domingo, 25 de mayo de 2014

Saverio Longo: "Qué va a ser de ti, Alode"

Alode abrió la puerta ofuscadamente. Su trayecto por las escaleras hasta el tercer piso
había sido, casi sin exagerar, por todos los vecinos escuchado. Su hija de apenas ocho
años estaba acostumbrada a quedarse sola un par de horas, desde que la dejaba la
chica que la cuidaba hasta que su madre llegaba a casa.
Pero esa tarde, Alosa había llegado temprano.
Me rechazaron el proyecto! -Fue lo primero que le dijo al abrir la puerta y lanzarla
con furia al cerrar.
Alina, que era una nena dulce, corrió a abrazar como consuelo a su querida mamá que
todo lo daba por las dos y trabajaba tanto.
Todavía estaba en casa Andrea, que solía irse a las seis cada tarde.
-Perdónenme chicas pero esto es tan injusto! Estuve cinco meses armando el
proyecto, trabajando hasta tarde, llegando a casa para seguir trabajando y que ahora
el directorio me diga que la idea está buena pero no es viable como lo planteé y que
la idea del pelagatos de Andrés tiene más salida comercial. –Andrés pirateó su
proyecto y lo modificó en detalles mínimos. Aunque la mejor parte del trabajo del
pelagatos había sido acaramelarse al Gerente de la empresa, un cincuentón soltero
con una eterna novia que solo unos pocos habían visto alguna vez hacía ya muchos
años.
Se sentó a la mesa dejando el portafolios, la cartera y el portátil en el suelo. Alina la
miraba con sus grandes ojos de asombro, nunca la veía así a su mamá y no podía
entender muy bien lo que pasaba pero parecía que la habían tratado muy injustamente
y eso le daba rabia a ella también. Andrea le apretó el hombro como para mostrarle
que ella también la entendía y lo sentía mucho. – Dicen que ya estamos liberadas,
pero a estos cabrones hay que seguir haciéndoles todo y encima se llevan los créditos,
cretinos que son, perdóneme que hable así delante de Alina pero me da tanta rabia.
Habían pasado un par de horas, calentó la cena en el microondas, y luego de cenar le
dijo a Alina que se fuera a dormir. Lavate los dientes antes – Sí mamá, andá a dormir
también vos. Mañana sale el sol otra vez y vas a estar mejor. – Y le llenó la frente de
besos.
Con una mueca entre el dolor y el consuelo, le devolvió un beso y encendió la tele
para quedarse dormida mientras las luces de la pantalla la iluminaban en la oscuridad
y el volúmen inaudible del aparato sonaba como un murmullo de ovejas saltando una
cerca. Su mente comenzaba a soñar.
Se internó en un sueño que había tenido hace ya muchos años. Volvió a sus 15, a sus
pecas en la rariz y su largo pelo castaño sujetado por una vincha elástica azul marino,
de esas que cuando viejas, se llenan de pelotitas. El murmullo del viento en los
árboles era algo atemorizador, pero ella prefería pensar que se llamaba libertad.
Quería mucho a su mamá, pero no podía entender que sea tan cerrada, que la obligara
a ir a ese colegio de monjas autoritarias que hacían rezar a las alumnas de rodillas
sobre garbanzos. Y eso era lo normal, porque a veces también las encerraban solas en
cuartitos con un ventanuzco pegado al techo, cuando se habían comportado
impropiamente según las normas de Dios.
Mientras soñaba, su respiración se iba agitando.
Tan pronto como había pasado el linde de abetos llegó a un calvero que se cerraba
por una mata tupida de cupresus que rodeaban unos olivares enfilados hacia la
carretera que llevaba a la ciudad. Miró a todos lados, se giró y pensó que su pasado la
había abandonado y con toda la soberbia de esa edad, dibujó con la punta de los
botines, una línea en la tierra, bajo la raya dibujó una “p”minúscula y sobre la raya
una “f” mayúscula. Ese era el punto donde cambiaría su vida para siempre. Empezó
a correr a campo traviesa pero de repente sintió miedo de tanta oscuridad y justo
empezó a lloviznar. Se embarraría, así que retomó la carretera y la costeó hasta llegar
a una parada de autobuses, quería esperar a que cambiara un poco el tiempo. Fueron
apenas 2 minutos porque vió que alguien más llegaba a la parada y no tenía ganas de
que sea un conocido al que darle explicaciones, imaginó que la haría volver a su casa
así que prefirió mojarse y seguir hasta la estación de trenes. Se había llevado el
pintalabios de su mamá y un delineador de ojos, se maquilló en los baños de la
estación, para que el vendedor de boletos pensara que ya era mayor y no le hiciera
preguntas incómodas.
