domingo, 7 de abril de 2013
Ámbar (Gaba)
A través de los árboles envueltos en
nubes por fin salió el sol. Yo no había dormido en toda la noche, emocionada
por la llegada de Ámbar. La había esperado de todas las formas posibles: soñé
con ella sueños maravillosos de paseos y aventuras, le dibujé muchos cuadros
para alegrarla, le hice una canción para dormir, junté ropita y caramelos para
darle, me la imaginé haciendo cosas conmigo todo el día, mientras conversamos
de nuestras vidas y nuestras ganas.
Me vestí corriendo con mi ropa de fiesta,
ya la tenía preparada desde hacía varios días, junto con los zapatos blancos,
los de ir a la iglesia, en mi cajón de los vestidos, al lado de la cama, me
lavé la cara y me cepillé el cabello, me puse un poco de perfume, el que me
regaló mamá para mi cumple, hace un mes y tres días, lo sé porque había contado
los días hasta esta fecha, para saber exactamente cuándo llegaría.
Justo terminé y sentí el barullo del colectivo que pasaba, segura
de que en ese vendrían ellos, trayéndola a upa, porque Ámbar es muy chiquitita
todavía y no sabe caminar. Ya sé que voy a tener que esperar bastante para que
podamos charlar y jugar y esas cosas, y me dijo mi mamá que todavía no puede
comer caramelos, pero no importa, me va a gustar esperarla mientras la ayudo a
cuidarla. Debe ser como el bebé de la Marga, la vecina de la otra casa, que es
chiquitito y hay que darle la mamadera. A mi me aburre un poco porque solo
llora o duerme, o si lo miras hace ruiditos graciosos, pero con Ámbar es
distinto, porque le voy a enseñar cosas, como si yo fuera una maestra y le
mostrara el mundo entero, con todas sus cosas lindas y feas, pero siempre lindo
al final, como cuando llovió y llovió y no pudimos ir a ningún lado y se nos
mojaron las cosas, pero después salió el sol y nos ayudó a secar todo.
Yo la voy a cuidar y la voy a proteger,
cuando mamá se vaya trabajar en el hospital se va a quedar conmigo, porque la
Marga no la puede cuidar porque tiene su bebé, y los demás no los conocemos,
hace poco que nos mudamos del Chaco para acá, porque a papá lo trasladaron en
el ejército, dice mi mamá que mejor porque aquí le van a pagar un poco más y
vamos a estar mejor. Todavía parece que no, porque vivimos aquí en este barrio
que es tan pobre como en casa, yo no puedo ir a la escuela porque está medio
lejos y no hay como llegar, pero que pronto nos mudaremos y vamos a estar
mejor. Por suerte viene Ámbar porque me aburro mucho solita todo el día, mamá
no estaba tan contenta al principio de que viniera, mi papá le dijo que la
tenía que cuidar y que ahora era una hermanita para mi, y yo no entendí porqué
si no es hija de ellos, pero mi mamá dice que sus papás la abandonaron y por
eso la vamos a criar nosotros. Pero yo escuché cuando hablaban una vez entre ellos y papá que los habían atrapado
porque parece que eran malos y que el jefe de mi papá le dijo que la criara a
la nena, que le iba a subir el sueldo por eso, eso entendí yo, y mi mamá dijo,
estos “subresivos” hay que matarlos a todos, algo así dijo.
Yo no entendí muy bien que son “subresivos”
pero decidí que mejor no le digo nada a Ámbar de todo esto, porque total ella
es chiquitita y no se va a dar cuenta, y ahora es mi hermanita así que ya no
importa lo demás, no?
Gaba Echeverría
lunes, 1 de abril de 2013
El mito de Ambar
La horda de
hormigas camina hambrienta por bosque devastado. Divisan el árbol que deleitará
su instinto. Agitan sus antenas, frotan sus patas y afilan sus colmillos. Son
millones de voluntades hacia el suave manjar natural.
El árbol implora ante su destino y se atemoriza.
Lo astillan con paciencia, lo devoran. Sangra con espesa savia. Sufre millones
de veces y se seca. Los pequeños cazadores se transforman en carroñeros, se
zambullen en el lodo color coñac.
El árbol resurge
en ámbar y petrifica a las alimañas, decide hacerlo en un mensaje de eternidad.
Es su defensa y
nuestra memoria. Piedra preciosa de energía natural. Burbujas de sueño.
