domingo, 25 de mayo de 2014

Saverio Longo: "Caras y caretas II: Yo quería ser Claudia Sánchez"

Tras el aluvión de cartas que llegaron a la redacción, me ví en la obligación de hacer
una selección de ellas, ya que nos hubiera sido imposible responder a todas y cada
una de manera particular.
Era una tarde aparentemente tranquila, neblinosa, y así nos hallábamos nosotras en
ese momento en que también con su aparente calma llega Mario Bernás, el jefe de la
sección científica a conminarnos que dejáramos el tema en ascuas, como olvidado por
intrascendete.
-Marcela, eso no es asunto de ustedes. Me dijo con retintín y como gozando de la
situación agregó. -Es orden del jefe-jefe.
Con Estela nos quedamos boquiabiertas, ella arrojó la birome que tenía en la mano
contra la pantalla de su computadora. -No lo puedo creer, y por qué no viene
Rodríguez en persona a decírnoslo?
-Porque por algo lo tiene a este chupándosela! -le respondí con rabia.
-Yo creo que tendríamos que vender la nota a otra editorial, total, para trabajar así
prefiero que me despidan, no te parece? -dijo muy resuelta.
-Y al día siguiente de la publicación nos pegan un corchazo a cada una.
-Un corchazo? Me preguntó entrecerrando los ojos que con esos anteojos la hacían
parecer bizca.
-Sí, en la jerga de los polis dicen así cuando te dan un balazo.
-Ah, cierto. Cómo estás con Julio?
Julio es el poli con el que salgo desde hace seis meses, un tigre en la cama, un
caramelo en el desayuno, un galán en el restaurante y además tan preparado para la
vida como para la muerte. Era el seductor que siempre había soñado, el típico
romántico por el que mueren todas y a la vez el continente de mis angustias y de mis
sueños, claro que además de todo eso es policía. Nadie es perfecto pero él casi que sí
lo es.
-Mejor que nunca, estamos planificando nuestras primeras vacaciones, pero todavía
no decidimos si a Bariloche o a Río.
-Váyanse a Río, ni lo piensen. Cuánto nos queda?
-Media hora, mejor nos vamos ya, cerrá la compu y agarrá la cartera, te invito a
cenar.
Lo que de la ventana del piso diecisiete se veía como una neblina, era en planta baja
una garúa pegajosa, insistente. Los jardines de la entrada del edificio se veían
brillantes, irreales, lo que en el fondo agradecimos las dos. Caminamos hasta la
esquina para cruzar en el semáforo, sin demasiada prisa pero tampoco llenando el
espacio con palabras. Recién en el restaurante después de pedir una picada y dos
copas de vino blanco nos pusimos a charlar de su enésimo intento frustrado de pareja.
Hacía dos años que había roto la relación con Alberto, pero Estela seguía pensando
que no habría nadie más que pudiera llegar a querer como a él.
-Podés entender que los tipos siempre van a salir corriendo si a la semana les
empezás a hablar de hijos?
-Marce, la idea era relajarnos y disfrutar lo que queda del día, no me sermonees; vos
viste lo bueno que está el nuevo de rulitos? No es un divino?
-Olvidate, es gay. -le contesté sin preámbulos.
-Ves que sos jodida? Ni un ratito me dejaste soñar, cómo se nota que te olvidaste de
lo que es pasar hambre, eh! -me reí de su ocurrencia pero en el fondo me daba pena
que no asumiera que hasta que no cerrara la puerta con Alberto, no iba a entrar nadie
por ninguna otra puerta a su vida.
Llegó la camarera con las copas de vino, una chica simpática que no llegaría a los
diecinueve años. Estela le preguntó a boca de jarro. -Perdoname, tenés novio? La
chica la miró con cara de asombro y me miró a mí como queriendo saber si acaso
éramos lesbianas y mi amiga intentara levantársela -Sí, tengo novio. -a lo que Estela
preguntó. -Sos felíz?
-No, pará Estela, la vas a poner incómoda! -y mirando a la camarera dije -Si le querés
tirar la copa encima, podés.
-No pasa nada señora, pero no sé si soy felíz, creo que sí, la vida es todos los días,
no? -miré seriamente a la camarera y de todos modos le sonreí. La chica bajó la
mirada, pidió permiso y se fué con la bandeja a otra mesa desde donde la llamaban.
