jueves, 12 de septiembre de 2013

Consigna 10: Carta de Ismael Gómez (a partir de la lectura del cuento "La propiedad" de Silvina Ocampo)

Carta Ismael (Estela)



Mar Azul, abril 1955

Estimado doctor Cornejo:
Seguramente usted estará sorprendido por mi silencio y habrá considerado que ello se debía a indiferencia de mi parte, pero nada más ajeno a la realidad. Así que antes de explicarle los hechos que se tradujeron en mi ausencia le envío mis  disculpas por la demora en contestar su amable invitación al casamiento de su hijo Benito, (como pasa el tiempo, doctor, parece que fue ayer que mientras nosotros conversábamos los niños jugaban a la mancha).
Desde ya que usted sabe que me siento muy honrado con su amistad y me hubiera gustado mucho compartir con usted y su familia ese importante momento pero desafortunadamente su carta ha llegado recién esta mañana a mis manos, seguramente por la ineficiencia del personal de servicio que no me la entregó en el momento oportuno. Pero, además, quería que supiera que me encuentro imposibilitado de caminar, hace ya unos meses que sufro una rara enfermedad: padezco de fuertes dolores de cabeza, casi no puedo comer, tengo falta de movilidad en las piernas y apenas muevo las manos, seguramente notará el trazo irregular de mi escritura. Creo que usted no conoce los acontecimientos de los últimos dos años, cuando yo le comuniqué que había decidido trasladarme al sur, a la quinta propiedad de  Remedios, quien fue mi prometida y  a quien  usted  seguramente recuerda, tan hermosa elegante y discreta, ella me pidió que la acompañara y era una mujer tan frágil que yo no dudé en hacerme cargo de sus negocios y de vigilar  los menores detalles de su vida, así ella podía disfrutar de sus fiestas y amistades.
Fue imprescindible que despidiera al personal que la atendía porque encontré muchas anormalidades en el manejo doméstico y también en sus finanzas. Remedios era una joven confiada y delegaba sus asuntos en gente inexperta. Lo primero que hice fue llamar a Luigi, un experto y refinado cocinero italiano mas acorde con el nivel social de Remedios y  pasamos un mal momento al despedir a sus viejos empleados. Tuve que tomar decisiones que a Remedios le costaba afrontar.   Como excepción quedó solo Amalia, su dama de compañía, una joven que comprendía todos los caprichos de Remedios. Desafortunadamente la salud de Remedios se vió comprometida el último año, a pesar de nuestros esfuerzos y del cuidado que le prodigamos, se fue debilitando y murió tranquilamente. Yo le prometí a ella en su lecho de muerte que cuidaría de sus propiedades, de sus animales, de sus plantas, pero lamentablemente yo también he enfermado, y me voy debilitando paulatinamente, y es Amalia quien me cuida personalmente y no permite que nadie se ocupe de la medicación.  Bueno, aquí deberé revelarle que ante la falta de Remedios, surgió un tierno sentimiento entre Amalia y yo. Y es tan celosa de mi persona y se esmera tanto por mi bienestar que  ella también ha cambiado el personal doméstico, primero fue el cocinero, trajo alguien de su confianza especializado en comida natural, porque según ella la dieta que me preparan pronto mejorará mi salud. Ya casi no tengo contacto con nadie, y permanezco recluido en la planta superior y solo puedo bajar las escaleras con ayuda, no recibo visitas porque Amalia dice que me fatigo mucho. Ya casi no me llega correspondencia por eso su carta me alegró tanto, pero  lamento que la misma no me haya llegado en su oportunidad, seguramente se había traspapelado y  la encontré  hoy dentro de un cajón con facturas impagas. Me apuro a responderle ya que usted sabe de mi aprecio. Cuando Amalia regrese esta noche, ella sale mucho, (se aburre mucho aquí en el campo la pobrecita)  le pediré que haga enviar mi respuesta. Si usted quisiera visitarme me sentiré muy feliz. Hasta siempre mi estimado doctor
 Ismael 


PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS (Saverio)