Alode seguía durmiendo y soñando, más bien recordando en sueños, pero ahora ese
sueño hacía salto en el tiempo.
Se encontraba en la capital. Se sentía pueblerina con su impermeable amarillo.
– A mí sola se me puede ocurrir meter todo en un atillo! Podría haberme traido la
maleta de mamá – Se dijo. Pero así llegó a la pensión que encontró a tres cuadras de
la estación. Nunca había estado en la capital. Fueron 6 horas de viaje en tren.
Giraba en el sofá frunciendo la naríz, riendo por momentos y mojandose los labios
con la lengua y su sueño seguía. Tengo que encontrar trabajo – Se dijo mirando los
rascacielos de balcones cerrados, de vidrios espejados, uno redondo, otros cuadrados,
otro con la punta en forma de pirámide. Descubrió la zona turística, caminando por la
ciudad y siguiendo la dirección de los transeúntes se fue adentrando en la zona de
bares y cafés, restaurantes elegantes y fondas. Todo era fascinante. Todo menos el
hambre que sentía así que entró a una cafetería, pidió un café con leche y una
medialuna de jamón y queso y se reconfortó.
Otra vuelta en el sofá y el sueño también giró junto con su cuerpo. Estaba más
grande, habían pasado unos años y tenía una bebita en brazos, su amiga Alicia la
miraba mientras preparaba la comida para las dos. De repente se baja de un autobús,
mira a los costados y cruza la carretera, con la beba en brazos hasta que encuentra el
viejo olivar cerca de donde habia hecho aquella marca con sus zapatos, se rió con
amargura y frunciendo el ceño recordó los botines de gamuza con los que su madre la
mandaba al colegio. Siguió caminando por un buen rato. No entendía qué la había
llevado ahí en este sueño pero mientras soñaba su respiración se agitaba. Hasta que se
encontró frente a la puerta de dos hojas, y una señora avejentada y de ojeras tan
grandes y oscuras que a Alode se le antojaron como cuencas sin ojos, abre la puerta y
al verla con la beba en brazos, empieza a gritar de dolor y consternación.
Alode despertó de repente. La noche era bien cerrada, no había siquiera luna y las
luces de la calle tampoco iluminaban demasiado por la ventana abierta y el televisor
se había apagado. Se reclinó para levantarse pero sentía tal dolor en el cuello por la
mala postura en el sofá, que se llevó la mano allí para masajearse un poco pero tocó
un líquido pegajoso y aunque no podía ver nada, por el ardor supo que sería sangre,
se olió la mano y con horror lo confirmó, ese olor ferroso no podía ser otra cosa, pero
de dónde, de quién. Se empezó a aterrar, trató de recordar si había cerrado con llave
después de que se fuera Andrea, la chica que cuida a Alina pero no lo recordaba.
Manoteó al costado del sofá para encender la lámpara y no la encontró. Así que entre
tanto dolor de cabeza, trastabillando, llegó hasta la puerta y solo sentía la áspera
pared. Un dolor como muy viejo, acumulado por los años le trepaba de las rodillas
hasta la cintura, tenía la ropa desgarrada, empezó a llamar a Alina a los gritos pero la
niña dormiría profundamente porque no contestó o lo peor, que se la hayan llevado,
que la hayan...no Dios, dime que no le pasó nada a ella. Por qué no puedo recordar,
estaba soñando con mi pasado. Dónde se fundió la realidad que no puedo recordar
estos golpes, y mi ropa rota? Alina! – Volvió a gritar mientras caía de bruces al suelo,
se llenó la cara de barro, se dió cuenta que también estaba mojada, abrió tanto los
ojos, que lo que veía se le borroneaba, los contornos no eran claros, era tan cerrada la
oscuridad!
Tienen que habernos secuestrado, Dios donde estoy? Dónde está Alina? – Por alguna
razón se habían llevado a la nena y la dejaron a ella tirada a saber dónde. Se tocó todo
el cuerpo, se sentía sucia, toda mojada, adolorida, quería correr pero las piernas no le
respondían.