-Ves lo que conseguiste? Me dijo señora!
-Bueno, qué querés, no tendrá ni veinte años, nosotras vamos llegando a los treinta y
ocho!
-Bueno, cambiando de tema, qué hacemos con la nota? La terminamos y buscamos a
quién enchufársela? A lo mejor en Ciencia Transversal nos la publican, quién te dice?
-Ah, te picó el bichito. A estos habría que cagarlos, qué querés pero tengo la cabeza
en otra cosa. Si siguiera todo como estaba, la semana que viene la teníamos
publicada, pero hay que empezar de nuevo. Y quién te dice que no nos la roban. Te
cuento algo? Este último la tenía tan grande!
-Me sacás de quicio Estela, me sacás de contexto, estamos hablando de algo serio.
Este Bernás chupapija, lo odio.
-Yo también, pero a lo mejor el que se la chupa es Rodríguez a él.
-O hacen el sesenta y nueve. Basta, mirá, vos te imaginás a nuestras madres hablando
estas guazadas? -nos reímos las dos mientras bebíamos y pedíamos la segunda copa.
La camarera llegó con las copas y la picada. Me acuerdo de cuando las picadas eran
queso, longaniza y aceitunas con Quilmes de litro, mi frente llena de granos y el
flequillo que me llegaba hasta los ojos, y si estaba Mauri en el grupo, me sentaba lo
más lejos posible pero sin dejar de mirarlo. Esta era como los pinchos vascos, con
firuletes de anchoas, huevitos de codorníz rellenos de salmón o queso fresco trufado.
-Marce, te colgaste?
-Ay no, me distraje un segundo, pero sí, qué hacemos con la nota? -Estela se había
centrado por un momento así que me prendí a su entusiasmo mientras ella seguía
diciendo.
-Podemos ir a otro laboratorio a buscar una segunda opinión, también tendríamos que
pensar en contactar con alguien del Ministerio de Salud. Después cuando tengamos
todo bien armado, se lo presentamos directamente a Rodríguez, pasando
olímpicamente de Bernás.
El resto de la semana y parte de la siguiente transcurrió como si todo fuese normal.
Seguíamos con la idea de no dejarnos arrebatar la oportunidad de largar la
investigación a la luz. Sin pedir autorización, Estela consiguió una entrevista en el
Ministerio con quién tuvo suerte y se interesó por el tema, a lo que siguió una cita
con un cargo ya más elevado al que fuimos las dos. Gonzalo Artemis Gijón era afecto
a las puertas giratorias, estos personajes que van de corporaciones privadas a cargos
públicos y viceversa, con más asiduidad que yo a las discotecas, bueno, no es buen
ejemplo bah. Ese miércoles nos pidió que le dejáramos el informe que habíamos
elaborado y nos encareció confidencialidad con el asunto. No era dado a las
entrevistas pero siendo este el caso, dijo que no le quedaba otra que interiorizarse por
el tema y que siguiéramos la investigación siempre y cuando aceptáramos colaborar
con él.
-Es un asunto demasiado serio como para dejarlo librado a la suerte de los medios
que lo único que buscan es publicidad y beneficios.
-Totalmente de acuerdo Sr. Artemis. -acotó Estela.
-Lic. Artemis Gijón. -recalcó él.
-Bueno, entonces estaremos viéndonos de nuevo. -dije yo haciendo ademán de
levantarnos, pero él se quedó clavado al sillón mientras clavaba su mirada en mi
portafolios.
-En este momento vinimos nada más que a hablar. Ya le habíamos dejado una copia al
Sr Vásquez el otro día, por eso no trajimos ninguna en este momento. -nos dijo que
no había problemas, que ya se la pediría a él y que quedábamos en contacto. Mientras
bajábamos en el ascensor, las dos compartimos el primer síntoma de paranoia. No
hablamos hasta salir del edificio, mirábamos para todos lados, y evitábamos las
miradas directas. Hasta no subir al taxi no respiramos tranquilas.
-Vos sentiste lo mismo, no? -dijo Estela pero el que habló fué el taxista. -Disculpen
señoras, adónde las llevo?