Poderosa trasparencia y hermosa en su azar.
Agus
Ámbar (Por Estela)
Estaba ahí
sin estar, la mente sin pensamientos. Con frecuencia se preguntaba cuando había
dejado de amar la vida y cuando se le instaló ese vacío en el estómago. Lima,
un lugar como cualquier otro, un lugar al azar, la nada misma, como Buenos
Aires, como Santiago, como París.
Y los días
muertos en sucesión infinita.
Por eso
tomó ese colectivo hacia ninguna parte. La gente subió con grandes bolsas
cargadas de comida y ropa, con niños que lloraban. Ella se ubicó cerca de la
ventanilla, no le importaban los llantos de los niños, ni el músico improvisado
que tocaba en los asientos del fondo. Se quedó mirando el paisaje, el camino de
tierra era dificultoso, se levantaba polvo que le entraba por la boca y la
nariz y le secaba la garganta, entonces
tomaba pequeños sorbos de agua. Todo a su alrededor era marrón, marrones los
cerros, marrón el sendero y marrón su
cara ya cubierta de tierra. A lo lejos las cabras se sostenían casi verticales
en las laderas. Pensó que en otros tiempos hubiera sacado fotos, pero ya no,
ahora todo estaba ahí, instalado en la memoria y en una cabeza que intentaba
sacarse los recuerdos, eso era, no necesitaba más recuerdos.
Anduvieron
cerca de una hora, alejándose de Lima. El paisaje seguía igual, tierra, cabras,
montañas, a veces abajo había un valle donde corría un río y las casitas se
amontonaban alrededor de una iglesia. Resabios de un pasado de abusos, ella
podía sentir las voces en el aire que aún reclamaban justicia. Seguramente
alguna vez surgirían imperiosas exigiendo respuestas.
El autobús
se detuvo, habían viajado más de una hora, todos comenzaron a bajar. Ella
también. Hasta ahí llegaban. Esperó que una anciana descendiera lento, casi
enredándose con sus polleras inmensas y coloridas. Y entonces se paró en medio
de una calle de piedras, a su alrededor la majestuosidad del paisaje andino, el
sonido del viento, el calor del sol. Comenzó a bajar hacia el pueblo, desde
arriba también descendían mujeres, hombres, niños, las madres llevaban sus
bebés en la espalda, todos ataviados como para una fiesta. De pronto estuvo
entre ellos y siguió el rumbo de todos. Pasaron por la plaza y allí estaba la
pequeña iglesia, blanca, simple, con su campanario donde ya tañían las
campanas. Entró, entonces la vio, una pequeña muñeca ataviada como una reina,
entre un marco de flores. La sacaron de su altar y la pusieron en una tarima,
varios hombres tomaron las puntas y comenzaron a caminar, entre cánticos
salieron de la iglesia. Avanzaban lento, en una extraña coreografía, ensayaban
unos pasos hacia el frente y otros hacia atrás, en una danza armoniosa. Una
procesión de gente alegre seguía a la virgen, delante un hombre con bastón y un
sombrero gracioso lleno de cintas precedía a la virgen anunciando su presencia,
en una mezcla de tradiciones, en un decir callado de códigos ocultos, los ecos
de la tierra que intentaban decir su verdad. La banda del pueblo iba detrás,
tocaban algo que a veces parecía un carnavalito y otras rememoraban algunas
canciones cristianas. No importaba, esto iba más allá de las creencias, era un
encuentro de todos los vecinos, celebrando la vida, celebrando la naturaleza,
todo era una canción. Ella miraba los rostros de la gente, en medio de su
inocencia estaban felices y entonces ella que no creía en nada y que descreía
de todo pensó que hubiera querido parecerse a ellos y regresar a la ingenuidad de la infancia para
sorprenderse por algo.
La fiesta
seguía. El hombre del sombrero de cintas hacía piruetas y revoleaba el bastón,
los hombres cargaban la virgen que miraba todo con sus ojos de vidrios, la
gente llevaba ponchos de colores y los niños binchas con flores. De pronto, vio
un grupo de hombres que atareados
calentaban piedras al carbón. “¿Qué hacen?” Preguntó curiosa. Colocaban
las piedras calientes dentro de un pozo en la tierra, sobre ellas carne
sazonada, le agregaban verduras, papas y
batatas, luego montones de hierbas y otra vez piedras calientes, tapaban todo
con una manta y por último le echaban tierra. Así cocinaban trayendo al
presente un rito milenario: “es la pachamanca le responden”. Es la olla de
tierra, un culto a la naturaleza. En la época de las cosechas se celebraba el
fruto de la fertilidad de la pacha mama, el culto a la vida. Fue su mejor comida en muchos años.