Dónde está mi casa, mi hija, dónde estoy?!! –Nada, nadie le respondió, solo los
chispazos de la lluvia que volvía a arreciar. Y allá entre los troncos de los árboles se
empezaba a dibujar un horizonte blancuzco, amarillento, como cuando amanece en el
campo con lluvia y la luz quiere desgarrar a girones el telón de nubes y lo único que
consigue es iluminar las gotas que caen sobre cientos de charcos y pastizales
doblados sobre sí. Pero Alode estaba bajo los árboles, nada veía más que su
desolación y la desesperación por encontrar una explicación a todo esto se agostaba
por la angustia de encontrar a Alina.
La luz de esa mañana cruel le empezó a mostrar sus uñas llenas de sangre y unos
moretones muy marcados en sus muñecas. También había sangre en su falda y sentía
mucho dolor entre sus piernas y en sus pechos. Empezó a entender todo, pero no le
entraba en su cabeza haber olvidado los hechos.
Esta sangre y estos moretones están diciendo que luché, pero no recuerdo nada? –
Recién ahí arrancó en un llanto desgarrador mirándose las manos, embarrada, calada
de frío hasta los huesos, temblando de pavor de tan solo pensar en el destino de Alina,
su queridísima hijita que le prepara galletas de anís con Andrea para cuando ella llega
de trabajar. Sacando fuerzas de donde no las había se levantó como pudo, dejó de
compadecerse y arrancó hacia cualquier dirección que la sacara de ese bosque. Se
encaminó hacia la izquierda, su instinto le decía que siguiera el ruido del arroyuelo
que serpenteaba entre los abetos, el olor de los árboles y la hojarasca le daba energía,
pero tenía sed así que se acercó más al agua para beber de entre sus manos un poco
de ese hilo que seguramente regaría algún sembradío y allí encontraría gente que la
ayudara. Pero algo le llamó la atención como si reconociera el lugar, así que se animó
un poco.
Siguió más o menos una media hora costeando el agua hasta que se bifurcaba
artificialmente, como si hubiera sido canalizado para regadío, sentía más aliento. A
unos veinte o cuarenta metros, una manchar rara se mezclaba con una rama caída en
el agua. Le empezó a latir más fuerte el corazón, siguió como pudo, tropezando entre
las ramas secas del suelo. Justo en la otra orilla del riacho la mancha se veía más
clara aún. Un plástico amarillo, sucio y lleno de podredumbre brillaba sobre el agua.
Un frío le recorrió la espalda, se agarró la cabeza enmarañada y mojada y con espanto
dió un grito al ver que un perro campero se acercaba a olfatear aquel plástico. Se le
revolvieron las tripas, se mareó y empezó a correr por donde había llegado. Mientras
unas voces empezaban a sonar entre los árboles el perro comenzó a ladrar.
Ahí está el Tuni. Tuni vení para acá que encima te me vas a apestar con eso. – Dijo el
que sería el dueño del perro.
Pero don Gervasio, hombre, cómo no avisó ayer mismo? – Habló el que llevaba
bigote según podía ver Alode desde la otra orilla, porque al oir las voces, ella volvió
al lugar con la esperanza de pedir ayuda, pero antes de decir palabra, quería enterarse
de qué era eso que le daba tanto pavor.
Mirá Ricardo – dijo don Gervasio – estaba ya oscureándo, el Tuni se me había ido
lejo y me llamaba a los ladrido pa'que lo siguiera, pero era que estaba lloviendo y no
le hice caso, pero el guacho este no paraba de llamarme. Vos viste donde estamos y
donde tengo yo el rancho. Además la pobrecita no se iba a ir a ningún lado, viste?
Pensé que el Tuni había encontrado un caballo muerto o una cabra, qué se yo. Pero no
me esperaba esto. Cuando volví al rancho la patrona me dijo que lo dejara para
mañana.
– que de ahí no se va, te digo yo. Así me dijo la Mirta. – Que encima andá a
cambiarte que te vas a enfermar. – Pero igual ni bocado comimos, con lo que le conté
nos fuimos a la cama sin cenar.
Alode se metió en el agua, vadeándo para llegar hasta ellos, aún no la habían
escuchado cuando estaba trepando el terraplen de la otra orilla.
El del bigote se acuclilló frente al cadáver poniéndose una mano en la naríz. – Ojalá
me equivoque pero, sabe usted que en el pueblo de la Picardo hace cosa de año y
medio por áhi... la hija de la viuda de don Avendaño se fugó? Nunca se supo de ella.
Pero Ricardo, el pueblo de la Picardo está lejo, acá no tenemos casi contacto con
ellos, nosotros los caballos y ellos el tabaco. – Acotó don Gervasio.