-Ay disculpe, Entre Ríos al 900 y cuando lleguemos, doble en la que corta y nos deja
a media cuadra, va a ver que hay un estacionamiento justo ahí.
-De acuerdo, allá vamos, se acuerdan de ese programa del señor canoso que recorría
todo el país? Siempre decía: allá vamos!
-Qué memoria, sí, ese era El país que no miramos. Anotá Este, el nombre del artículo
va a ser ese.
-Qué tranquilita que estás. -ella seguía mirando para todos lados, a mí me
transpiraban las manos. El hombre quería ser amable, Estela no se aguantaba en el
asiento y yo quería ser lo más fría posible pero me comían los nervios. Llegamos a la
puerta del parking y mientras bajábamos por la rampa a la penumbra de los
fluorescentes le dije. -Vos simpática como siempre, sonreí pero no digas nada, dejame
a mí.
-Qué hacés Héctor?
-Señora Marcela, tanto tiempo, qué hace por acá?
-Trabajando, como siempre, tu señora...los chicos?
-Como siempre, tirando para no aflojar. Qué se le ofrece?
-Mirá, con mi amiga, te presento a Estela, queremos hablar con el jefe de laboratorio,
pero no queremos que sea oficial, vos nos podés dejar pasar por acá, viste cómo es
esta gente, ven un par de periodistas y entran en pánico, jajaj. Además no tenemos
mucho tiempo y si vamos por la entrada, hasta conseguir una cita se nos pasa la vida.
-No hay problema, si suben por la escalera al segundo piso, salen a un pasillo como
para la derecha.... -iba haciendo los movimientos corporales y ademanes para
ubicarnos en el espacio.
-Gracias Héctor, te agradezco muchísimo, saludos a tu señora. En un rato salimos.
-Qué familiaridad, de dónde lo conocés?
-Es el portero del club.
Seguimos las indicaciones de Héctor hasta llegar a una puerta de esas que hay que
abrir con una tarjeta, pero al costado estaba la recepción de la planta y pedimos ver a
Gervasio Delandatti, el jefe de laboratorio. Estela me miraba con asombro. -Sos una
versera.
-soy periodista ché, vos no?
Delandatti era un tipo formal, de aspecto duro pero que se interesó en el tema, le
dejamos un pendrive con nuestra investigación, creí que podría confiar en él y eso
hice. Estuve bruta, no le consulté a Estela pero sabía que ella iba a estar de acuerdo.
Cuando salimos de ahí nos despedimos y ya no nos vimos hasta el otro día en la
redacción. En casa cenamos con Julio, él preparó las milanesas y una ensalada y
después nos tiramos en el sofá hasta que nos dormimos abrazados. Él me notó rara y
por eso no insistió en que hiciéramos el amor. Además sabiendo como soy, tampoco
preguntó mucho, siempre me deja reposar las preocupaciones y a veces se me pasan
solas, pero esta no era una más.
El jueves, casi una hora despues de que hayamos llegado, apareció Bernás que entró
directo al despacho de Rodríguez y llamó a uno de los ordenanzas para que retiraran
todo lo que había ahí.
-Parece que Rodríguez se fué, presentó la renuncia esta mañana y se fué. Nos dijo en
voz baja Ernesto, uno de los correctores editoriales.
Intenté comunicarme al celular de Rodríguez pero lo tenía apagado y saltaba directo
al buzón de voz. “Puta madre ché, y ahora qué?” Me hablaba a mí misma encerrada
en el baño, apoyada contra el espejo sin ganas de tener que mirar mi cara de rabia.
Alguien quiso entrar al baño así que abrí y al salir, la que entraba me dijo.
-Ves lo que se consigue cuando uno insiste en hacer lo que le dicen que no haga? Las
que siguen en la lista son vos y tu amiga Estela.
-Qué decís? Pará un poquito que no tengo idea de lo que pasó, recién llego. -se cruzó
de brazos, parecía una patovica que no me dejara pasar por la puerta.
-Alguien llamó del Ministerio y con el dedito encima de Rodríguez dijo “éste afuera”
y Rodríguez ya está afuera.
-Y yo qué tengo que ver? Me miró de arriba a abajo y agregó -Si vos no lo sabés, no
lo sabe nadie.