Yo sé que las circunstancias me acusan por todos lados, que los hechos están gritando que soy responsable de la muerte de doña Clotilde. Pero válgame Dios para inventarme yo toda esta trama que me sindica como asesino, todos lo dicen con la mirada, sí, asesino de esta señora a la que no hice más que proteger hasta de sí misma, con su manera de ser tan displicente para con los empleados, sus amistades, todo aquel que la rodeaba. Sólo puedo hablar bien de Amalita, su ama de llaves y con ciertas reservas, ya que a su manera, también la adulaba en tonterías aunque no fuera lo conveniënte para ella, terminaba diciendo a todo que sí, y la halagaba con tal de sacar alguna tajada, como pulseritas, aritos que la señora no quería usar más o le decía que no le quedaban bien y entonces ella se los regalaba. He oído comentarios  de otros empleados que cuando la señora viajaba a la ciudad, en un plis plas se vestía con sus kimonos para salir al jardín, le usaba sus ungüentos y perfumes. Algo de envidia o amor enfermizo hacia la señora, no sabría decirlo, pero ni lo uno ni lo otro la justificarían, eso lo sé muy bien. Y a pesar de todo es la unica que me merecía confianza.

Todos sus empleados hemos entrado en servicio siempre por estricta recomendación. Está de más decir que la señora Clotilde, era una persona muy eficaz en esto y me consta que también pedía antecedentes policiales de cada uno de nosotros antes de tomarnos como empleados. Como mayordomo de la casa tenía acceso a esa información. Lo que me hace culpable de los hechos es la cercanía que tenía para con la señora. Siempre fui franco con ella, prefería decirle las cosas que no le gustaban antes que halagarla falsamente y seguramente que de eso habrá testigos, alguna de las muchachas de la limpieza o hasta el mismo cocinero me habrán escuchado la franqueza con la que me dirigía a la señora.

No seré yo el primero que le hable de los desordenes alimenticios de la señora, comía a deshoras, se sometía a dietas de adelgazamiento, o de engorde a discreción, pues nunca estaba conforme con su imagen en el espejo. Para mi lo que tenía era falta de amor propio porque todo lo repartía entre sus amistades y empleados. Y esos amigos, extraños para ser amigos por cierto, y más interesados en vacacionar en la propiedad del mar que en su agradable compañía.

Culpable soy de haberla querido como no es debido para un empleado, pero no podía dejar de sentir lo que sentía por ella aunque a mi favor digo que nunca le insinué nada, nunca intenté conquistarla ni mucho menos, solo estaba a su lado queriéndola en silencio. Aunque ahora que pasó el tiempo sé que fuí un cobarde porque tendría que haber renunciado a ese puesto y haberme marchado lejos. Pero me conformaba con verla, escucharla y observarla en silencio. Y todo por complacer.

Uno de los cambios que efectué fue contratar a un nuevo cocinero más a la altura de la calidad culinaria de la señora, contratado a través de una empresa de servicios domésticos de categoría, donde pude seleccionar un chef francés que hizo enaltecer a la señora frente a sus invitados. No paraban de adular su mesa.

Diré eso sí, que me sentía orgulloso de mis servicios. Llegó un día sin que yo lo esperara, que la señora me pidió que siguiera sus cuentas hasta el más nimio detalle. Recibí de ella misma el entrenamiento necesario para tratar con escribanos y abogados, hasta que me dí cuenta con la experiencia adquirida, que no se estaban haciendo bien las cosas. Cuestiones poco claras de impuestos, declaraciones y cosas así de las que tuve que interiorizarme en detalle para atajar ciertos problemas que, de no haberlo hecho, se hubieran convertido en una bola de nieve imparable, una bomba de relojería con un cronómetro impredecible. Y nadie más alejado que yo de la vulgar fanfarronería, simplemente hacía mi tarea lo mejor posible,  y creo no haber errado en nada.

