por su pecado que la encegueció hasta el último minuto…
                                                    Ahora, con mi tristeza a cuestas pero liberado por haber cumplido con mi responsabilidad de hombre de bien, hombre de la iglesia y de Dios, finalmente iré a su encuentro, si Dios me ayuda, dejando esta mansión triste por un tiempo en manos de las niñas que ya saben cómo actuar en mi ausencia. Espero emprender pronto el viaje que me llevará a su tierra, que será también mi tierra,  la amada España, madre patria, al encuentro de la profundidad de sus claros ojos. Nos desposaremos, amiga mía, entrada la primavera, si Dios quiere y para dedicar nuestro amor al servicio de Dios y vuestra fortuna para la caridad de quienes nos rodean.
Dios la bendiga,

Pastor Ismael Gómez
Iglesia de los Últimos Días de Nuestro Señor Jesucristo Todopoderoso



Carta de Ismael Gómez (el Hueso)



Alma mía:
Este lugar es un sueño. Lo que siempre soñábamos, ¿te acordás cuando de chicos dijimos que viviríamos en un castillo y que vos serías la princesa y yo el príncipe? ¿Premonición? ¿Por qué no volver a ser niños? ¿Por qué no volver a creer en cuentos fantásticos?
Cuando vengas y veas el acantilado, la gran casona por encima de la loma, en el punto más alto, por debajo la rompiente, el agua contra las piedras, que se retira y la bruma que permanece arraigada, su color plomizo que se confunde con el infinito; y nos volvamos a mirar a la luz de la noche: de la luna y las estrellas, volver a sentir lo que alguna vez soñamos para nosotros y hoy está a nuestro alcance, esperar a que te decidas a que todo vuelva a cobrar sentido.
Ya sé lo que se dice; es un pueblo tan chico y siempre se hablan tantas estupideces, no hagas caso. Vení como mi invitada. Acompañame una noche o todas las que quieras. Tendrás el cuarto principal, será todo tuyo, todo nuestro. Haré que nos preparen ostras, mejillones, salmón blanco, acompañado de un delicado torrontés. Armaremos una mesa dentro de una glorieta tan especial, como vos te merecés; con techos circulares, estilo decimonónico, como te gustó siempre, como yo lo sé. Todo estará ahí para vos, para cuando te decidas a venir.
La glorieta es igual a la de aquella noche en que nos colamos en el zoológico, donde nos dimos ese beso mágico, frente a los elefantes y ellos chillaron como si hubiesen percibido a mi animal interno que aullaba. Pretendieron avisarnos que vendrían los guardias del zoológico, ahora lo sé, y tuvimos que correr a escondernos. Monos entregadores que alborotaron a las aves. Sabía que no debíamos entrar, pero no me reprocho haberlo hecho. Fue inevitable, como los bichos que vuelan hacia la luz.
Jamás pude olvidar esa noche en que te arrancaron de mí. Nunca pude olvidarte. Aún hoy siento la presión de tus dedos en mis manos y el golpe de uno de los guardias en mi panza, el tironeo del otro, la caída al piso, tu alejamiento, tu llanto. Cuando recibas esta carta, podremos torcer el destino.
Años después, supe, entre llantos y resacas, que te ibas a casar. Te vi desde lejos. Sentí tus ojos tristes a pesar de la sonrisa que ponías para la ocasión y el beso que le debiste dar a tu falso esposo. No hubiese podido soportarlo de no haber pensado en que ese, que recibía tus labios húmedos, no era otro más que yo. Con la pistola cargada con una bala, imaginé tu noche de bodas. Me fue indispensable pensar que sólo podía ser yo, y nadie más, el que te acariciaba, el que te poseía. Igual que cuando nació nuestro pequeño Eduardito y nuestra princesita Constancita, tan parecida a vos, tan hermosa.
He guardado miles de regalos para nuestros niños ¿me permites que le diga nuestros? Tengo soldados de lata, caballos y espadas de madera, para que sea un valiente noble como yo, su verdadero padre. Para ella tengo vestidos de seda, con bolados en finas telas. Será tan hermosa como vos. Festejo cada cumpleaños yo solo, soñando en que algún día tocarás a mí timbre.
Hice todos estos arreglos para que pudiéramos estar juntos por fin. Conseguí nuestro castillo y estamos tan cerca. Hasta este momento, nada guardaba sentido y no me importó tener que volver a arriesgarme, igual que aquel día en el zoológico. Fue una decisión tan estúpida como aquella y, absurdamente, igual de importante.
Sé que tu situación cambió, pero respondeme si pudiste olvidar esa noche, extraña mezcla entre lo salvaje  y victoriano. Si así fue, jamás volverás a tener noticias mías, sólo si decides leer los avisos fúnebres.
¿Alguna vez te preguntaste qué hubiese pasado si no nos encontraban?  ¿Decime que nunca pensaste en la vida que hubiésemos podido tener juntos?  ¿O que tus hijos no son míos? No sé si es un atrevimiento pero lo hago siempre, y presiento que vos también lo hacés.
Mi vida se detuvo en aquel momento. Todo lo que hice después, fue para poder recuperar ese beso en la glorieta y retomar el hilo cortado injustamente. Es preciso que reiniciemos el pasado desde el punto en que lo dejamos, y que abramos la puerta de la jaula. Que gritemos como los elefantes cuando presintieron que nos enjaularían como a ellos, e intentaron liberarnos de la vida de sumisión, digitada por tus padres.
Tengo la llave, pensé al ver la misma glorieta al costado de la casona que la del zoológico, la misma pintura saltada y mismos manchones de humedad. Tengo la llave, me aseguré al preguntar a los pescadores quién vivía ahí, y ellos responder que una vieja solterona amargada y vi, en ese mismo acto, a las almejas y mejillones en su red que se movían. Desesperado, no pude dejar de pensar que teníamos una nueva oportunidad, la última, que podríamos cenar alguna vez en la glorieta, volver a darnos aquel beso suspendido hace más de veinte años. Tengo la llave que nos libra de nuestro cautiverio.

Siempre tuyo, Ismael Gómez