Bernás me pidió todas las notas sobre las que estaba trabajando, para hacer una
“selección” de material. No pude contestarle así que se las dí.
No queda nada por hacer en esta redacción, vámonos a la mierda. Así no podemos
trabajar, quién se cree que es? Estela como siempre con sus ideas sacadas, pero tiene
razón. Si nos dejan sin Rodríguez que dentro de lo que hay nos daba libertad, mejor
irnos a otra parte.
-Qué se yo, seguir usando caretas para trabajar y que no te toquen el sueldo es algo
que me tiene harta. Seguía diciendo mi amiga y colega.
Delandatti llamó para decir que nos podíamos encontrar para hablar de lo que había
averiguado.
Quedamos en Esmeralda y Córdoba. Llegamos los dos puntualmente.
-Lo que averiguó no es nuevo, pero nadie tiene nombres y datos de políticos
implicados. -fué lo primero que dijo al verme.
-Pero mi investigación tiene que ver con los efectos sobre la salud de estos supuestos
alimentos nuevos.
-No es por ahí donde hay que buscar los problemas. Estuve anoche preguntando a un
par de colegas y los dos coincidieron en que hay mucha plata, que ir en contra de esto
es no contar el cuento. Temblaba de los nervios y no paraba de mirar su reloj.
-Algo se podrá hacer, no? Cálmese un poco, yo recurrí a Ud. porque sé que son un
laboratorio más bien chico y no deben de estar entre los peces gordos, me los imaginé
más independientes, además esto los debería afectar. Si estos se hacen con el control
de todo ustedes se funden como muchos otros.
Sonó el teléfono y lo atendí. -En qué estás metida amor? Me llamó un colega de otra
seccional para decirme que estuvieron pidiendo información sobre vos y que además
eran de los pesados. No me angusties Marce, y contame así te ayudo.
-Ahora estoy en una reunión importante, te llamo más tarde, está todo bien pero igual
te llamo así te quedás tranquilo.
Delandatti tamboreleaba los dedos sobre la mesa. -Se empezaron a mover los hilos,
verdad? Esto es demasiado grande como para tocar ni la más chiquitita de las piezas,
no van a dejar que se les desmorone el negocio. Mostrándome con usted ahora mismo
también estoy en peligro. No nos vimos, no nos conocimos y este pendrive me
quema, acá se lo dejo y no me contacte más, por favor.
El bioquímico salía por la puerta del café y a mí me empezó a picar la nuca como
cuando me saco de los nervios y sigo sonriendo como si nada pasara. Me quedaban
dos horas de trabajo y ningún ánimo de volver a la oficina, de todos modos caminé en
zig-zag hasta completar las diez cuadras que me separaban de la editorial y no sé si
estaba tan distraída o me tiraron el coche encima, la cuestión es que me salvé por los
pelos de estar ahora en la morgue. En el camino me crucé con un locutorio y entré
para llamar a Estela y a Julio, me puse paranoica yo también. Entrando en el ascensor
que me dejara en el diecisiete también subió una chica muy linda que nada más
verme me dijo -Vos sos Marcela, no?
-Sí, y vos quién sos?
-La secretaria del nuevo jefe, el Licenciado Bernás.
-Sos muy linda y simpática. -dije mirándola a los ojos y observando su falda tubo
azul eléctrico, la blusa blanca, sus ojos marrones y el pelo castaño con mechas rubias.
“Andá llevando almohadoncito porque la oficina de tu jefe tiene moquete y te va a
dejar las rodillas destrozadas” La imaginé tal cual iba vestida pero con un collar de
perro y un whisy con hielo en una bandejita donde también había unas pastillitas
azules. Parpadeé seguido, le volví a sonreir y en realidad dije. -Qué suerte, vamos a
vernos seguido entonces.
-Sí sí, me llamo Mara. -se abrió el ascensor en nuestro piso y pareciera que Bernás
me estaba esperando porque no había llegado a mi escritorio que ya lo tenía encima.
-Vení a la oficina ya.
Entré de un portazo -Mirá Mario, hablame bien!
-Ahora soy tu jefe así que más cuidado con tu tono de voz. Adónde estabas? Abriendo
nueva investigación? Ahora yo te voy a pasar las notas que tenés que hacer. -respiré
hondo y me empezó a latir el ojo izquierdo además de la picazón en la nuca.