Luego
recorrió las calles, alejándose de la plaza. El aire de la montaña le produjo
un escalofrío, sintió que estaba viva, se alejó un poco más subiendo un cerro,
desde arriba, veía el grupo con la virgen que ya desandaba el camino hacia la
iglesia, la banda seguía tocando su música entre mística y profana. Una mancha
colorida, auténtica, que la hacía sonreír, era una emoción nueva. Se dio vuelta
y contempló entonces las montañas, era el atardecer, el sol ya estaba en el
horizonte, una luz cristalina, amarillenta teñía todo el paisaje, un crepúsculo
lleno de magia, y entonces lo supo: “es aquí donde me quedo”. Aliviada intuyó
que por fin allí se detenía su camino. Entonces bajó corriendo, ¿feliz?, y se
unió a la procesión, porque ya era parte de ese universo. Se dio cuenta que no
sabía donde estaba, entonces le preguntó a un niño que danzaba a su lado:
“¿Cómo se llama este pueblo?”
“Ámbar” le
respondió.
Estela
Varela, marzo 2013
Nota:
Ámbar es un
distrito andino, en Perú, está a 65
Km de Lima, a 2082 metros sobre el
nivel del mar. Ubicada sobre el margen derecho del río Supe. Clima agradable,
con tierras aptas para el cultivo de papas, maíz, y frutales. Ganadería caprina
y vacuna, con buena calidad de productos lácteos, queso y manteca.
Ámbar (por Martín Teglia)
Nació dije, nació por
fin. Casi no podía hablar y luego estaba eufórico. Creo que esa palabra,
eufórico, era la que mejor definía mi estado. Había nacido mi hija, mi primera
hija. Ninguno de los mil sueños que había tenido antes se podían comparar. La
soñaba desnuda en brazos, llorando y yo llevándola upa, caminando por toda la
habitación, cambiándola de posición, ubicándola por encima de un hombro y
dándole palmaditas en la espalda.
Terminó el parto y aún tenía
lágrimas en los ojos. Cuando la partera preguntó su nombre, nos miramos con Ana
orgullosos, ella se adelantó.
−Celeste −apuró a decir.
−No amor, habíamos quedado
Ámbar, ¿te acordás? –me sorprendí buscando la complicidad de la partera, que
cambió su expresión por una cara desconfiada, entrecejo fruncido, mirada de
costado, pupilas que iban y venían sin respiro de mi esposa hacía mí.
−Ayer soñé que se llamaría
Celeste y hoy con todo esto que tuvimos que salir tan temprano, con esas
contracciones tan fuertes, no tuve tiempo de decirte.
−Pero mi vida, ¿te
acordás que leímos el libro de los nombres, preseleccionamos varios, pusimos en
sometimiento algunos a la familia, nos quedamos con Ámbar o Esmeralda y
terminamos eligiendo a Ámbar? −dije convencido, mientras acariciaba a Ámbar y
la apartaba para poder mirarla orgulloso.
−¿Usted cómo se llama?
−interrumpió la Partera
−Matías
−Apellido, señor.
−Tagliatella −respondí
extrañado, mirando a mi señora que también tenía la misma cara de extrañeza.
−Muy italiano, no va
−concluyó la partera.
La miré sin saber que
decir, no quería ser irrespetuoso con la mujer que había traído al mundo a mi
hija y lo había hecho tan bien. Pensé en explicarle que el nombre es la primer
herencia social que le trasmitimos a nuestros hijos, el primer signo
distintivo. Eso, quise decirle que el nombre es el primer rasgo de
identificación y eso le confiere un halo de singularidad.
−Sí, tiene razón la Partera. Tagliatella
es muy italiano y Ámbar es moro, no pega. Celeste me gusta o mejor podría ser
Giuliana, ¿qué opina?
−Claro, está muy bien –y asintió con la cabeza la Partera –. Además
Ámbar es una piedra y piedra en lunfardo se relaciona con yeta, ¿cómo le van a
poner piedra a un hijo?, que ridículo.
−No, pero habíamos….−intenté
explicar y me quedé un segundo en silencio, buscando las palabras adecuadas que
no hieran a una parturienta con todas sus hormonas revolucionadas que le impiden
pensar bien.