Sólo me faltó ser médico, esto que le digo ahora mismo me quiebra. Una desazón en el pecho por no haber visto cómo eran de graves las cosas. Con esta manía de adelgazar y engordar un un santiamén, la señora iba debilitándose cada vez más. Yo no notaba nada más que sus cambios en la apariencia y el humor. Decía que tenía que purgar toxinas y estaba días enteros a base de sales de fruta y una manzana al día. Después resultaba que las costillas se le marcaban demasiado y el dilema era quitarse las flotantes o volver a subir unos kilos. Yo no sabía cómo reaccionar, los cambios de humor de la señora eran evidentes, cambiaba de personal doméstico porque alguien tenía que cargar las culpas de su malhumor. Creo casi sin margen de error que hemos cambiado de personal dos veces desde que entré a esta casa, lo que no es poco pues éramos doce personas en el equipo.  Tenía que ser yo quien intermediara con ellos y la señora Clotilde. Pero cuando a ella se le ponía algo en la cabeza no paraba hasta conseguirlo y después era como un triunfo, se la veía exhultante, llamaba a su amiga modista y le encargaba dos o tres vestidos nuevos, o salía bien temprano y volvía al atardecer con cinco pares de zapatos de Harrods. Y eso que Buenos Aires estaba a cuatrocientos quilómetros, pero ella iba y volvía en el día solo para esto.

 Con Antoin, ideamos una dieta libre de harinas y azúcar, para ver si con ello conseguíamos hacerla comer más regularmente. Pero se entusiasmaba con los sabores dulces, me consta por los dichos de Amalita, que en su habitación había envoltorios de bombones y chocolates debajo de la cama, de a montones, lo que la enloquecían eran los havannet, esos bocaditos nuevos que salieron hace un par de años, pues salía a la hora del té para irse al centro a la confitería para traerse la cartera llena.

Era la señora de la casa, dueña de su fortuna y sus caprichos. Nadie podía ponerle límites ni obligarla a ir al médico. Sólo pisaba la consulta del cirujano plástico. Sabrá usted que la vanidad de las mujeres con dinero puede adquirir proporciones dantescas. No solo de dietas estaba enviciada, también de borrarse las arrugas que le aparecían en los ojos o los labios, aunque estuviera 15 días con vendas y sin poder asomar al sol. Desde ya le pido discreción en estas cosas. No quisiera que me cataloguen de indiscreto. A pesar de que doña Clotilde ya no esté con nosotros, su memoria no debería enturbiarse.

Este doctor, al que yo llamaba “su doctorcito Menguele” creo yo que tenía pocos prejuicios y muchas ganas de experimentar con el bisturí, porque de otra manera le hubiera puesto límites o haberse negado a operarla más de una vez. Fue en una de estas oportunidades en que llegaron unos papeles urgentes, pero estaba tan postrada por la operación que me pidió expresamente que ejercitara su firma. Yo me escandalicé y le dije que todo tenía un límite, pero ella insistió –Sólo por esta vez Ismael, estos papeles tengo que entregarlos mañana mismo y tengo un dolor de cabeza que se me parte y no me puedo mover, cómo querés que me ponga a firmar si no puedo ver donde pongo la mano?- Accedí con la condición de que fuera la unica vez. –Sí, sí. Tranquilo que la dueña de todo sigo siendo yo y no estoy chocha, apenas operada.

-Pero señora Clotilde, habíamos quedado que iba a ser la unica vez- le dije unos ocho meses después, cuando lo de las 350 hectáreas y en plena producción. –Sí ya sé, pero ví que lo hiciste tan bien y sos tan bueno que una vez más no pasa nada, además yo leo lo que vos firmás. Qué te cuesta? Acaso no te pago bien o me vas a pedir aumento de sueldo por un garabato? Además  lo que firmes a mi nombre yo siempre me entero y te puedo acusar de falsificar mi firma y vas preso. Quién te va a creer que alguien en su sano juicio te va a pedir que falsifiques su firma? Para mi es más seguro así que darte un poder, ahí sí que me podés jorobar de lo lindo. Firmame la venta del terreno de Balcarce, que me voy a quedar unos días más en Termas y para cuando vuelva me van a jorobar el precio.