-Y quién te dijo que eso te da derecho a gritarme adelante de mis compañeros? Si
exigís respeto empezá dando el ejemplo. Que te hayan ubicado en Gerencia no te da
ningún derecho sobre las personas que trabajamos a tu cargo.
-Tenés razón Marcela, la próxima vez te cuezo la espalda a cinturonazos, ya que esto
es una editorial y dicen que la letra por sangre entra... Escuchaste lo que te dije, a
partir de ahora te voy a ir entregando las notas que tendrás que formatear en una
columna, maximísimo columna y cuarto, sin investigaciones, con todos los datos que
tienen que aparecer, sin cuestionamientos de nada. Serán unas tres o cuatro
semanales. Bien fácil, sin sobresaltos y más servido no te lo puedo dar. No soy
Rodríguez, a mí no me van a pasar como alambre caído. Te quedó claro?
La situación no podía ser más bizarra, más perversa, no, imposible. Y yo que me creía
una degenerada imaginándome a la chiquita esta del ascensor, pero este animal me
había superado. Tendría que haberle advertido a Mara de lo desgraciada que iba a ser
y de repente me la imaginé entrando con el whisky en la bandeja mientras este me
llenaba de latigazos después de haberme atado a las patas del escritorio mientras me
hacía escribir con una birome en la boca lo que él me iba dictando.
Entre la puerta de su oficina y el ascensor habían 7 metros pero los caminé como si
hubiera hecho la peregrinación a Luján de rodillas. -Andá a descansar y mañana
empezamos de cero.
Pedazo de animal. “Quién te da ese poder? Artemis Gijón te maneja a vos, quién
maneja a Artemis Gijón? El presidente? El Congreso? Evidentemente Metranto
maneja todos los hilos”
Me saqué la careta de paladín de la justicia, “tengo que ponerme la de chica
obediente, hacer las cosas bien, mientras tanto qué hacer con mi cara por las mañanas
cuando no llevo la careta? Hacerme el hara-kiri con una cucharita de té.” Sonreí a la
nada pero regurgitaba bilis y me subió un olor a miedo.
Mientras atravesaba en loby del edificio, un recinto de piso blanco con paredes de
vidrio y columnas redondas espejadas, que del techo colgaban cientos de luces
tubulares que iban cambiando tenuemente de color y tonalizaban todo el loby que al
fondo remataba en una también blanquísima escalera que nadie utiliza, me imaginaba
debajo de ese suelo, escombros de tendones y huesos rotos apisonados con cemento y
entre los huecos a gente agonizando con los males que Metranto piensa diseminar con
sus productos y todo por los malditos beneficios, sin que nadie esté dispuesto a
enfrentarlo, sin que nadie quiera ver ni aceptar adónde estamos llegando. Total se ven
tan lindos los blancos lobys, que si fumigan con veneno al lado de tu casa mientras tu
bebé duerme en la cuna o tu marido está postrado en una silla esperando la siguiente
sesión de quimio, no pasa nada, la vida sigue y vendrán otros, y en todo caso, pedirán
disculpas y seguirá todo igual. Efectos colaterales.
Esperé a Estela en el mismo restaurante del otro día, sabía que iba a venir en un rato y
me atendió la camarera de la semana pasada. -Qué hacés? Traeme un té de tilo por
favor.
-Tilo no tengo.
-Entonces un tecito Cachamay o algo así.
-Le cayó mal la comida?
-El jefe nuevo me cayó mal, andá traeme lo que sea y si me das el código Wi-Fi te lo
agradecería.
El sol parecía que iba a estallar en los edificios vidriados de enfrente, el boulevar
lleno de coches ansiosos, los palos borrachos cuajados en rosa y blanco llenaban mis
ojos pero yo no los veía, no veía nada, ni siquiera la notebook abierta en la mesa ni el
té frío mientras esperaba a mi amiga.
-Se terminó. -dije apuntándola con el dedo.
-Qué decís? Esto recién empieza. Bernás no nos puede manosear de esa manera. Dejó
la cartera y el abrigo color berenjena a juego con sus zapatos, en el respaldo de la
silla.
-No es Bernás, son muchos más arriba de él que nos van a aplastar como a los sapos
en la ruta. Me subiría a un avión ahora mismo, hay pista en el Aconcagua? Y sino me
tiro en paracaídas.