−¿Qué les parece Rafaela
como Rafaela Carrá? Nadie puede decir que no es un nombre italiano, ¿no?. Ja ja
–rió la Partera buscando nuestra complicidad. Empecé a pensar que lo que estaba
ocurriendo era demencial.
−Sí, me encantó −dijo Ana
y mi suerte empeoraba. Tenía que actuar rápido antes de que inscribieran a mi
hija con el nombre de Rafaela y fuera demasiado tarde. Cuando me disponía a
hablar, me volvió a interrumpir la Partera que ya no se dirigía a mí sino que lo
hacía directamente a Ana.
−¿Cómo se llama esa
chica tan linda? Gina Lollobrigida. Eso, Gina. Esta nena va a ser tan linda
cómo Gina.
Tengo que frenar esta
locura, me propuse. Pensé en decir que teníamos un acuerdo o algo más simple
aún, que los nombres lo ponen los padres y no las parteras pero no quería
ofender, nos había ayudado tanto.
−Genial −dijo Ana− inscríbala
como Gina Tagliatella, suena exquisito, bien espagueti –ambas reían.
¡No!, gritaba para mis
adentros. Es Ámbar, es Ámbar.
−Gran idea −repuso la
partera.
Esto es un desastre.
Tengo que frenar esta locura.
−Se me ocurrió −dijo Ana,
llevando las pupilas hacia arriba en ese gesto ridículo −que usted sea la
madrina. Después de todo, nos ayudó tanto en el parto y nos acompañó en todo
este proceso tan especial para nosotros, ¿no es cierto Matu?
Es ahora o nunca, pensé.
Las dos me miraban, tenía su atención, les podía decir que no se llamaría Gina
ni Rafaela ni Celeste, se llamaría Ámbar. Tenía que hacer un preludio para que
no se sintieran mal, decirles en primer lugar que era Ámbar y en segundo, que
la madrina sería mi tía Coca.
−Sí, es
cierto que su trabajo es muy especial. Por ejemplo, nosotros somos primerizos y
el rol que ocupa una partera es fundamental. Trasmite seguridad, nos da fuerza
para poder atravesar este momento, pero…
−No lo había pensado así
−interrumpió la Partera, dándome un abrazo −yo que creí que usted era tan
insensible. Me equivoqué, lo admito, por ustedes voy a aceptar, soy la madrina.
¡Me siento conmovida! −dijo y se limpió
los mocos con la manga del guardapolvo.
Esto iba de mal en peor,
debía reencausar la situación que se me escurría de las manos ¿Cómo le explicaría
a la tía Coca que no sería la madrina con lo mal que se ponía?, después de
todos los regalos que nos dio, la cuna, el cochecito, hasta la practicuna, no
podía dejar de pensar.
−¡Esperen!, esperen
−grité, Ana y la Partera se dieron vuelta, me miraron con sorpresa, Ámbar también
me miró, frunció la cara, hizo puchero y largó un llanto desmedido imposible de
borrar de mis tímpanos.
−No sea desubicado, no
ve que estamos en un hospital peor aún, estamos en la sala de partos. Deme a
Gina −me reprendió la Partera quitándome a Ámbar.
Es mi hija, no me la
puede sacar.
−No se llama Gina, se
llama Ámbar −volví a gritar.
−Pobre, está emocionado
con el parto ¿Qué se puede esperar? Padre primerizo −trató de encubrirme Ana.
−Sí, no se haga problema
que tengo experiencia en el tema −dijo la partera con cara de fastidio e hizo
una sonrisa complaciente−. Venga Ginita con su madrina. Ajó, ajó.
−¿Qué ajó ni ajó?
¡Señora usted no es la madrina, la madrina es mi tía Coca! −hablé con autoridad
para que no hubiese dudas.
−Ay, voy hacer como que
no escuché nada −dijo la Partera moviendo la cabeza de lado a lado, hizo una
pausa y ahora dirigiéndose a Ámbar susurró−
Papu trata de incomodarme.
−Basta Matías que no
estamos para bromas −me volvió a reprimir Ana y yo me quedé callado.
Ya no sabía qué hacer y
ahí, en ese momento, se me ocurrió que llamaría a la tía Coca para que se ocupe
con algunos de sus muchachos. A ella se le ocurriría alguna oferta que no pueda
rechazar.
Martín
Teglia.
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