Colgó el teléfono y me quedé con el tubo en la mano, sudando y con rabia. Yo todo lo hacía por ella pero resulta que acababa de decirme que tenía la doble intención de usarme a mi para sus negocios y si algo saliera mal tendría a quién acusar! Vender semejante propiedad con el ganado en pie, no solo las tierras, era algo descabellado y no estuve de acuerdo, pero no me quedaba otra que obedecer. Eso se convirtió en dos departamentos que compró en el edificio más alto de Sudamérica, en plaza San Martín

Al menos puedo asegurar con testigos de su confianza que el testamento a mi favor lo firmó ella y frente al escribano, que asentó su firma como testimonio de que todo fuera legal. Nadie podrá decir que yo falsifiqué semejante documento a mi favor. No puedo decir qué fue lo que movió a la señora Clotilde a legarme prácticamente todo. Claro que la fortuna ya estaba mermada sobre manera porque la venta de Balcarce no fue lo único de lo que se desprendió. También vendió el bote propiedad de su fundación. Se deshizo de dos de sus autos y se quedó con el de menor categoría. Los terrenos de Quila Quina, linderos con San Martín de los Andes desaparecieron sin que yo me enterara y eso que había dicho que dejaba todos sus negocios en mis manos.  Dos meses después de la venta de los coches, los acontecimientos concernientes a su salud, se fueron precipitando de una manera vertiginosa hasta llegar al triste desenlace del que se me acusa. Nunca escuché a nadie hablar mal de mi, pero esta casa se volvió solitaria y eso habla por sí solo.

Nunca hice nada en contra de su salud. Un deslíz con la memoria lo tiene cualquiera así que no presté atención a las primeras semanas de los síntomas. Pero luego las pérdidas de memoria, o como ella los llamaba, sus deja vú, se hicieron más frecuentes, además de esos ataques de ansiedad por lo dulce y después la llorera de culpas que pasaba en su habitación. Amalita también empezó a notar estas cosas y lo comentó conmigo, así que le prometí vigilar si notaba algo yo también. Pero no hubo manera de que fuera al médico. Amalita insistía en acompañarla para un simple chequeo, seguramente hubiéramos llegado a tiempo, pero era tan voluntariosa!  Para que no la molestáramos más nos había dicho que había ido y a los días nos dijo que los resultados habían sido buenos y que no había qué preocuparse de nada. Amalita trató de sonsacarle detalles pero al final le dijo que los resultados habían quedado en el consultorio del doctor, poniéndole punto final al asunto. De la casa anterior donde yo había trabajado, conocí al doctor Fuentes, un psiquiatra que atendía al hijo mayor de la familia y acudí a él. Siempre es bueno guardar esos contactos que uno nunca sabe si los puede necesitar. Pues un día hice como que me visitaba a mi en calidad de amigo y así lo presenté a doña Clotilde. En un momento y con cuatro palabras dichas, el doctor se dió cuenta de que algo no iba del todo bien con la señora y mi idea era que ella entrara en confianza con él para que empezara un tratamiento. Porque si los análisis le salieron bien como ella nos había dicho, entonces el problema podría estar en otra parte.

Yo sabía que esto era meterse en camisa de once varas, hay tantos casos en que hacen pasar a uno por loco y quedarse con la herencia, pero tenía que intentarlo no solo por ella, por todos, para el personal esta era nuestra fuente de trabajo además de que uno se encariña con los patrones, ella era mal llevada pero buena persona. Y no quiero repetir cuánto la llegué yo a querer.

Amalita se quedará como Ama de llaves, como siempre. Hay algunos del personal que han preferido irse, por la tristeza. Antoin decidió que si no se harían más esas cenas y almuerzos donde se lucía tanto, mejor se iba. Así que me quedé solo con seis viejos colegas que ahora son mis empleados y Amalita que después de tantos años con Clotilde no tenía adonde irse, además recibió una pequeña fortuna y sus tareas son las mismas que las de una señora. 

Antes contemplaba a Clotilde en silencio, desde el living mientras ella tomaba el té en el porche, mirando al mar. Ahora entre el mar y yo ya no está ella. Pero me siento a tomar el té y percibo su presencia a mi lado.



(Ensayo de diatriba encontrado dentro de la solapa de un libro, en la biblioteca de la finca del mar. Muy ajado, con los bordes amarillentos y tal vez olvidado de tan escondido. Según asumió Amalita, de puño y letra de Don Ismael Gómez, el dueño de casa desde hace cuatro años, en que muriera la señora Clotilde Barrameda de Castro. Amalia Díaz imagina que esta carta dirigida a nadie es el mismo discurso, palabras más, palabras menos, que le escuchó decir a Ismael Gómez a todo el que quisiera oirlo, como si fuera el guión que debía aprender de memoria.