Me agarró de la muñeca y me pidió que reaccionara, que hay que ser realista y buscar
la manera de seguir adelante pero con precauciones.
-Sabés qué? No quiero mirar como crecen los rabanitos, no hay manera de ser
precavidos, esto es a todo o nada.
-Cortala Marcela con tus dichos. -agitó el brazo llamando a la camarera
-Llevate este té y traenos dos cosmopolitan pero cargaditos.
-No hacemos cosmopolitan pero black russian les gusta?
-Entonces que sean dos mojitos.
-Muy bien, ahora se los traigo.
Estela insistía en seguir adelante, que hablara con Julio y averiguara por su lado
quiénes habían hecho las averiguaciones de antecedentes, que seguramente ella
también había sido investigada. Marcela “paladín de la verdad” había bajado los
brazos, me disfracé de algo que no reconocía muy bien pero iba a intentar seguir
adelante sin mover ficha, si me agobiaba, siempre podría tomarme unas vacaciones, o
buscar otro trabajo. La investigación periodística no es lo único que me apasiona. Nos
relajamos, llegó la hora de la cena y se sumó Julio.
-Qué elegante que está mi policía preferido! -lo piropeó Estela.
-Ya te dije que es un tímido, lo hacés ponerse colorado. -y mirándolo a él le dije.
-Hola amor. -me besó con uno de sus besos largos que me hacen sentir linda, sé que
lo hace porque le gusta que los demás lo envidien un poco.
-Ché ché ché, que el piropo te lo hice yo!
-A vos te doy solo un besito que sino en casa me pega.
Reímos, pedimos la cena y entre los tres llegamos a un acuerdo del que Estela era la
que menos conforme había quedado, de todas maneras no necesitábamos más
problemas, al fin y al cabo esto es un trabajo y no la vida, Julio y yo dijimos que lo
nuestro es lo más importante que tenemos en el presente.
-Pero están muy calladas, son siempre así sus charlas?
Estela seguía un poco enfurruñada pero para salir del paso acotó. -Es que a mí me
gusta hablar siempre de sexo, pero como ahora hay un caballero a la mesa...
-Ah, por eso no se preocupen, con Marcela siempre hablamos de todo, de sexo
inclusive pero si te deja más tranquila, hablen de lo que hablen no las voy a llevar
presas, estoy fuera de horario de servicio.
-Jajaja y sos de los que llevan el arma encima todo el tiempo? -si no fuera porque
somos amigas, le hubiera clavado el tenedor en el ojo. No dije nada pero se dió
cuenta de mi mirada y fue calmándose un poco. Pensándolo fríamente, las dos
estábamos muy nerviosas con todo este tema. Ambas lo dejamos pasar y así siguió la
charla hasta que se nos hizo tarde.
Al día siguiente en la oficina el aire estaba más bien tenso, nosotras nos mirábamos a
cada rato. Mara que había sido tan simpática el primer día, había cambiado de actitud
al menos para conmigo. Otra de mis paranoias? Lo cierto es que cuando le hablaba
procuraba no mirarme a los ojos y mostrarse ocupada. Me obligué a relajarme y
seguir sonriente. Al final del día me despedí de Estela y fuí directo a mi
departamento. Tenía ganas de estar un ratito en el balcón mientras bajaba el sol.
Desde Nicaragua a esa altura puedo ver la Juan B. Justo partida al medio por una
línea amarilla de supercolectivos, y lo que antes eran las bodegas Giol.
Saliendo de la boca del subte pensé que si apuraba el paso, todavía iba a tener sol en
el balcón, lástima que hace cinco años que dejé de fumar, sino sería una puesta de sol
perfecta, mi cafecito de Franca Blanca, el sol entrando al living iluminando la pared
donde tengo colgado mi título y al lado mi foto recibiendo el diploma, ya no tenía
granitos en la frente pero seguía siendo adicta al flequillo, y mis L&M que ya no
fumo. Quería ser Claudia Sánchez y que Mauri fuera mi Nono Pugliese, y estar como
ella en un yate en alguna isla del Caribe o del Mediterráneo.