La cuestión don Gervasio es que nosotros no le hicimos mucho caso a la viuda, la
pobre estaba desesperada, pero como nos vino con la cartita que le dejó la nena, le
explicamos que eso no era secuestro ni nada que se le parezca. Que cuando se le
acabe la plata iba a volver. – Ricardo se levantó, ya no soportaba el olor que brotaba
de ese piloto amarillo, asomaban los pies y solo uno conservaba un botín de gamuza
con suela de crepé y la mata de pelos se unía en un pegote negro, con una rama giró
el cuerpo y en el cuello había una cinta elástica negra o azul muy apretada. – Esto me
huele peor que un accidente Gervasio – siguió Ricardo – Esta nena no se cayó y se
mató de un golpe. – Miró a lo lejos por sobre los hombros de don Gervasio y cerró
los ojos. – El Mocho Güiraldes que llevaba el caso, contó que la madre quería que
Alodiñe, como la llamaban de chiquita, estudiara mecanografía, taquigrafía y algún
idioma para meterla de secretaria en las oficinas de la Picardo y consiguiera un buen
marido ahí mismo, pero la chiquilina quería ser actríz o la presentadora del tiempo en
el noticiero. – Lo miró a don Gervasio y poniéndole una mano en el hombro le
preguntó – Ahora cómo le digo a la viuda, que la hija no va a volver?
Alode empezó a gritar de la desesperación. – Yo soy la hija de María de Avendaño!
Acaso están locos? Esa chica sabrá Dios quién es!
Pero los hombres seguían su charla.
Vamos que tengo que avisar a la científica. – El comisario aceleró el paso hacia la
camioneta con don Gervasio a la zaga y llamando a su perro.
Yo soy Alode Avendaño, no me fuí hace un año ni dos, tengo treinta y me dejaron acá
a unos kilómetros, tengo una hija y me la secuestraron! – Corrió hacia ellos que se
alejaban por un camino delimitado por unos veinte metros de álamos con los brotes
nuevos apenas visibles, de un verde amarillo que había que adivinarlo contra el cielo
gris que lo recortaban. El perro ladró hacia donde estaba ella y se quedó mirándola
fijamente. Los hombres siguieron hasta la camioneta del mismo gris que el cielo con
una lona verde detrás, y el escudo de la policía desconchado en las puertas.
Estoy viva, ayúdenme! Esa chica ya está muerta, por favor mi hija me necesita. – Y
su voz se perdió entre los silbidos de los álamos, el murmullo del arroyo y el
repiqueteo insufrible de la lluvia.
Quedó de rodillas en medio del camino, apretando el barro entre sus manos y
lanzándolo hacia la camioneta que se alejaba y se perdía tras la cortina de agua. Se
arrastró hasta la chica del impermeable amarillo y al observarla, su vista se internó de
nuevo en una noche sin luna, algo de llovizna empezaba a amenazar. Se vió
caminando a campo traviesa. Se vió llegar a la parada del autobús pasado el olivar.
Sintió miedo al ver a un hombre acercarse adonde ella estaba, pero no volvió al
campo como recordaba, se quedó ahí y al verle la cara al desconocido, le subió un
gusto a bilis por la garganta. Quedó paralizada.
Alode volvió a abrir los ojos para mirar a la muchacha en la orilla. Estaba llorando y
sin embargo sentía una mezcla extraña de pazy desasosiego.
Sus lágrimas rodaban por su cara, más lentas que las gotas de lluvia.
Empezó a recordarlo todo.
Su ropa no estaba ya desgarrada, ni sucia y manchada de sangre, ni siquiera mojada.
Se dió cuenta que había jugado con el tiempo. Había cancelado el último recuerdo y
lo había transformado en la vida que soñó. Utilizó el tiempo como una cinta elástica,
de esas que utilizaban las nenas para jugar en los recreos de la escuela.
No supo cuánto tiempo pasó allí de rodillas frente a sí misma pero ya estaba de vuelta
el comisario Ricardo acompañado de más hombres que empezaron a cercar el lugar, a
marcar todo lo que les parecía que fueran huellas y tomando fotos.
Alodiñe se fue alejando de aquel monte, triste sí, por su madre, pero felíz porque
había vivido quince maravillosos años, cuando en realidad había pasado solo uno y
medio.
Saverio Longo
Amsterdam, 7 de Marzo de 2014

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