Pasados  seis años  y siendo que don Ismael se instaló en el Kavanagh hace dos y casi no pisa la finca del mar, desde que sus únicas compañías fueran médicos y pastillas, según le contara Rosa, la  empleada que tenía don Ismael en su nuevo domicilio Amalita prefirió la tranquilidad conque allí reinaba, organizando sus tés con amigas, yendo al teatro o tomando clases de pintura y literatura francesa con ese profesor dueño de unos bigotes color caramelo que se arremolinaban entre su cuello y su almohada un par de veces a la semana.

Ser dueña de unos cuantos secretitos no la hacían cómplice de nada, por demás difíciles de probar. Total, siempre que lo necesitara, podría abrir su caja del banco que ella abrigaba en su corazón como ”el arcón de los secretos que salvan”.



Saverio Longo

Amsterdam 23 de septiembre de 2013



Carta de Ismael Gómez (Eli)

Septiembre de 2013
Mi Amor:
A la brevedad podré encontrarme con vos, siento que estos meses separados fueron una eternidad para mí.
Toda esta situación fue, por momentos fácil y por momentos difícil. Creo que elegimos bien a esta nueva señora. Nuestra diaria observación, nuestra recolección de datos, todas nuestras investigaciones, dieron sus frutos. Lo que me resultó fácil fue aprovechar sus dificultades con la alimentación para ayudarla a morir lentamente y sin sospechas de estar ayudándola a hacerlo. Lo difícil fue la presencia de la cocinera metiendo su nariz en todos mis asuntos. Sentía su respiración en mi nuca en cada paso que daba.
El hecho de que la propiedad estuviese bien alejada de todo, inclusive de la ciudad, me daba total libertad de movimientos. Sé que esa fue tu idea, hasta hoy la aplaudo. Vos insistías con esta mujer, su soledad, su vivienda en el mar abierta a nuestras miradas. Presenciar algunas de esas tantas fiestas dadas a la alta sociedad nos permitió conocer sus gustos y debilidades. No voy a olvidar nunca su rostro el día que le regalé una pecera con peces exóticos de agua caliente. Fue fácil hacer que se sienta halagada. Nunca estaba conforme con su cuerpo ni con su apariencia. Diría que no le gustaba su vida en general. Con lo cual, con tres o cuatro frases estúpidas por día era suficiente. ¡Qué simple! Enseguida se enamoró perdidamente de mí, pero no como hombre, simplemente como parte indispensable en su vida. Yo era lo que a ella le faltaba. Yo sabía exactamente lo que a ella le hacía bien.
Con el correr de los días y su confianza de mi lado, empecé a involucrarme en sus finanzas. Debo admitir que me obsesioné. En principio quería su cuenta bancaria junto con los intereses que esta generaba, luego no quería que gastara ni un centavo. Era todo mío, todo para vos y para mí. De a poco fui logrando convencerla de no comprar nuevos vestidos, que los que tenía le quedaban bien, cuantos más viejos mejor.
Mis dulces palabras eran con distancia, nunca quiso ser mi novia. Sí, sí, sé que lo habíamos planeado pero no fue necesario. Traté de acercarme a ella de otra manera, con mi piel, con mi cuerpo, pero siempre se negó. Decía que no se sentía lo suficientemente bella para merecerme. Que con mi compañía le alcanzaba, que así la hacía feliz, que lo que ella necesitaba era un amigo que la cuidara y estuviera a su lado. ¿Viste que no eran necesarias tantas discusiones inútiles sobre mi potencial pero necesaria infidelidad? Nada. No estuve con ella. Lo que pienso es que, en realidad, ella necesitaba un padre más que un marido. Eso le faltó en su vida. Yo pude ocupar ese lugar sin grandes esfuerzos.
Creí que sería sencillo agregarle esas pocas gotas en los postres pero aquí aparece nuevamente la cocinera. Siempre pendiente de “su” Señora. Tuve que sacarla de la cocina y asignarle otras tareas. Lo que más me costó fue convencer a su patrona sobre esta nueva actividad para la mujer. Pienso que sentía mucho aprecio por su empleada, lo mencionó reiteradas veces. Cuando logré apartarla de la preparación de los postres me resultó más sencillo seguir adelante con nuestro plan. La salud de la señora se iba debilitando lenta y silenciosamente. Nadie lo percibía, eran normales sus problemas relacionados con la alimentación y su obsesión por la silueta.
Solo me faltaba el remate final. La firma de los papeles en los que me cedía la casa debía realizarse sin levantar ninguna sospecha. Es más, te confieso que en algún momento creí que la metida de la empleada sabía de la existencia de mi cuaderno cuadriculado. Ahí fue cuando decidí mandarla un mes de vacaciones, adelantándoselas. No podía tirar el esfuerzo de tantos meses. ¿Qué hubiera pasado si encontraba mis anotaciones?
Qué más puedo decirte. El resto sucedió sin ningún esfuerzo de mi parte. Solo debía sentarme a esperar que muriera. Débil como estaba solo era cuestión de días. Y así fue.
La noticia impactó a la cocinera pero, no sé por qué, cuando le dije que podía quedarse en la casa, tuve la sensación de que ella esperaba que su Señora muriera, esperaba un desenlace de este tipo. Nunca le agradé pero pareció conforme con mi propuesta de quedarse en la mansión. Parecía inteligente pero en realidad creo que no lo era.
Cuento los días para volver a verte y empezar a disfrutar nuestra nueva fortuna.
Te envío desde el mar todo mi amor,
Ismael