Cuando entré me sorprendió no haber cerrado con llave “tan mal estoy que me
olvidé?” Nada más abrir la puerta me encontré con todo dado vuelta. Alguien o varios
habían entrado a robarme, pero semejante destrozo no lo podía entender. Por un
momento me paralicé en la puerta sin atinar a entrar o salir, tratando de escuchar
algún ruido por si todavía estaban adentro. Podía sentir los latidos del corazón como
si vinieran de fuera de mí y los escuchara retumbando en las paredes, me saqué los
zapatos y los agarré como si fueran armas, apuntando con los tacos. Esos segundos
fueron eternos, pero no fueron más que segundos porque así como miraba para todos
lados seguí el paso de las manecillas del reloj de pared que seguía colgado, no así mi
diploma que lo ví estrellado en el suelo. Busqué el teléfono y llamé a Julio que ya
estaba llegando a casa, me calmó como pudo y recién cuando llegó, pude entrar junto
a él. La computadora había desaparecido, los libros y revistas estaban esparcidos,
habían dado vuelta los cajones, la ropa, todo. De repente se me agolpó todo el dolor
en los hombros, de cómo había apretado los zapatos en mis puños y empecé a llorar.
-Es evidente que te querían meter el pánico en el cuerpo, los ladrones comunes no
hacen este desbarajuste, van directo a lo que quieren y se van.
Él ya había llamado a la seccional mientras llegaba a casa, actuó como un policía
pero hubiera querido que me abrazara y me dijera que estaba todo bien, lo hizo pero
no como un novio. Esa noche dormimos en su departamento. Contra lo que me había
pedido, fui a la oficina, aunque ya llevaba la renuncia redactada. Solo quería recoger
mis cosas de la manera más discreta posible. Cuando se hicieron las diez, fuí al
correo a mandar la renuncia. Cuando llegara ya no estaría ahí. En un momento me
detuve a pensar en Mara, pobre chica, cada uno sobrevive como puede pero creo que
ella eligió la peor opción. Quién elige la mejor opción y cuál en este mundo es una
buena opción que nos permita llegar a viejos con la frente alta? Si sigo en mi tesitura,
no llego a vieja y si bajo los brazos, será con la cabeza gacha. Miré hacia su escritorio
y la ví muy concentrada frente a la computadora, noté que no llevaba la blusa cerrada
hasta el cuello, ahora la tenía abierta hasta el tercer botón, y una pollera tres cuartos
color caqui. No sabía si morderme la lengua y quedarme quietita en mi escritorio los
últimos momentos que me faltaban para irme o encararla.
-Sabés que quería decirte una cosa? El día que subimos juntas en el ascensor se me
ocurrió advertirte un poco de lo que te ibas a encontrar como secretaria de Bernás. No
sabía muy bien como decirte que el tipo es un repugnante, pedante y mala persona.
Hubo un tiempo en que pensaba que era el amante de Rodríguez, por conveniencia
claro, imagináte sino cómo iba a llegar tan alto y tan rápido, pero con la patada que le
dió, creo que era el amante de alguien más arriba del pobre de Rodríguez. Él sí nos
dejaba trabajar, a regañadientes porque lo metíamos en cada brete a veces... buéh...
veo que la estás llevando bien.
-No sé a qué te referís Marcela, hago mi trabajo lo mejor que puedo y el señor
gerente está muy contento conmigo.
-Y veo que sos muy lista, eso se te nota, pensaba decirte que te cuidaras las rodillitas
pero con esa pollerita larga ya será suficiente, no? Que tengas buen día.
Pestañé rápido, volví a la realidad, la miré y le puse la mejor sonrisa desde mi
escritorio porque a veces no hace falta ser mala, en realidad, nada me hizo. No me
despedí de nadie, Estela era la única que sabía que no iba a volver y ya nos
llamaríamos.
Volví a mi departamento a buscar unas cuantas cosas para llevarme a la casa de mi
madre, que está cerrada desde que murió, y mi hermano tampoco la usa. Ya pensaré
qué hago con el pendrive que no encontraron debajo de la tapa del reloj de pared.
Ahora solo quiero ser Claudia Sánchez por unos días pero no en el Caribe sino en el
jardín con pileta y tomandome unos tragos con mi policía favorito.
Saverio Longo
Amsterdam, 14 de abril de 2014

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