Carta de Ismael (Gaba)



Estancia La Soledad, Pcia. De Manaos, Amazonia, 23 de octubre del año del Señor de 1955


Estimada Srta. Flora Vázquez Lucero Gutiérrez
Condesa de Cambón y Trascamona
Candión, España

De mi humilde consideración:
                                                    Espero esta esquela humilde de un servidor la encuentre con salud y armonía en su vida. Mi corazón vibra de solo pensar lo pronto que podré contemplar sus ojos transparentes que muestran su alma noble y bondadosa. Sé que sólo usted, amiga mía, puede comprender mi pesar y mi zozobra en este trance que el destino me puso en el camino de la vida. Sin su consejo jamás habría soportado tanto dolor y tanto pesar, se lo juro, como el que soporté viendo morir así a mi amiga y hermana del alma, quien, como usted sabe, padecía un mal tan antiguo como el pecado: la gula. Asi es, mi amiga, le juro que hubiera dejado mi vida a cambio de la de ella, pero no hubo Dios que pudiera salvarla de su propio espanto. Cuando falleció llegaba a los 200 kilos y no pudimos prácticamente moverla de su cama. Atrapada por el vicio desenfrenado de la comida, me pidió contratar un cocinero especialista en comidas elaboradísimas y repostería fina, y dejó de lado a la bella damita que era su mano derecha y que la alimentaba bien y sanamente. La niña está desconsolada por lo que decidí tomarla a mi tutela y protección, para que cuide de este caserón que perteneció a su ama, y ahora me pertenece pues ella donó sus últimos alientos, arrepentida de haber rechazado mi ofrecimiento de matrimonio. No me malentienda: fue el gesto de caridad de un hombre piadoso, de un hombre de Dios, con la misión de salvar al prójimo del acecho diabólico del pecado.  Jamás podrá compararse con mi ofrecimiento hacia usted, mi alma gemela, mujer santificada por sus virtudes, que me acompañará en mi misión por siempre jamás.
                                                    Ella necesitaba quien la cuidara, quien la guiara en el camino del bien, quien pudiera disuadir a los buitres, porque eso eran, buitres, esos hombres que se hospedaban  aprovechándose de su hospitalidad y su carácter amable y amoroso, y de la compañía de las niñas, sus protegidas, que alegraban las noches con sus cantos, y mantenían la casa ordenada con sus habilidades. Y es que la gula, pecado traicionero, no solamente es hambre de comer, sino también hambre de ser comida, de ser admirada y engalanarse noche tras noche para las fastuosas cenas que ofrecía, para ella y los caballeros que se aprovechaban de ella, y de las niñas. Todo eso terminó, yo me encargué, con la ayuda de Dios todopoderoso, de apaciguar su apetito, de llenar sus horas con mi cuidado, para mejorar su vida, para que finalmente fuera sana y santa como amerita su femineidad y su prosapia. Pero no hubo fuerza que la hiciera dejar de comer. Le ofrecí casamiento para que sintiera que se realizaba su destino de dama, para darle a su vida un destino divino como esposa de un pastor, para que pudiera procrear su prole y vivir decentemente como una señora de su hogar. Pero me rechazó llevada por su pecado que la encegueció hasta el último minuto…
                                                    Ahora, con mi tristeza a cuestas pero liberado por haber cumplido con mi responsabilidad de hombre de bien, hombre de la iglesia y de Dios, finalmente iré a su encuentro, si Dios me ayuda, dejando esta mansión triste por un tiempo en manos de las niñas que ya saben cómo actuar en mi ausencia. Espero emprender pronto el viaje que me llevará a su tierra, que será también mi tierra,  la amada España, madre patria, al encuentro de la profundidad de sus claros ojos. Nos desposaremos, amiga mía, entrada la primavera, si Dios quiere y para dedicar nuestro amor al servicio de Dios y vuestra fortuna para la caridad de quienes nos rodean.
Dios la bendiga,

Pastor Ismael Gómez
Iglesia de los Últimos Días de Nuestro Señor Jesucristo Todopoderoso



Carta de Ismael Gómez (el Hueso)



Alma mía:
Este lugar es un sueño. Lo que siempre soñábamos, ¿te acordás cuando de chicos dijimos que viviríamos en un castillo y que vos serías la princesa y yo el príncipe? ¿Premonición? ¿Por qué no volver a ser niños? ¿Por qué no volver a creer en cuentos fantásticos?
Cuando vengas y veas el acantilado, la gran casona por encima de la loma, en el punto más alto, por debajo la rompiente, el agua contra las piedras, que se retira y la bruma que permanece arraigada, su color plomizo que se confunde con el infinito; y nos volvamos a mirar a la luz de la noche: de la luna y las estrellas, volver a sentir lo que alguna vez soñamos para nosotros y hoy está a nuestro alcance, esperar a que te decidas a que todo vuelva a cobrar sentido.
Ya sé lo que se dice; es un pueblo tan chico y siempre se hablan tantas estupideces, no hagas caso. Vení como mi invitada. Acompañame una noche o todas las que quieras. Tendrás el cuarto principal, será todo tuyo, todo nuestro. Haré que nos preparen ostras, mejillones, salmón blanco, acompañado de un delicado torrontés. Armaremos una mesa dentro de una glorieta tan especial, como vos te merecés; con techos circulares, estilo decimonónico, como te gustó siempre, como yo lo sé. Todo estará ahí para vos, para cuando te decidas a venir.
La glorieta es igual a la de aquella noche en que nos colamos en el zoológico, donde nos dimos ese beso mágico, frente a los elefantes y ellos chillaron como si hubiesen percibido a mi animal interno que aullaba. Pretendieron avisarnos que vendrían los guardias del zoológico, ahora lo sé, y tuvimos que correr a escondernos. Monos entregadores que alborotaron a las aves. Sabía que no debíamos entrar, pero no me reprocho haberlo hecho. Fue inevitable, como los bichos que vuelan hacia la luz.
Jamás pude olvidar esa noche en que te arrancaron de mí. Nunca pude olvidarte. Aún hoy siento la presión de tus dedos en mis manos y el golpe de uno de los guardias en mi panza, el tironeo del otro, la caída al piso, tu alejamiento, tu llanto. Cuando recibas esta carta, podremos torcer el destino.
Años después, supe, entre llantos y resacas, que te ibas a casar. Te vi desde lejos. Sentí tus ojos tristes a pesar de la sonrisa que ponías para la ocasión y el beso que le debiste dar a tu falso esposo. No hubiese podido soportarlo de no haber pensado en que ese, que recibía tus labios húmedos, no era otro más que yo. Con la pistola cargada con una bala, imaginé tu noche de bodas. Me fue indispensable pensar que sólo podía ser yo, y nadie más, el que te acariciaba, el que te poseía. Igual que cuando nació nuestro pequeño Eduardito y nuestra princesita Constancita, tan parecida a vos, tan hermosa.
He guardado miles de regalos para nuestros niños ¿me permites que le diga nuestros? Tengo soldados de lata, caballos y espadas de madera, para que sea un valiente noble como yo, su verdadero padre. Para ella tengo vestidos de seda, con bolados en finas telas. Será tan hermosa como vos. Festejo cada cumpleaños yo solo, soñando en que algún día tocarás a mí timbre.
Hice todos estos arreglos para que pudiéramos estar juntos por fin. Conseguí nuestro castillo y estamos tan cerca. Hasta este momento, nada guardaba sentido y no me importó tener que volver a arriesgarme, igual que aquel día en el zoológico. Fue una decisión tan estúpida como aquella y, absurdamente, igual de importante.
Sé que tu situación cambió, pero respondeme si pudiste olvidar esa noche, extraña mezcla entre lo salvaje  y victoriano. Si así fue, jamás volverás a tener noticias mías, sólo si decides leer los avisos fúnebres.
¿Alguna vez te preguntaste qué hubiese pasado si no nos encontraban?  ¿Decime que nunca pensaste en la vida que hubiésemos podido tener juntos?  ¿O que tus hijos no son míos? No sé si es un atrevimiento pero lo hago siempre, y presiento que vos también lo hacés.
Mi vida se detuvo en aquel momento. Todo lo que hice después, fue para poder recuperar ese beso en la glorieta y retomar el hilo cortado injustamente. Es preciso que reiniciemos el pasado desde el punto en que lo dejamos, y que abramos la puerta de la jaula. Que gritemos como los elefantes cuando presintieron que nos enjaularían como a ellos, e intentaron liberarnos de la vida de sumisión, digitada por tus padres.
Tengo la llave, pensé al ver la misma glorieta al costado de la casona que la del zoológico, la misma pintura saltada y mismos manchones de humedad. Tengo la llave, me aseguré al preguntar a los pescadores quién vivía ahí, y ellos responder que una vieja solterona amargada y vi, en ese mismo acto, a las almejas y mejillones en su red que se movían. Desesperado, no pude dejar de pensar que teníamos una nueva oportunidad, la última, que podríamos cenar alguna vez en la glorieta, volver a darnos aquel beso suspendido hace más de veinte años. Tengo la llave que nos libra de nuestro cautiverio.

Siempre tuyo, Ismael Gómez 

Carta de Ismael (el Gusti)



                                                                                       10 de septiembre de 1913

Querida madre:

            La propiedad es de campo y da sobre el mar. El jardín no tiene flores por culpa del viento pero toda suerte de cascadas, grutas, fuentes y glorietas rodean el lugar, y según la obediente criada “vivimos en un Edén”. Qué orgulloso estaría mi padre si me viniera a visitar a mi mansión, realmente no lo podría creer. Te pido por favor que en tu próxima visita al cementerio le cuentes todo lo que he logrado en mi vida. Claro está que algo debe de saber porque le rezo todas las noches como lo demanda nuestro Dios padre de todos los padres. Madrecita quiero contarte también que en los inmensos predios estoy a punto de realizar un emprendimiento que me conectará comercialmente con Europa. La civilización que tanto añoramos en nuestras solitarias noches de invierno. Me preguntarás cómo lo haré, bueno ya mis criados han talado todos los bosques y desviados los arroyos, en las grutas se guardarán las máquinas y en aquella agreste playa que te conté, está en construcción un puerto transfluvial. El progreso ha llegado al retrasado y bárbaro interior. Querida madre: de la vanidosa y aburrida viejita que te había contado no debes ponerte celosa porque ya la he convencido para que se dedique a viajar al más allá. Madre, me despido y quiero que sepas que ya he ordenado la habitación principal para que vengas con todas tus valijas y brindemos por tu plan que ha a la perfección.

                                                                     Tu hijito Isma